Reveses de la vida

33. Última sonrisa

Sorry - Aquilo

Sorry - Aquilo

No llores porque se terminó        

No llores porque se terminó..., sonríe porque sucedió. —Gabriel García Márquez

Maggie había quedado de reunirse con Larcy en un café que quedaba en las periferias de la ciudad        

Maggie había quedado de reunirse con Larcy en un café que quedaba en las periferias de la ciudad. Pero luego de esperarla por más de una hora y sin que diera alguna señal de vida por el celular; su cita se decantó por marcharse a su casa. Y para ese momento, la impotencia la golpeó con fuerza, que terminó por hacer añicos sus esperanzas puestas en la mujer que, alguna vez, la consideró parte de la familia.

Entró a su departamento; miró en derredor al montón de cajas que tenían sus cosas, en un par de días se mudaría a casa de Melissa. Pues ya no lograba costearse con los gastos y, ni loca, iba a tocar el mugroso cheque que le hizo llegar Matías. Soltó un largo suspiro, la miseria de su situación y el sentimiento de fracaso la hundieron otro poco en el pantano de problemas que amenazaban con sofocarla.

Cerró los ojos por una fracción de segundo y luego miró la hora en su celular. Seguramente, para ese momento Andrew ya habría salido de trabajar y, en otro instante de sus vidas, él vendría directo a su departamento. Talló sus ojos y liberó un suspiro quebrado, apesadumbrado. Pensar en Andrew le dolía, pero la lastimaba más el hecho de la incertidumbre. ¿Algún día lograría solucionar sus problemas?, ¿algún día podría estar de nuevo con él?, ¿y qué le esperaba de su hija en el futuro?

Margarita se sentía atormentada por el sinfín de problemas que venían, uno tras otros, a posarse sobre sus hombros. Estaba cansada de luchar, estaba harta de que todo el mundo intentara manejarla y someterla. Asimismo, era indómito el sentimiento de no dejarse vencer, pero la catarsis que le generaba era, en demasía, desgastante.

Se levantó y fue a la cocina a prepararse un sándwich. Estaba en dicha tarea cuando escuchó un par de golpes secos a la puerta. Sintió un escalofrío reptar por toda su espalda y la idea de que fuera Matías la llenó de pánico. Decidió que no abriría, sin importar quién fuera, no tenía ánimos de recibir a nadie.

Escuchó otro par de golpes en seco y su nombre a partir de una voz conocida. Deglutió saliva y pensó, por un momento, que quizá había escuchado mal. Se acercó a la puerta y se animó a abrir. Y al hacerlo lo primero que recibió fue la lastimera y alarmante imagen de su prima. La hizo pasar y ya adentro pudo observarla con mayor atención y detenimiento, confirmando sus sospechas.

—Lo siento por no haber llegado, pero..., Matías me interceptó. —Y para empeorar todo, añadió—: Y yo no sé si sabe algo o tiene sospechas, pero me amenazó. Me dijo que si se me ocurría traicionarlo me iba a ir muy mal.

Larcy se quitó los enormes lentes oscuros y develó un hematoma en el ojo izquierdo.

—Larcy, ¿qué te pasó?

Pero ambas sabían qué había pasado y quién lo había hecho. La vio sacudir la cabeza.

—Eso no importa ya. —La aludida tomó su bolso y sacó un sobre amarillo—. Debes apresurarte a hablar con un abogado y entregarle estas pruebas, Margarita. Porque Matías anda vuelto loco, y ambas sabemos que no se detendrá hasta conseguir lo que quiere.

Le entregó el sobre y en el interior había varios recibos de pago de alquiler y de la telefonía celular. Además estaba una copia del contrato de arrendamiento del departamento en donde se quedaba Larcy. Y había un común denominador en todos esos papeles y es que relucía el nombre de Matías Hunt en ellos.

—Toma esto —Era su celular—, ya pedí a la compañía que me den un registro de todas las llamadas, pero me lo darán hasta dentro de una semana. Pero todo este tiempo cualquier cosa puede pasar, por eso, y si no logro hacértelo llegar, por favor usa las llamadas que están registradas ahí, ojalá sean también sea de ayuda.

Margarita aceptó todas las cosas y las guardó bajo llave en un cajón que había en su habitación. Cuando regresó Larcy ya estaba de pie cerca de la salida.

—Gracias, de verdad.

—No tienes que agradecerme nada, esto es lo menos que podía hacer por ti..., además que yo te debo una disculpa. Sé que no vale ninguna justificación, que esto no me hará ver mejor a tus ojos ni a los de nadie, pero..., no podía quedarme de brazos cruzados al ver la injusticia que Matías quiere hacer contigo. —Abrieron la puerta y ya afuera la pelirroja la detuvo.




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