Reveses de la vida

29. Paso a la desgracia

People you know - Selena Gomez

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Te querrán ver arder, desearán hacerte trizas        

Te querrán ver arder, desearán hacerte trizas. No obstante, y lo que nadie sabe, es que tú ya renaciste de las cenizas.

—Katherinne Álvarez

Y como era de esperar, todo volvió a como al principio        

Y como era de esperar, todo volvió a como al principio. Matías comenzó a buscarla hasta el cansancio. Pero ahora sus mensajes no eran súplicas, sino exigencias y, en algunos casos, amenazas que Margarita evadió. Quizá por miedo o porque quería creer que él no era capaz de tanto —a pesar de que, dentro de sí misma, sabía que él sí lo era.

Sus padres empezaron a buscarla, le llamaban constantemente por teléfono y, en una de tantas, ella decidió atender. Y lo hizo solo para darse cuenta de que su ex; no solo había ido con el chisme a sus padres, sino que todo el "círculo social" estaba enterado de que Margarita Castle, una mujer considerada de intachable reputación, estaba embarazada y que había sido capaz de dejar a Matías Hunt por otro hombre.

A Maggie le hirvió la sangre, estaba furiosa y maldijo el día en que se le ocurrió aceptar una relación con el poco hombre de Matías. Y sí, quizá el qué dirán era algo que a ella no le importaba, no obstante, nada de eso quitaba el hecho de que le dolió. Le decepcionó saber de que su ex —a quien en algún momento tuvo en estima—, hubiese divulgado no una, sino muchas de las intimidades de su antigua relación. Asimismo, entre la decepción y el dolor, fue la ira la que dominó todo en el interior de Maggie, ya que, por último, a ella le tenía sin cuidado lo que su ex pudiera hablar sobre ellos, lo que la embravecía era que su ex se había llevado entre los pies a Andrew.

Porque el despreciable y poco hombre de su ex había dicho a los cuatro vientos que Andrew "la nueva pareja de la madre de mi hijo", era un obrero y un hombre de dudosa reputación. «¡¿Un hombre de dudosa reputación?!», a Margarita esto le resultaba irrisorio, porque si a alguien dicho apelativo le ajustaba a la perfección era, sin lugar a dudas, a Matías Hunt.

*

Casi una semana después del incidente afuera de la clínica —días que habían sido un total y completo infierno—, y tres días después de que Matías soltara "su versión" de lo ocurrido entre ellos; la jefa de Maggie mandó a llamarla. Esta última entró a la oficina y por pedido de su jefa se sentó en la silla frente al escritorio. Se inquirieron, por mera educación, cómo se encontraban, pero no pasó mucho cuando la señora Julia le informó que el dueño de la revista había mandado a pedir que prescindieran de los servicios de Maggie. ¿Las razones? Pues esas no hubo necesidad de explicarlas.

—Su trabajo ha sido impecable y excelente, señorita Castle y aunque desconozco a ciencia cierta qué fue lo que motivó al presidente a despedirla, le pido una disculpa porque desgraciadamente me veo en la obligación de obedecer. —Un par de lágrimas resbalaron por las mejillas de la joven, el desprecio y el odio se mezclaron en su pecho, se sintió entre la espada y pared. Ya que solo pudo recordar la amenaza que Matías, un día antes, le había dicho por un mensaje de texto.

Y por supuesto que él no estaba jugando, el maldito lo estaba cumpliendo.

Llegó a su casa, apagó el móvil y se sumergió en la impotencia y rabia. Se sintió devastada y vencida por Matías, porque tal como él le había dicho: movería cielo y tierra, hasta que ella se diera por vencida y lo buscara. Él estaba haciendo hasta lo imposible por someterla, agrediéndola no solo de forma emocional, sino ahora económica, porque ambos sabían que: si Maggie no conseguía un trabajo pronto, se vería irremediablemente a expensas de su ex. Y esto era algo que ella no se quería permitir. Por lo que, no sabiendo a quién más recurrir, le envió un mensaje a Andrew, porque ella lo necesitaba más que nunca.

Media hora después, alguien tocó a la puerta de su departamento. Maggie miró la hora y dedujo que era Andrew, limpió sus mejillas y sorbió su nariz, estaba hecha un desastre. No obstante, aunque intentó mejorar su aspecto apelmazando su melena, no pudo borrar la congoja que tenía impresa en el rostro. Se acercó a la puerta, sintiéndose sedienta de los besos de Andrew, necesitando —como un moribundo a su medicina—, los abrazos y calor de ese hombre que se estaba robando su corazón.

Empero, al abrir la puerta era Matías quién estaba ahí, parado en el umbral, totalmente erguido y mirándola con soberbia, despecho y un tinte de desesperación. Una combinación de emociones peligrosa y que dejó aturdida a Maggie, ya que no supo si sentir miedo o rabia.

—¿Qué haces aquí? —inquirió ella, deglutió saliva y fue cuando se percató de que los ojos de Matías estaban rojos.




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