Reveses de la vida

28. Confesiones y premoniciones

Feel twice - Camila Cabello

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Así nace una amistad: corazón a corazón        

Así nace una amistad: corazón a corazón. En el pecho la sensación de que algo allí nació; sin que nadie lo exija, sin lazos que la aten, ni la sangre, ni la raza, solo cuenta el corazón. —Anónimo.

Para cuando la noche cayó, Melissa llegó minutos después de que Andrew se hubiese marchado        

Para cuando la noche cayó, Melissa llegó minutos después de que Andrew se hubiese marchado. Escuchó el incidente de la reciente tarde y no pudo controlar soltarse en improperios.

—¡Es que si yo hubiese estado ahí lo habría agarrado de los...! ¡Ahhh, que cabrón más hijo de su putísima madre!, pero solo espera, porque cuando lo vea le voy a dar un golpe en el ojo, ¡lo dejaré morado, te lo juro! —exclamó, con las manos en el aire y las mejillas rojas, estaba enojada, furiosa en realidad.

—Necesito ponerle un alto. Él sigue creyendo que tiene poder sobre mí o que sigo siendo de su propiedad, ya no soporto esta situación. ¡Se le fue encima a Andrew!, ¿te imaginas el miedo que me dio? Matías estaba fuera de sí, ¡Dios!, y cuando me agarró sentí que me iba a golpear otra vez... —«No, puede ser», fue lo primero que pensó cuando soltó aquellas palabras. Lo siguiente fue ver como Melissa detenía su paseo por la estancia y volvía a verla con el gesto desencajado y los ojos a punto de salirse de sus cuencas. En dos zancadas estuvo a su lado.

—¿Qué fue lo que dijiste? —inquirió de nuevo, en respuesta la pelirroja sacudió la cabeza—. No, vos sí me vas a decir, ahora mismo, qué te hizo ese cabrón, ¡¿te golpeaba?! —Maggie cerró los ojos y soltó un bufido.

—Fue solo una vez, te lo juro. —Meli no daba crédito de lo que estaba escuchando. Sí, quizá había sido una vez pero ella nunca lo supo, no hasta ese momento. Por lo que se sintió mal, porque eso solo significaba que no había sido lo suficientemente buena amiga como para que Maggie tuviera la confianza para confesarle algo de tanta importancia.

Melissa sintió la garganta cerrada, los ojos se le anegaron y asintió. Se sentó a su lado y la miró por un par de segundos, recordando todas esas veces que —mientras ese poco hombre y Maggie estuviesen juntos—, su amiga fingió a la perfección que todo estaba bien. Se sintió mal, porque ahí, frente a sus narices, había tenido a una víctima de tantos abusos y no lo pudo ver, no pudo hacer nada. Atrajo a Maggie a sus brazos y la estrujó, un par de lágrimas viajaron por su rostro.

Se preguntó cuáles habrían sido las razones por las que ella decidió no contarle ese y muchos abusos más; quizá era por la forma en cómo ella explotaba o porque, sencillamente, no es algo de lo que una se podría sentir orgullosa. La Maggie del pasado, y comparándola a detalle con la actual, había sido una sombra de ella misma: reprimida, cohibida y con la autoestima tan baja. Y le enfureció saber que Maggie había pasado por todo sola, ella que era como su hermana. Se le quebró el corazón.

—Por favor, discúlpame por no haberme dado cuenta —musitó con la voz quebrada.

—No tienes la culpa, sino yo por no atreverme a decírselo a alguien —repuso.

—Claro que sí, porque no te di la confianza para que lo hicieras, siempre critiqué tu relación, siempre te juzgué. Perdóname —le pidió.

—Todo está bien, Meli. Yo estoy bien y te prometo ya no ocultarte nada, ¿sí? —Ambas se separaron un poco y se limpiaron las lágrimas entre sonrisas cargadas de tristeza, pero a la vez su lazo se solidificó.

—Está bien, ahora si quieres pedimos algo para cenar..., iré por mi celular y vemos qué hay de bueno en nuestro restaurante favorito, ¿te parece? Yo te invito... —dijo apurada, tomó su celular.

—Hay algo más, Meli —susurró Maggie dejando a su amiga a medio camino de hacer la llamada. Sin embargo, Margarita sentía que las palabras se acumulaban en su boca y sintiendo que, si no las soltaba, se iba a ahogar en ellas. La aludida dio un asentimiento—. Matías me dijo que no dejarías las cosas así, ¿y vos sabes lo que significa eso, verdad?

—Es que es un hijo de... —cerró los ojos—. Debemos hacer algo, Maggie. Ese imbécil no se quedará con las manos quietas, menos ahora que estás esperando un hijo suyo.

—Lo sé, créeme que lo sé —respondió, con el corazón apretado y una mala premonición incrustada en el pecho.

—Lo sé, créeme que lo sé —respondió, con el corazón apretado y una mala premonición incrustada en el pecho        




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