Eva.-El salón era un hervidero de color y chismes controlados. Había convertido el rumor de la gentrificación en la "Jornada del Color Comunitario", donde cada cliente venía con un tinte y una historia para compartir. El ambiente era cálido, y la mesa de coloración, usualmente un lugar de trabajo serio, estaba llena de muffins y café de Bruno (que ahora venía como amigo y como proveedor oficial).
A pesar del éxito de mi diplomacia comunitaria, mi ansiedad estaba en un punto álgido. Hoy era el día, la hora de cierre, cuando Nico, el hombre misterioso de la estructura y la coloración tardía, debía aparecer. Sentía la misma presión que antes de un examen final: la necesidad de tener todos mis cabos sueltos atados.
Mi cita más importante de la mañana era Doña Aurora, que llegaba para su retoque de cobre. Ella era el ancla de la comunidad, la que no necesitaba esconderse. Por eso, su petición fue una sorpresa.
—Eva, mi cielo —dijo Doña Aurora, sentándose con una expresión de conspiración tierna—. Hoy necesito un look que me haga invisible.
—¿Invisible, Doña? —pregunté, frunciendo el ceño—. Pero si usted es el faro del barrio. ¿Por qué querría esconderse?
—No quiero esconderme de la vida, Eva. Solo de la nostalgia. Resulta que en la reunión de ex-alumnos del mes pasado... un antiguo amor va a estar presente. Y no quiero que me reconozca. No quiero que me vea como... la versión que él dejó.
—¿Y por qué no quiere que la vea? ¿Para fastidiarlo? —pregunté con una sonrisa.
—No. Para darle una oportunidad a la versión que soy ahora. Él es la nostalgia, Eva. Yo quiero ser la sorpresa. Y la sorpresa, a mi edad, viene con una buena dosis de camuflaje.
El conflicto era palpable. Doña Aurora quería cambiar sin perder su identidad, quería ser vista como una mujer nueva, pero temía que la nostalgia del pasado la atara.
—No quiero un disfraz como el de Sofía, Eva. Sofía se fue a la guerra con su Color de Camuflaje. Yo solo quiero ir a un baile y que la melodía sea diferente.
Le toqué suavemente la mano. Entendí. La valentía no siempre estaba en el cambio radical, sino en la sutil redefinición de uno mismo.
—De acuerdo, Doña. Cero camuflaje. Cero esconderse. Vamos a crear un look que no esconde el pasado, sino que lo celebra y lo lleva al futuro.
Doña Aurora.-La silla de Eva es el mejor diván del barrio. El solo hecho de confesarle mi pequeña vanidad de anciana me hizo sentir mejor.
Mi gran miedo no era el viejo amor; era la imagen que ese amor guardaba de mí. La juventud, Eva, es una jaula dorada. Y yo ya no quería ser el recuerdo de la chica que fui.
—Yo siempre he sido la mujer del cobre, Eva. El color de la tierra, de la calidez. Pero si me pongo mi cobre de siempre, él me verá, me nombrará, y me reducirá al recuerdo que tiene. Y yo quiero que se sorprenda. Quiero que se pregunte: ¿Quién es esa mujer tan interesante?
Escuché los murmullos de la sala de espera. Lalo estaba contándole a Marta cómo intentó una vez disfrazarse de árbol para no ir a una boda, y Marta estaba respondiendo que ella se disfrazaba de sí misma, pero con un filtro vintage, para confundir a sus haters. El humor era un escudo.
—Eva, ¿es posible celebrar mi identidad sin perder la nostalgia? ¿Es posible ser nueva sin ser una mentira?
—Claro que sí, Doña. Su nostalgia es el cimiento. Yo soy la arquitecta.
Eva comenzó a mezclar el color. Vi en el espejo su concentración, esa chispa de artista.
—Haremos esto: no vamos a tocar su base cobre, que es su esencia. Pero vamos a añadir unos toques de luz casi dorados en las puntas, como si el sol de un nuevo día le hubiera dado un beso. Será sutil, pero cuando se mueva, el oro hablará. Será un look que dice: "Soy la mujer del pasado que encontraste, pero también soy la mujer del futuro que no conoces".
La idea me pareció poética y práctica. Era un "Look de Esperanza". Y eso era lo que realmente quería: esperanza en lugar de nostalgia.
Marta .-La sala de espera de Eva es mejor que un reality show. Hoy, Doña Aurora, la sabia del barrio, quería ser irreconocible. ¡El nivel de drama!
—Lalo, ¿te imaginas que intentas esconderte de la señora Elvira para no ir a comprarle los jugos verdes? ¡Eso sí que es un disfraz! —le dije a Lalo, riendo mientras me retocaba el maquillaje.
—Yo lo intenté, Marta. Me puse una peluca gris. Y me dijo: ‘Lalo, ese gris te queda fatal. Tienes un tono de piel más cálido’. ¡Elvira me reconoció por mi aura cromática! —dijo Lalo, frustrado.
—Mi técnica es mejor: yo solo uso un filtro que me pone los ojos de color verde neón. Así, si mi ex me ve en la calle, piensa: "Esa no puede ser Marta, esa chica tiene ojos alienígenas." ¡Es infalible!
De pronto, Doña Aurora me miró desde su silla.
—Marta, querida. No necesitas filtros ni ojos de neón. El mejor camuflaje es la honestidad. La gente no espera que seas tú misma. Esperan el filtro. Así que, cuando eres tú misma, eres completamente impredecible.