You are mine - Secret nation
Cuando tú vuelvas, si es que vuelves, no te vayas enseguida. Yo quiero acabarme contigo y quiero morirme en tus brazos. —Gabriela Mistral
Maggie se sentía ofuscada; enmarañada en la retahíla de pensamientos y recuerdos que estaban por volverla loca.
Soltó un suspiro y masajeó sus sienes; sopesando en lo que debía hacer, en lo que fuera mejor para todos o en la solución que la hiciera sentir menos miserable y mala hija. Miró la hora en su móvil y notó con algo de ilusión que Andrew estaba por llegar, miró su salita de estar e inevitablemente recordó los comentarios hirientes que su mamá le había dado.
—¿Aquí es donde quieres vivir? Por favor, Margarita, si es una pocilga. —Sacudió la cabeza—. No puedo creer que hallas preferido dejar las comodidades a las que estas acostumbrada por un capricho.
—¿Te estás oyendo?¡No es ningún capricho!, yo solo estoy dándome el valor que merezco...
—El valor que merezco —repitió con un dejo de sorna—. Y tus padres, ¿a nosotros dónde nos dejas?, has preferido darte valor pero a nosotros nos has abandonado... —Maggie negó y se tragó el sollozo que estaba por salir de su garganta.
—Yo no los estoy abandonando, mamá. Yo hago todo lo posible por ayudarlos todos los meses...
—¿Con el miserable sueldo que tienes en esa editorial de quinta? —El labio de Maggie tembló y otra vez se sintió como aquella chiquilla de quince años y a la que obligaban a comportarse de equis y ye manera para agradar a la sociedad y el renombre de su apellido. De nuevo se sintió de veinte años cuando la obligaron a aceptar comprometerse con Matías.
Otra vez se sintió poca cosa y sin las capacidades suficientes para poder ser la mujer que siempre soñó.
Agachó el rostro y liberó un par de lágrimas; entretanto su madre aprovechó para reñirle todas las "penurias" que estaba pasando, todas aquellas faltas al club y a las reuniones en sociedad. Sin embargo, lo que terminó por romper las pocas murallas que Margarita había forjado a su alrededor fue cuando su madre le dijo que, por su egoísmo, el señor Hunt había amenazado a su padre con deshacer la sociedad y como consecuencia sus padres quedarían en la ruina.
—Y Matías nos dijo que él aún está dispuesto a que continúen con la boda y que seguro de esta forma su padre ya no va a deshacer la sociedad... —Margarita se sintió al borde el colapsó mental y lo pensó, sí, pensó en permitir que su madre sembrara sus deseos en su corazón y que estos pronto crecieran y se explayaran en todo su interior como espinas.
Tanteó las cicatrices antiguas y rememoró "lo fácil" que había sido para ella siempre sucumbir ante los deseos ajenos. Pensó en que, al igual que antes, podría sobrellevar el peso de sus deseos frustrados y velar por su familia.
Pero reconoció que el precio que había pagado por todo lo anterior había sido mil veces más caro que todas las comodidades y lujos que había tenido en su vida. Porque a cambio de los breves momentos de paz y sin presiones familiares, había sido sumida en un letargo de sacrificio y oprobio. Y porque le habían vendido sumisión disfrazada de libertad.
—A mí no me gusta lo que Matías te hizo, se lo he reclamado hasta el cansancio. —La señora Castle se acercó a su hija y acarició el rostro de la misma, luego añadió—: Pero estoy segura que las cosas mejorará ahora que él aprendió su lección.
El sonido de alguien llamando a la puerta la sacó de su introspección, miró la misma con recelo y tentada a no emitir ningún sonido para quien sea que fuera el que estaba buscándola se cansara y se fuera. Pero entonces lo escuchó: