Rizos Y Risas

CAPÍTULO 1: RIZOS Y PRIMERAS IMPRESIONES

Eva.- El olor a peróxido nunca fue desagradable para mí; era el olor a promesa, a nuevos comienzos, a que alguien se había atrevido a pedir un poco más de sí mismo ese día. Lo digo en serio: no hay cliente que se siente en mi silla sin querer, aunque sea en el fondo, una pequeña revolución.

Mi refugio, "Rizos y Risas", era exactamente eso: una explosión de color salmón y verde menta que desafiaba la palidez de la calle. Los espejos eran grandes, sí, pero nunca los consideré instrumentos de vanidad, sino oyentes silenciosos. Oh, si esos espejos pudieran hablar... Habrían ganado el Pulitzer hace años.

Esa mañana, el caos inicial ya estaba en marcha. Lalo, nuestro flamante y torpísimo aprendiz, intentaba (y fallaba estrepitosamente) colgar un nuevo letrero promocional.

—Lalo, mi vida. Te dije un clavo, no un dinamitazo. ¿Necesitas un ingeniero o solo un banquito?

—Buenos días, Eva. Es que... la pared es terca. Y creo que este gancho es de Saturno —dijo él, limpiándose el sudor con el antebrazo y dejando una mancha de tinte rubio en su mejilla.

Sonreí, ese tipo de sonrisa que solo las dueñas de negocios y las madres saben dar: una mezcla de resignación, orgullo y una necesidad desesperada de café.

Mientras rescataba a Lalo del andamio, escuché el tintineo familiar de la puerta. Era Sofía.

Sofía era una clienta recurrente que siempre pedía el mismo corte: un bob clásico, pulcro, discreto, sin aspavientos. Pero hoy, algo era diferente. No era su cabello, aún impecable. Era su aura. Entró como si estuviera a punto de confesar un asesinato a un cura, no a pedir un retoque a su peluquera.

—Hola, Eva. ¿Tienes un hueco? Lo siento, no pedí cita —dijo, mordiéndose la comisura del labio de una forma que nunca había hecho.

Miré mi agenda. Tenía un hueco perfecto, el "hueco de la suerte" que a veces dejo para los dramas inesperados.

—Para ti, mi cielo, siempre hay hueco. Pasa a la silla de los secretos.

La llevé a mi estación, la que tenía el espejo más antiguo y el sillón más cómodo. Sofía se sentó, envolviendo la capa protectora alrededor de su cuerpo como si fuera un chaleco antibalas. El aire cambió; la ligereza que nos daban los colores vivos y la música de bossa nova se tensó con el peso de la ansiedad.

—¿El de siempre, Sofía? —pregunté, intentando sonar ligera mientras preparaba el atomizador.

—Sí, el de siempre. Pero... ¿podrías cortarlo un poquito más corto? No mucho. Solo... que se sienta diferente.

Ahí estaba la clave. Un "diferente" que no quería parecer diferente. Quería un escudo. Quería un disfraz. En mi mundo, un cabello no se corta para verse bien, se corta para sentirse lista para lo que viene. Y lo que venía para Sofía, Eva lo sabía, era grande.

Okay, mija. Un bob con un poco de audacia oculta —dije, encendiendo el secador, no para secar, sino para crear la burbuja de ruido que invita a las confesiones.

El espejo me devolvía la imagen de una Sofía rígida, con los ojos fijos en el suelo de baldosas. Yo no presionaría. Yo solo preguntaría:

—¿Y qué tal el fin de semana? ¿Mucha drama o mucha calma?

Sofía no respondió con un evento, sino con una exhalación:

—Mucha... anticipación, creo.

Y esa palabra, "anticipación," nos llevó a la historia que se cocinaba bajo su piel.

Sofía.- El espejo de Eva no miente, pero al menos no grita.

Me odio a mí misma en este momento. Llevo este secreto como una trenza mal hecha que no puedo deshacer. Se siente pegajoso y caliente.

Vine a "Rizos y Risas" por el mismo motivo que la gente va a la iglesia o al bar: para que alguien te escuche sin juzgarte, pero sin darte una respuesta definitiva. Eva es mi cura y mi bartender a la vez.

Mientras escucho el suave zumbido del secador, intento concentrarme en la conversación. Ella me pregunta por el fin de semana. ¿Cómo le explico que mi fin de semana fue una mezcla de terror y euforia porque... voy a desaparecer?

Okay, mija. Un bob con un poco de audacia oculta —la escucho decir.

Audacia. Eso es exactamente lo que necesito. La audacia de cambiar de vida, de ciudad, de identidad por un tiempo. Pero no puedo decírselo a Eva. No todavía. Su salón es un epicentro. Un epicentro de chismes controlados, sí, pero un epicentro al fin y al cabo. Si lo sabe Eva, lo sabrá Bruno, Lalo, y pronto Marta lo tendrá posteado con un filtro de lágrimas.

Mi corazón late fuerte, tan fuerte que temo que Eva lo escuche a través de mis omóplatos mientras peina.

—¿Y qué tal el fin de semana? ¿Mucha drama o mucha calma? —me pregunta Eva, y su voz es un bálsamo.

—Mucha... anticipación, creo —respondo, y me doy cuenta de que es la primera verdad que digo en voz alta en días.

Si me corto el pelo, será un punto de inflexión. Si me hago el bob de siempre, me sentiré como una impostora.

—Eva, necesito algo que se sienta como un punto final. Un final y un inicio.



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En el texto hay: amistad, secretos, enredos comicos

Editado: 10.11.2025

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