Rizos Y Risas

CAPÍTULO 11: LA VERDAD EN TINTA ROJA

Eva.- el diario de Marta era una bomba de tiempo con tapas de color rosa. Lo leí en la trastienda, bajo la luz fluorescente de los suministros. La verdad era más complicada que cualquier rumor.

Marta era la dueña original del edificio (heredada de su padre), pero su tía, Doña Elvira, se lo había arrebatado legalmente en un momento de crisis, manipulando las finanzas y obligándola a firmar la venta. Elvira había comprado la propiedad por una miseria, y ahora, al venderla al Consorcio V-7, obtendría una ganancia diez veces mayor. La revelación en tinta roja no era solo un chisme; era la cláusula de un fraude familiar.

Salí de la bodega con el diario en la mano, mi corazón latiendo con rabia. Elvira no era solo la dueña negligente; era una ladrona de sueños. Y ahora, mi refugio estaba en sus manos.

Nico estaba sentado en la silla, con un turbante de plástico en la cabeza que, de alguna manera, lograba que se viera profesional y guapo.

—¿Y bien, Eva? ¿Qué dice el diario de Marta?

—Dice que Elvira no es la dueña. Es la antagonista. Manipuló a su propia sobrina para robarle este edificio. Ella tiene el poder legal, pero nosotros tenemos la verdad moral. Y tenemos una víctima.

Me senté a su lado, la cercanía de su cuerpo una promesa de cordura.

—Nico, necesito que mi caos se encuentre con tu cabeza fría. Necesito un plan que use el sentimiento como arma y la lógica como escudo.

—Me gusta esa dirección, Eva. Usaremos la verdad de Marta. Y yo usaré mi conocimiento del mercado inmobiliario. Esto no es solo un conflicto legal; es una guerra por el propósito. Elvira quiere dinero; nosotros queremos la permanencia.

La tensión entre la mezcla del color y la de la conversación era tan densa que podía cortarse con mis tijeras. Me acerqué a él, con la brocha cargada de color, lista para empezar. Este era el momento íntimo, el baile del peluquero, donde la cercanía es forzada y la guardia debe bajarse.

—Cierra los ojos —susurré, mientras el primer mechón de cabello recibía el color.

Y justo cuando el silencio se hizo profundo, y el calor de su respiración rozaba mi mano, un grito agudo rompió el momento.

—¡Es mío! ¡Lo necesito!

La voz era de Marta, una clienta habitual con un talento especial para el drama y una pasión por los secretos ajenos. Estaba de pie en la puerta, jadeando, sus ojos de mapache delineados por la urgencia.

—¿El qué, Marta? ¿Tu dignidad? —preguntó Lalo, que aún estaba limpiando rastros de gelatina verde en la trastienda.

—¡Mi diario! Lo dejé en la silla de espera. ¡No lo leas! ¡Por favor, Eva, no lo leas!

Eva se giró, el corazón latiéndole a mil. En la silla de espera, justo al lado de donde Nico había estado, había un cuaderno de tapa rosa intenso, abierto por la mitad.

Nico.- Yo había cerrado los ojos por Eva. No por el tinte, sino porque me lo había pedido. En ese instante de ceguera voluntaria, el mundo se había simplificado a la sensación de sus dedos cerca de mi cuero cabelludo, la mezcla química de su trabajo, y el suave aroma a lavanda que Eva usaba. La geometría de su trabajo era fascinante: precisión, repetición y un resultado impredecible.

El grito de Marta fue una sirena de ambulancia en medio de un concierto de música clásica. Eva se tensó, pero su mano se mantuvo firme.

—Marta, tranquila. Está aquí. No he...

Pero Marta ya estaba corriendo hacia la silla. En su prisa, tropezó con una caja de revistas y chocó justo contra el mostrador. El impacto no fue nada, pero el diario cayó y se deslizó por el suelo, abriéndose en una página con letra grande y apasionada.

Mis ojos, entrenados para leer planos de construcción, no pudieron evitar leer el encabezado, escrito en rojo:

"LA VERDAD SOBRE EL INMUEBLE Y CÓMO LO OBTUVE."

Eva leyó lo mismo. Su mandíbula se apretó.

—¡Marta, recógelo! —ordenó Eva, su voz grave.

Marta se abalanzó sobre el diario, pero no fue lo suficientemente rápida. Lalo, intentando ayudar, agarró el cuaderno, pero sus ojos ya habían escaneado la frase. Su rostro se puso blanco como el oxidante.

—Espera un momento. —Lalo miró la página, luego a Eva, luego a Marta—. Marta, ¿este diario... habla de la venta del edificio? ¿De este edificio?

El aire se hizo irrespirable. Yo sabía que el edificio del salón estaba en peligro de ser vendido a un desarrollador. Pero la dueña actual era Doña Elvira. ¿Qué tenía que ver Marta?

Eva se acercó, su rostro un estudio de frustración profesional y pánico personal.

—Lalo, entrégamelo. ¡Ahora! —Eva extendió la mano, y Lalo se lo dio, casi temblando.

Marta rompió a llorar. —¡Se suponía que nadie sabría! Yo... yo soy la que...

Eva pasó la página. La Verdad. La Verdad sobre el edificio. No un chisme, no un rumor, sino un secreto que podía afectar su refugio, la reestructura de su vida.

—Nico, necesito un minuto —dijo Eva, acercándose a mí. Su rostro estaba a centímetros del mío, sus ojos color avellana buscando mi anclaje—. Prometo que este caos no arruinará tu cabello. Pero esto... esto es importante.



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En el texto hay: amistad, secretos, enredos comicos

Editado: 24.11.2025

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