Eva.- A Marta no la encontré en el salón, sino acurrucada en una banqueta frente a la pastelería de la esquina, con la cabeza enterrada entre las rodillas. No había rastro del brillo de su selfie o de la pose perfecta. Solo una mujer avergonzada.
Me senté a su lado. El olor a croissant recién horneado flotaba en el aire, un contraste casi cruel con el hedor de la traición y el miedo.
—¿Elvira te hizo firmar eso, verdad? —pregunté sin rodeos, pero con la voz suave que uso cuando estoy a punto de neutralizar un tinte catastrófico.
Marta levantó la cabeza. Sus ojos estaban rojos, pero secos.
—Mi padre se la dejó a las dos, Eva. Pero mi parte era una locura de deudas. Yo estaba hundida, y Elvira... ella apareció con una oferta de “rescate” legal. Me dijo que era para salvar la fachada, pero era para salvar sus bolsillos. En el contrato... cedí los derechos de venta.
—Y por eso te has pasado meses buscando validación en una pantalla —dije, sintiéndome como si le estuviera peinando el alma—. Te quitó la seguridad, Marta, no solo el ladrillo. Te hizo sentir tan poca cosa que necesitabas que tres mil desconocidos te dieran permiso para existir.
Marta rompió a llorar, un llanto silencioso y amargo.
—Soy la razón por la que pierdes tu salón, Eva. Soy un fracaso.
—No. Elvira es una estafadora profesional. Tú eres una víctima con un terrible sentido de la autovaloración. Pero eso termina aquí.
Le tendí la mano.
—Nico y yo tenemos una estrategia, pero solo funciona si tú nos das el consentimiento. ¿Vas a seguir escondida en la sombra de tu tía, o vas a cortar con ella de una vez por todas? Tienes que elegir. ¿La pose o la permanencia?
Marta me tomó la mano. Sus dedos, que normalmente tecleaban mensajes, ahora temblaban.
—Quiero cortar. Quiero pelear.
Ahí estaba la Marta que necesitábamos. La guerrera.
Nico.- El plan no era solo legal; era una cuestión de narrativa.
Eva regresó al salón con Marta, quien tenía el rostro decidido y el cabello revuelto. Lalo estaba intentando secar el suelo con una secadora de cabello. Bruno limpiaba las mesas de café con una intensidad obsesiva. El caos habitual, pero con un propósito.
—Bienvenida al equipo, Marta. Eres el argumento de peso —le dije, poniendo sobre la mesa un bloc de notas y un termo de café que Eva acababa de prepararme.
—Ya tenemos la prueba de la negligencia en la firma, pero necesitamos más. El Consorcio V-7 solo responde a los números. Así que vamos a darles un número que no podrán ignorar: la fuerza de la comunidad.
Me senté con Eva a mi lado. Ella me dio una mirada de total confianza.
—El plan es la Cooperativa de Rescate. Es la única manera de que compremos el edificio de vuelta antes de que el Consorcio lo obtenga.
Marta parecía confundida.
—¿Comprarlo? ¿Con qué dinero?
—No con dinero, sino con lealtad —intervino Eva, entendiendo el alma del plan—. Necesitamos que la gente que nos ama, la gente que depende de este refugio, invierta en él. Cada cliente, cada vecino, cada amigo. Pequeñas sumas, pero muchas.
Nico me sonrió. Le encantaba cuando yo traducía su lógica a emociones.
—Exacto. Esto convierte el salón en un Ancla Social. Legalmente, una propiedad con una cooperativa de microinversores es mucho más difícil de demoler. Vamos a darle a Elvira y al Consorcio una elección: o lidian con una batalla legal larga y ruidosa que afectará su reputación, o venden a la comunidad por un precio justo.
—Pero, ¿quién hablará con ellos? —preguntó Marta, aún con miedo.
—Tú —dije. Eva y yo hablamos al mismo tiempo.
Eva.-Marta me miró horrorizada.
—¿Yo? No puedo ni negociar un descuento en la manicura.
—Sí, puedes. Dejaste que Elvira te hiciera sentir pequeña. Ahora vas a usar esa rabia. Vas a ir a cada cliente y les vas a contar la verdad. No para pedirles dinero, sino para preguntarles: "¿Qué vale para ti tu refugio?" —dije, agarrándole la barbilla para que me mirara a los ojos—. Tú eres la que se conecta en redes, Marta. Haz un bien con esa habilidad. Conviértete en nuestra Embajadora de la Comunidad.
Lalo, que había estado escuchando desde la esquina, intervino:
—¡Podríamos crear un hashtag! #RizosYRaíces.
—¡Me encanta! —dije. El humor siempre es la mejor defensa.
Marta sonrió, por primera vez, una sonrisa auténtica. Ya no era la esclava de las selfies; era una activista.
—Necesitarás un corte que refleje esa fuerza —le dije, tomando mis tijeras—. Un look que diga: soy mi propia dueña.
Mientras Nico se iba para comenzar su investigación legal, me concentré en Marta. El drama legal había empezado. Y el romance también, sellado por un pacto silencioso de cabeza fría y pasión. El camino sería difícil, pero por primera vez, Eva no estaba sola. Ella tenía un equipo, y el equipo tenía un propósito.