Reveses de la vida

30. Chantajes y elecciones

Everywhere i go - Sleeping at last

Everywhere i go - Sleeping at last

Sé que voy a quererte sin preguntas, sé que vas a amarme sin respuestas        

Sé que voy a quererte sin preguntas, sé que vas a amarme sin respuestas. —Mario Benedetti

Andrew se bajó de su vehículo junto a un par de bolsas en donde llevaba: unos suplementos vitamínicos y comida para su adorada Margarita        

Andrew se bajó de su vehículo junto a un par de bolsas en donde llevaba: unos suplementos vitamínicos y comida para su adorada Margarita. Temprano por la mañana, habían quedado de verse —incluso antes de recibir el nuevo texto en donde ella le decía que se moría por verlo y que, al mismo tiempo, todo se viniera abajo—, por eso cuando él terminó la jornada del viernes, se fue a hacer las compras sin querer perder mucho tiempo y prolongar lo menos posible su cita. Por eso, trotó el trayecto del estacionamiento con la entrada del edificio. Cruzó el umbral y miró como las puertas del ascensor se cerraban, sopesó si esperar a que bajara de nuevo, dado que el edificio no era de más de doce pisos, sin embargo, era tanto su desosiego y necesidad por verla, que se decantó por la escalinata.

Cuando llegó al cuarto piso; una película de sudor yacía en su frente. Avanzó por el pasillo hasta detenerse frente a la puerta del departamento de Margarita, misma que estaba entreabierta, lo cual le pareció en demasía extraño. Contrajo el ceño y con cuidado la abrió, no se escuchaba absolutamente nada. «Quizá está en el baño», pensó, haciendo a un lado el mal presentimiento que se incrustó en el pecho, y no pudo evitar sentirse molesto y preocupado por esta clase de descuido que ella estaba teniendo. Cerró la puerta tras sí y anduvo hasta la cocina, agudizando sus sentidos —mismos que estaban, por algún motivo, alertados.

—¡Amor, soy yo! —gritó, dando un par de zancadas en dirección de la habitación de Maggie—, estaba abierto así que... —Pero no pudo avanzar más cuando, por el rabillo del ojo, la notó echa ovillo en el suelo. Andrew de inmediato sintió que el mundo entero se le movía, que el piso bajo sus pies desaparecía. Soltó una exclamación alarmada y corrió hasta donde ella; se tiró a su lado y la tocó, y cuando lo hizo, Maggie abrió los ojos, sintiendo como el miedo se apoderaba de ella y la hacía su presa. Le aterrorizó en gran manera que Matías hubiese regresado.

Empero, al reparar en que era Andrew quién le hablaba en susurros llenos de preocupación, ella solo pudo anclarse a sus hombros y comenzar a llorar. Sollozó debido a todo el dolor y carga emocional que amenazaban con consumirla ahí mismo, aunque seguido todo dentro de sí explotó como un cristal, incrustándosele en su corazón y haciéndole agujeros a su tranquilidad.

—Amor, amor, ¿qué sucede?. Maggie, mi vida... —murmuraba este, con la garganta cerrada y con las extremidades temblorosas, pues temió en gran manera el terminar de quebrarla—. ¿Estás bien?, ¿qué pasó?, ¿te hicieron algo? —La aludida deglutió saliva y con el corazón en la mano solo pudo sacudir la cabeza, sopesó si contarle o no que Matías la había amenazado y que ella ya había tomado una decisión.

Por ello, con todo sus miedos expuestos y cantándole al oído que lo suyo con Andrew siempre había estado condenado al fracaso, sintió como la garganta se le cerraba y las palabras se arremolinaban, incrementando la obstrucción. Porque ella quería contarle todo: que había sido amenazada por su ex pareja. No obstante, se negaba a sucumbir y a herir a Andrew. Se decantó por mentir, creyendo que quizá habría una solución, o que tendría que encontrar una a como diera lugar.

«Cuéntale», susurró la voz en su cabeza, «cuéntale todo». La futura madre, se rodeó con ambos brazos y, como nunca antes, sintió el miedo roer sus huesos.

—Tengo miedo, Andrew... —dijo, con la voz rota y atiburrada de miedo. El aludido la miró consternado y tratando de transmitirle seguridad.

—Aquí estoy, y usted puede decirme lo que sea... —murmuró, apretándola contra su pecho y depositando un beso en su sien. La sintió negar, ¡santo cielo!, le frustraba sentir que se estaba perdiendo de algo, sino es que de mucho. Sin embargo, no la presionaría, nunca lo hizo y en ese momento menos, pues sentía que, de hacerlo, ella se cerraría. Pasados unos minutos, Andrew solo soltó un suspiro y se dijo, a sí mismo, que por el momento lo dejaría estar.




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