Maratón final 4/5
Make you feel my love - Sleeping at last
Como el café maduro fuera tu boca, mía, y en el rancho con la luna mi boca bebería en la flor de tus labios un "te quiero" de miel. —Alfredo Espino
Al día siguiente, por la mañana, Margarita tenía su penúltimo control con la ginecóloga. Porque el siguiente se suponía que sería para cuando estuviese en labor. Estaba en la sala de espera, la conversación de la noche anterior aún resonaba en su cabeza, como campanas de iglesia que querían despertarla como un domingo por la mañana. Y sabía que Melissa tenía razón, el miedo la estaba dominando.
Sin embargo, no lograba comprender por qué, cuando de Andrew y su relación amorosa se trataba, ella se dejaba vencer por sus inseguridades. Por qué si hasta ese momento todos los obstáculos que se le habían presentado habían logrado sortearlos, cuando se implicaba la parte de su felicidad, ella se negaba a resolverlo. Se quedaba paralizada, el miedo la paralizaba. Y es que, solo bastaba una conversación para que todo regresara a la normalidad. ¿Por qué entonces, en todo el jodido mundo, ella se negaba a hacer algo al respecto?
Era su felicidad después de todo.
Fue cuando decidió que, de una vez por todas, ejercería la misma valentía que sacó a relucir con su ex suegro, con los abogados e incluso con sus jefes, y finiquitaría esa agonía a la cual tenía sometido a Andrew y a ella misma.
Le respondió a su mensaje de buenos días y, sin pensarlo mucho, le envió otro muy conciso.
Margarita: Me gustaría que nos viéramos. Te extraño mucho.
A lo largo de los días —desde la vez de aquella sorpresiva reunión en casa de Melissa—, ellos se habían estado comunicando por mensajes y, algunas veces, por las noches se llamaban antes de ir a dormir. Sí, todo en ellos estaba bien, pero a su vez era como estar congelados en el tiempo, sin poder avanzar, por temor a dar un paso en falso.
Y quizá ya era la hora de dar un salto al vacío, consciente de que abajo, alguien estaría para sostenerla.
Andrew: ¿Acaso me leíste la mente? Porque justo estaba por invitarte a almorzar.
Andrew: Dime a qué hora y lugar paso por ti.
Margarita: Estoy en la clínica, yo llego a tu trabajo, me queda de paso.
Andrew: Como gustes.
Andrew: Pero solo avísale a Melissa, porque te robaré lo que resta del día.
Su cita con la ginecóloga fue rápida gracias a que todo estaba muy bien, así como la doctora le dijo que a finales o inicios del otro mes, junio, su hija estaría naciendo. A eso de las once de la mañana salió de la clínica, pensando en que pasaría por un centro comercial que estaba en las cercanías, para esperar las horas que faltaban para que dieran la una de la tarde y Andrew saliera de trabajar.
Anduvo hasta dicho lugar, bajo un clima agradable gracias al clima opaco por las recurrentes lluvias. Caminó alrededor de tres cuadras, por lo que no fue problema para su estado, hacer dicho esfuerzo. Entretanto, y en el interior de una cafetería, se sumergió en sus pensamientos y pasó todo lo demás a un segundo plano. Margarita comenzó a planear lo que le diría a Andrew. Ya no podía mostrarse insegura, ni siquiera insinuarle a este último que dudaba de sus intenciones y de la determinación de las mismas. Eso, si se lo pensaba bien, resultaría como una ofensa a la inteligencia y palabra de Andrew.
Y Maggie sabía que, dudar de ello, era como dudar de él.
Andrew le llamó cuando faltaban poco menos de quince minutos para la una; y quedaron que él llegaría ahí. Maggie cortó la llamada, y miró hacía el ventanal que estaba a un costado de su mesa y notó que había alguien parado, observándola. Para cuando se percató de ello, esta figura alta y gruesa giró sobre los pies, y se perdió entre el mar de gente.
Ella pestañeó un par de veces, mirando aquel punto previo, en donde vio a ese sujeto, mismo que no pido reconocer dado que llevaba un anorak con la capucha puesta. Tras unos minutos, su celular alertó una llamada. Atendió sin molestarse en leer el nombre que brillaba en su pantalla.