Reveses de la vida

35. Mia carina

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Por eso juzgo y discierno, por cosa cierta y notoria, que tiene el amor su gloria a las puertas del infierno. —Cervantes

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En cuestión de minutos Andrew aparcó en la casa de Melissa. Se bajó del auto y caminó a la entrada, notó unas cuantas cajas amontonadas a un lado de la puerta y, al mismo tiempo, el sentimiento de apremio que le suplicaba que corriera y tocara a la puerta.

Al cabo de un minuto salió Melissa y la vio muy bien arreglada, como si estuviese a punto de salir o quizá iba llegando. Se saludaron y la pelinegra lo hizo pasar a la sala de estar. Para entonces, la impaciencia y preocupación de Andrew se incrementaron exponencialmente la ver el rictus en ella.

—Vine lo más rápido posible, ¿qué es lo que pasa? —inquirió sin ocultar la preocupación. Melissa frunció sus labios untados de labial ocre y seguido soltó una inspiración, como buscando las palabras adecuadas para hablar.

—Lo siento por haberte hecho venir de esta manera, pero lo que tengo que decirte es muy urgente... —Andrew asintió y aguardó a que siguiera hablando, la notó balbucear un poco, lo cual incrementó el estado de expectación. Sin embargo, cuando ella abrió la boca, escuchó el sonido de su celular. Se paró de un brindo—: Me disculpas, creo que esa es la llamada que estaba esperando y que nos dirá si las cosas con mi amiga van bien o no.

La vio caminar hacía la planta alta con el celular en la oreja, pero antes de subir, le pidió de favor que fuera a la cocina a ver la cena que estaba preparando y que, según le dijo, la estaba preparando para que él se quedara a cenar y hablaran. Asimismo, y tan pronto como lanzó esa propuesta, desapareció por la escalinata. Andrew soltó un bufido y cruzó el umbral en forma de arco que tenía la cocina. Tenía las cejas engurruñadas y una extraña sensación en el pecho.

Se aproximó al horno, pues este había pillado, avisando que la cena ya estaba lista. Bajó la puerta del electrodoméstico y vio un molde para hornear con, lo que parecía ser, lasaña. Olía muy, no podía negarlo, así que en ese momento se dijo a sí mismo que, posiblemente, no había nada de malo en quedarse a cenar con la mejor amiga del amor de su vida.

O eso creía hasta que...

Al inclinarse, con los guantes puestos y sacar el molde calientísimo; alcanzó a escuchar un extraño sonido, como el de una puerta cerrarse. Se irguió de prisa, dejó el molde sobre la encimera de granito y salió de la cocina en el preciso momento en que le pusieron llave a la puerta de la entrada. «¿Qué demonios?»

Le ordenó a sus pies que se movieran y en unas cuantas zancadas llegó hasta la puerta de la entrada para comprobar que, efectivamente, estaba bien asegurada. Movió la cortina de la ventana y miró a Melissa subirse a un auto..., y lo peor era que ese auto lo conocía muy bien. ¡Era el de Javier! Soltó una maldición y de inmediato le entró una llamada del que se decía llamar su amigo.

Antes que me digas cualquier cosa, estás en altavoz. —Lo alertó Javier.

Sí, Andrew, lo sentimos mucho por haber actuado de esta forma, pero ustedes nos dejaron sin alternativas —murmuró Melissa, pero Andrew podía jurar que, de todos los sentimientos que esa mujer experimentaba, el arrepentimiento no era uno de ellos.

—¿Qué?, no comprendo...

Amigo, deja de hacerte tantas preguntas. Deja, ¡por una maldita noche!, de pensar. Solo déjate llevar.

Sí, hazle caso a Javier, ya luego nos agradecen vos y Margarita. Por cierto, dile a ella que también lo siento.

—No puedo créelo —musitó Andrew, con el ceño fruncido más una sonrisa asomándose en sus labios.

Tenemos que colgar, pero Andrew, te he dejado unas indicaciones. Busca una hoja de papel rosado en la alacena superior que está junto al refrigerador. ¡Y mucha suerte! —Y le colgaron, dejándolo con un centenar de emociones aglomerándose en el pecho, pero entre todos ellos, lideraban el miedo y la excitación.

Regresó y sacó la nota del lugar que le indicó Melissa. En ella había varias indicaciones y, además, una información que le generó cierto grado de incertidumbre.

«Haz que Margarita te cuente todo».

Y mientras terminaba de leer, alguien alzó la voz.




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