Reveses de la vida

4. Repertorio de recuerdos

Someone you loved - Lewis Capaldi

 

Someone you loved - Lewis Capaldi

(Es la canción del capítulo)

Deja que el tiempo pase y ya veremos lo que trae       

Deja que el tiempo pase y ya veremos lo que trae.

—Gabriel García Márquez

Partieron el día viernes desde muy temprano; pese a que corrían el riesgo de toparse con Matías, eso a Maggie pareció no importarle mucho, aunque de ser sincera, por una parte tenía la leve esperanza de no verlo, al menos no dentro de un par de dí...       Partieron el día viernes desde muy temprano; pese a que corrían el riesgo de toparse con Matías, eso a Maggie pareció no importarle mucho, aunque de ser sincera, por una parte tenía la leve esperanza de no verlo, al menos no dentro de un par de días en lo que ordenaba un poco su vida. Y por el otro lado, ese valiente, deseaba ya terminar con todo.

—No me lo tomes a mal, pero si me encuentro a esa zorra o a él, no sé si logre controlarme —murmuró Melissa, mientras giraba en una esquina, para llegar a la calle en donde queda el departamento.

Maggie contuvo el aire cuando logró divisar el edificio de no más de veinte pisos. Sintió como el estómago se le revolvía, el golpeteo furioso de sus latidos y en cómo, otra vez, la repulsión regresaba a mares, toda la furia, la humillación y el dolor. Pero sobre todas las cosas, la determinación.

Se internaron en el mismo elevador y si se lo pensaba mucho, casi podía sentir que la escena de la tarde anterior se repetía frente a sus ojos, como si fuera el peor de los filmes. Cerró los ojos una fracción de segundo y se obligó a recordar todos y cada uno de los años que había desperdiciado al lado de un hombre que no valía la pena. Se obligó a recordar todas esas veces que sus padres le cantaron su futuro, lo que ella debía hacer. Entonces, entendió que, terminar su compromiso y mantenerse firme frente a sus padres, era algo que debía hacer porque se lo debía a ella misma, a nadie más.

Las puertas del ascensor se abrieron en el mismo piso, anduvo por ese pasillo que se sabía de memoria y abrió la puerta como una más de tantas veces. El silencio la recibió con una amena bienvenida y la fría soledad, que por tanto tiempo fue su fiel compañera, le dio un cálido abrazo, uno que sabía a despedida. Y fue cuando Maggie comprendió que esa vida había llegado a su fin.

Y se encontró muy agradecida con Dios por ello.

—No está —espetó entre dientes Meli, demostrando lo decepcionada que estaba.

—Lo más seguro es que está trabajando, ya sabes, no puede defraudar a su papá —murmuró Margarita a son de mofa, pero había mucha verdad en sus palabras. Sintió la mano de su mejor amiga sobre su hombro, infundiéndole apoyo, uno que necesitaba más que nunca.

—Saquemos todas tus cosas y larguémonos a mi casa... —dijo con voz suave.

—De acuerdo. —Inhaló aire sonoramente, echando fuera sus miedos, toda la tristeza y la incertidumbre que la había acompañado por años.

Visualizó su móvil sobre una de las mesas; ni siquiera recordaba en qué momento lo había dejado, pero luego memoraba la forma abrupta en que había salido huyendo de aquel lugar que no le sorprendía el hecho de haberlo dejado tirado sin reparar en ello. Se lo entregó a su amiga, sin molestarse en revisar el contenido que brillaba en la luz LED que alertaba las notificaciones. Tomó otra inspiración, elevó el mentón y se tragó las lágrimas, no de tristeza, sino de furia. Porque Margarita estaba furiosa e indignada con la cobardía de Matías.

«Engañarme con mi prima», pensó y dio una leve sacudida a su cabeza.

Y sin mayor preámbulo, se fue hasta la que era su habitación.




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