Eva.-La mañana después de la hazaña de Marta y el coqueteo estratégico con Bruno se sentía gloriosa. El salón olía a café de verdad, no al volcán de Lalo, y la música de fondo era un jazz suave, como el sonido de una promesa bien hecha. Hoy, por fin, tenía un momento para mí: Doña Aurora.
Doña Aurora no solo era una clienta; era mi consejera no oficial, la prueba viviente de que la belleza no tiene edad, solo sabiduría. Su cita era mi oasis: una mañana de coloración tranquila con una dosis de perspectiva invaluable.
Mientras mezclaba su tinte (un cobre profundo, elegante, que rechazaba la oxidación y las tristezas), pensé en la vida. Bruno, el romántico desordenado, estaba comprometido a ser su propio proyecto. Marta, la ansiosa del like, había encontrado la paz en un croissant y la autenticidad. Los espejos de "Rizos y Risas" lo habían visto todo, y yo me sentía como una directora de orquesta que había logrado afinar a sus músicos.
El tintineo de la puerta anunció su llegada. Doña Aurora entró con su habitual calma, vestida de lino, con una elegancia que el tiempo solo había pulido.
—Buenos días, Eva. Veo que el aire está más limpio hoy. ¿Resolviste la crisis capilar de alguna joven? —preguntó, con esa voz grave y dulce que lo sabe todo, pero no lo presume.
—Buenos días, Doña. El aire está más limpio porque la autenticidad es un buen filtro. Y el café de Bruno es milagroso. Pasa a la silla de las reinas, por favor.
La conduje a la silla de la esquina, lejos del mostrador y el caos potencial de Lalo. Doña Aurora se envolvió en la capa y me miró con una seriedad inusual.
—Eva, querida, los espejos te están hablando hoy. Y no dicen cosas bonitas.
Me quedé quieta, las manos sobre el bol de color. Esa era la frase que usaba siempre que sentía que el chisme se estaba saliendo de control. Para ella, los espejos no eran de cristal; eran el reflejo del alma colectiva del barrio.
—¿Y qué dicen esos oídos de cristal hoy, Doña?
—Dicen que el refugio está bajo amenaza. Dicen que Sofía... dicen que va a vender su propiedad a una constructora de lujo, y que toda la calle se convertirá en un centro comercial desalmado. Dicen que “Rizos y Risas” será una cafetería trendy que cobra veinte dólares por un café sin alma.
El rumor me golpeó justo en mi miedo central: perder el foco comunitario, convertirme en “un negocio más”. Sofía tenía un secreto, sí. Pero ¿vender el barrio?
—Doña, eso es un chisme de peluquería de nivel cinco. Sofía solo vino a buscar un poco de audacia oculta.
—Sí, pero el chisme no necesita ser verdad para hacer daño. Ya sabes cómo es esto, Eva. La gente se siente insegura, y crea historias grandes para justificar sus pequeños miedos. Y la gente le teme al dinero sin rostro.
Mi mente de mediadora empezó a trabajar. Tenía que desmantelar el rumor antes de que Marta lo hiciera viral y Lalo intentara defender el salón con un aspersor de tinte.
—Cuénteme más. ¿Quién lo dijo?
—Fue la señora Elvira, mientras se hacía las uñas en la acera. Dijo que el look de Sofía era el de una mujer que había firmado un contrato multimillonario. ¡Y que tú eras su cómplice!
¡Mi cómplice! Esto era excelente. El humor y la paranoia, siempre de la mano.
Doña Aurora.-Eva tiene esa cualidad de transformar la calamidad en una cita de belleza. La amo por eso. Pero a veces, su pragmatismo le impide ver el terror que el cambio genera en el barrio.
Vine a advertirle, no a quejarme. Un rumor es como un cabello mal teñido: si no lo neutralizas a tiempo, se oxida y se vuelve un desastre irreversible.
Mientras Eva revisaba la saturación de mi tinte (un tono que me recordaba a un atardecer en mi pueblo natal), yo sentí la necesidad de insistir.
—Elvira no es una fuente confiable, Eva. Pero es una antena muy sensible. La gente del barrio teme perderte. Temen que este salón se convierta en una burbuja de aire que se va. ¿Qué es ese look de “doble fondo” que le hiciste a Sofía? Para ellos, suena a un plan secreto.
—Es solo un corte con capas, Doña. Un recordatorio de que uno puede ser fuerte por fuera y libre por dentro.
—Para el barrio, es la prueba de que te vas a convertir en una capitalista sin corazón que le arregla el pelo a los ricos que compran nuestra tierra.
El murmullo de Lalo desde la otra punta del salón confirmó mis temores.
Lalo.-Escuché a Eva y a Doña Aurora hablar en clave. Espejos que hablan. Amenaza al refugio. Capitalista sin corazón. ¡Esto sonaba a una película de conspiración! Y yo era el aprendiz, el que tenía que defender el salón.
Me acerqué a la mesa de toallas, fingiendo que las doblaba con esmero.
—Eva, ¿es verdad que vamos a tener que usar uniformes chic y subir los precios? Porque yo ya compré una colección de camisetas con mensajes irónicos. ¡Y si somos trendy, no puedo usarlas! —dije, preocupado.
—Lalo, mi vida. No vamos a usar nada chic. Vamos a seguir usando el humor y el peróxido. Y tú vas a dejar de escuchar a los espejos parlantes.