Eva.-La mañana después de mi café a salvo con Bruno se sentía como un día de tregua. No había rumores de gentrificación (gracias a Doña Aurora), no había crisis de validación (gracias al croissant de Marta), y el único olor fuerte era el de mi acondicionador favorito. Sentía el control, ese delicioso estado mental que precede a un desastre inevitable.
Mi atención, sin embargo, estaba dividida. Mañana venía Nico, el misterioso hombre de la cita de coloración a hora incómoda. Un hombre que me obligaría a romper mi propia regla de la “jornada tranquila”. ¿Qué tipo de hombre pide coloración a la hora de cerrar, sin ser un cliente conocido? Solo uno que vive en la estructura, o uno que adora el misterio. Yo apostaba por el misterio con un toque de neurosis.
Mientras pensaba en el posible tono de cabello de Nico, vi a Lalo. Lalo no estaba trabajando; estaba tramando. Tenía esa mirada de genio incomprendido que solo los aprendices tienen justo antes de un crimen capilar. Estaba leyendo su teléfono con la intensidad de un científico que ha descubierto la cura para la calvicie.
—Lalo, mi vida. La única vez que se mira el teléfono con esa intensidad es cuando se está pidiendo una pizza urgente. ¿Qué te traes entre manos?
—¡Eva! Es una técnica. Una técnica de vanguardia. Se llama “Desconstrucción Capilar por Fricción Cruzada” —dijo él, con los ojos brillando.
—Suena a tortura china. O a peinado de villano de James Bond.
—No, es la nueva tendencia de un gurú de Seúl. Usas las tijeras para crear capas sin ángulo, de forma intuitiva. Se trata de la intuición, Eva. ¡Dejarse llevar! ¡Dejar que el cabello te hable!
Yo resoplé. El cabello de Lalo solo le hablaba para pedirle que no lo quemara.
—Aquí, Lalo, no hacemos peinados intuitivos. Hacemos peinados que la gente pueda lavar sin necesitar una licenciatura en ingeniería. Y más importante: no hacemos experimentos en clientes de pago.
—Pero la clienta nueva, la señorita Vanesa... Ella me preguntó si podía hacerle algo atrevido. Y esto es atrevido. Esto es... arte, Eva.
Intenté razonar con él, pero ya era tarde. La puerta se abrió y entró Vanesa: una chica joven, con un chaleco de terciopelo, que parecía haber salido de una película de Wes Anderson, y que obviamente estaba lista para el arte.
—¡Lalo! ¡Estoy lista para la sorpresa! Hazme algo que desafíe la gravedad y la convención.
Me retiré a la zona de coloración, resignada. Lalo era la prueba de que el caos, si no se canaliza, se convierte en un desastre pegajoso. Yo tenía que mantener un ojo en su “intuición” y el otro en la preparación mental para el misterio llamado Nico.
—Lalo, cualquier cosa que hagas, ¡no uses fuego! —grité, más por hábito que por verdadera preocupación.
Eva no lo entiende. Ella es la maestra de la perfección controlada. Yo quiero ser el maestro de la perfección espontánea. Quiero que alguien salga de mi silla y diga: “Lalo Torres me cambió la vida con unas tijeras.”
La señorita Vanesa era mi lienzo perfecto. Me pidió atrevimiento. Y yo le daría la “Desconstrucción Capilar por Fricción Cruzada”. La técnica consistía en tomar mechones al azar y usar una tijera de entresacar en ángulos inverosímiles, creando un efecto de... bueno, eso lo descubriríamos al final. Lo importante era el proceso intuitivo.
Mientras Eva estaba ocupada preparando su tinte cobre profundo, yo puse mi música. Algo de tecno ligero para inspirar la fricción cruzada.
—Señorita Vanesa, relájese —dije, agarrando las tijeras con una confianza que no sentía—. Este es un acto de fe y arte.
—¡Ay, qué emocionante! —respondió Vanesa, cerrando los ojos.
Empecé el corte. Primer mechón: ¡Fricción! Segundo mechón: ¡Cruzada!
La teoría era que las capas intuitivas se superpondrían en una cascada de textura. La práctica, sin embargo, estaba resultando ser una masacre. Sentía que el pelo de Vanesa estaba aullando de dolor. Los mechones que cortaba no caían elegantemente, sino que salían disparados en ángulos de 90 grados, como si tuvieran vida propia y estuvieran tratando de huir.
En el espejo, vi que el lado izquierdo de Vanesa parecía un erizo enojado, y el derecho, un nido de pájaros. Había creado una asimetría que solo podía describirse como horror vacui capilar. No era “atrevido”; era una emergencia.
Mi corazón latía tan fuerte que temí que mis manos temblaran y cortaran algo vital. Mis ansias de impresionar habían creado una torpeza monumental.
En ese momento, la puerta tintineó. Era Marta, que venía a presumir su nuevo look de honestidad.
—¡Eva! ¡Mi pelo está triunfando! ¡La gente me envía mensajes de amor propio! —exclamó Marta.
Entonces, Marta se detuvo en seco, mirando a Vanesa. El silencio en el salón fue tan grande que hasta el jazz pareció dejar de sonar.
MARTHA.- Mi vida es ahora una celebración de la autenticidad, y yo quería compartir ese glow up con Eva. Entré a "Rizos y Risas" lista para el aplauso, pero me encontré con... un crimen.
El cliente de Lalo parecía haber tenido una pelea a muerte con un cortacésped.