Rizos Y Risas

CAPÍTULO 3: CAFÉ AL LADO, HISTORIA A MEDIAS

Eva.-A veces siento que mi vida es un diner de carretera: siempre abierta, siempre sirviendo café, y siempre escuchando historias de gente que pasa por una crisis existencial. Pero hoy, en lugar de drama, tenía un encuentro de media tarde con Bruno, nuestro encantador barista de “La Taza Rota”, el café de la esquina. Un café que, irónicamente, reflejaba el estado de su corazón.

Bruno no era solo mi proveedor diario de cafeína; era una presencia constante, un buen hombre que usaba el humor para esconder una inseguridad casi tierna. Era un romance fácil, predecible, seguro. Y quizás por eso, mi mente lo consideraba en la categoría de “amigo valioso, pero no combustible para Eva”.

Cuando llegó al salón esa tarde, la música estaba un poco más alta. Lalo estaba intentando sincronizar unos movimientos de tijera al ritmo de una canción de los 80, y yo estaba dándole los toques finales a una señora que, después de un divorcio, había decidido que su pelo sería rubio platino, desafiando todas las leyes de la física y la genética.

—¡Eva! —exclamó Bruno, entrando y deteniéndose en seco para admirar el platino—. ¡Eso es valentía! Es como el salto al vacío, pero capilar. ¡Me encanta!

—Es un acto de fe, Bruno —respondí, dándole un guiño—. Hola, mi vida. Veo que hoy no vienes a entregar café, sino a descargar drama.

—Me conoces bien —dijo, dejando su mochila sobre una silla vacía—. ¿Recuerdas esa chica de anoche? La del tatuaje de brújula.

—La recuerdo. ¿Qué pasó? ¿Te perdiste en sus coordenadas?

Bruno se sentó en la sala de espera, que en ese momento estaba desierta, como un paciente que necesita una inyección de verdad. Se pasó las manos por su cabello, que siempre llevaba con ese look despeinado-pero-pensado que solo los baristas saben lograr.

—Peor. Tuve una revelación.

—¿Una revelación capilar o una revelación romántica?

—Las dos están conectadas, Eva. Yo le hablé de mis inseguridades, de cómo me da miedo el futuro, de mi tesis de la universidad que nunca acabé…

—... Y ella huyó.

—¡No, no huyó! Ella me dijo: “Bruno, eres adorable. Pero no estoy buscando un proyecto personal. Estoy buscando a alguien que ya haya puesto la primera capa de pintura.”

Me detuve. La metáfora era brutalmente perfecta, y me hizo pensar en Sofía y su look de doble fondo.

—La mujer tiene razón —dije, honestamente, acercándome con un cepillo para desenredarle suavemente un mechón—. Tú eres como un lienzo en blanco que espera que una mujer venga y te dé el primer pincelazo.

—¡Pero yo soy un romántico! ¡Me abro! ¡Soy vulnerable!

—No es vulnerabilidad, Bruno. Es comodidad. Es más fácil hablar de tus problemas que arreglarlos. Vienes aquí, me cuentas tu desastre, yo te doy una solución de vida y te vas sintiéndote mejor, sin tener que esforzarte.

Bruno se quedó en silencio, absorbiendo la verdad. Mi función como mediadora no era solo escuchar, sino dar el diagnóstico sin anestesia.

—Duele, pero es verdad —admitió—. Y por eso, Eva, te propongo un experimento. Olvídate del café que me ofreciste. Acepta una cena de verdad. Necesito saber cómo es tener una cita con alguien que ya está terminado. Alguien que no es un proyecto.

La propuesta me tomó por sorpresa. Bruno era el plan de contingencia perfecto, el que nunca pondría en riesgo mi corazón ni mi preciada zona de confort. La chispa era innegable: teníamos química, humor, y él me admiraba profundamente. Pero ¿era eso amor? ¿O era admiración disfrazada de romance?

Bruno.- Eva es mi ancla. Mi confesionario. Mi femme fatale que huele a acondicionador de lujo y tiene todas las respuestas. Cuando me dice que uso mis citas como terapia, sé que me conoce mejor que mi madre. Y me siento expuesto, pero a salvo.

Mi vida amorosa es una tragedia cómica. Siempre intento ser el tipo sensible, el que habla de sus sentimientos, y al final, todas quieren que sea su mejor amigo o su terapeuta. ¿Por qué no funciona? Quizás porque no tengo la valentía de Eva, la que se atrevió a dejar la ruta segura para abrir este santuario del cabello.

Cuando le propongo la cena, lo digo con toda la sinceridad de mi corazón roto. Necesito un modelo a seguir, y Eva es la única mujer que no tiene miedo de tomar las tijeras y cortar de raíz.

—Alguien que ya está terminado —le digo.

Ella me mira, y su mirada en la luz cálida de la peluquería es más deslumbrante que cualquier aro de luz de Marta. Veo su sonrisa, ese pequeño gesto de orgullo que tiene cuando sabe que va a ganar la batalla.

—Soy mucho más que un proyecto terminado, Bruno. Soy una obra en constante expansión —responde ella. ¡Dios, es perfecta!

Siento la urgencia de acercarme más, de decirle que mi corazón no está roto, sino que simplemente está esperando que ella lo repare con un poco de ese "doble fondo" que le dio a Sofía.

En ese momento, Lalo aparece a mi lado, sosteniendo un vaso de cartón que gotea.

Lalo .-Eva y Bruno están teniendo un momento. Se les ve la chispa, el glow up del amor. Lo sé porque el aire huele a café fuerte y a romanticismo. Y el romanticismo es, según Doña Aurora, tan inflamable como el tinte.



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En el texto hay: amistad, secretos, enredos comicos

Editado: 10.11.2025

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