Rizos Y Risas

CAPÍTULO 14: EL MANIFIESTO DE LA COMUNIDAD Y LA SOMBRA DE ELVIRA

Marta .-Mi nuevo cabello rubio fresa era el color de la inocencia, la coartada perfecta. Pero bajo esa capa de dulzura capilar, yo era la Cronista del Caos, el topo redimido. Tenía mi teléfono en mano y una misión: documentar la vida cultural y social del edificio.

Mi primer objetivo fue Bruno, el hombre del café, el que mejor olía a tierra y esperanza en la mañana. Lo intercepté en su cafetería, al lado del salón, con el teléfono grabando disimuladamente (o eso creía yo, Nico me había dicho que la sutileza era un músculo, y yo era nueva en el gimnasio).

—Bruno, necesito tu testimonio para un proyecto de redes. ¿Qué significa "Rizos y Risas" para ti y para tu negocio?

Bruno, con el delantal manchado de café, se inclinó hacia la cámara.

—Mira, Marta. Este edificio no es solo donde hacemos café; es donde la gente se cuenta sus vidas. La gente viene aquí después de pasar por Eva, porque se sienten seguros y bellos. Si Eva se va, se va el latido del corazón de esta cuadra. Es una cadena, ¿sabes? Ella les da confianza, yo les doy cafeína. Ambos somos esenciales.

¡Boom! "El latido del corazón." Eso era oro puro para el manifiesto.

Mi segunda parada fue Doña Aurora, la sabia del quiosco, la mujer que había visto pasar cuatro alcaldes y diez tendencias de cabello.

—Doña Aurora, ¿cuánto tiempo lleva Eva aquí?

—Eva es la tercera generación de este salón, niña. Su abuela me peinó para mi primera cita. Su madre me hizo el color para mi jubilación. Y Eva me hace los rulos para que me sienta joven. Esto no es un negocio; es una cápsula del tiempo con permanentes. Cada vez que alguien entra a ese salón, se lleva una memoria, no solo un corte.

Terminé mi turno sintiéndome como una productora de documentales ganadora de un premio capilar. Había reunido dos joyas de testimonio, y el rubio fresa había funcionado: nadie sospechaba que estaba luchando una guerra inmobiliaria.

Eva .-Nico había desaparecido tan rápido como había llegado, como un fantasma de la eficiencia, solo para enviar un plan detallado de "Documentación 360" a mi correo. La resaca emocional de nuestro beso se mezclaba con la adrenalina de la batalla.

Me senté en la oficina con Lalo, que revisaba las cerraduras con una seriedad cómica, mientras yo editaba el contenido de Marta.

—Lalo, escucha esto —dije, reproduciendo el audio de Bruno.

Lalo, el hombre de pocas palabras y mucha acción, asintió.

—Tiene razón. Sin Eva, el café no sabe igual.

El trabajo de Marta era conmovedor. Ella no solo grababa; capturaba la lealtad incrustada en las paredes. El plan de Nico era impecable: usar la verdad, el afecto y la historia como escudo legal.

—Tenemos que mandar estos testimonios al correo de Doña Elvira, la dueña del edificio —murmuré—. Pero antes, necesito que el Consorcio sepa que estamos jugando.

Y justo en ese momento, la puerta principal del salón se abrió, y la luz se atenuó.

La Sombra de Elvira

La mujer que entró era la antítesis de "Rizos y Risas." No llevaba tinte ni laca. Llevaba una chaqueta de tweed perfectamente adaptada y unos tacones que sonaban como sentencias en el suelo de baldosas. No era una clienta; era un acto de clausura esperando ocurrir.

Ella no miró los espejos, ni las revistas. Sus ojos escanearon el techo, las paredes, la caja registradora, como si hiciera un inventario de lo que pronto sería suyo.

—¿Eva? —preguntó su voz, que era tan clara y fría como un cristal recién cortado.

—Soy yo —respondí, con el corazón latiendo al ritmo de un tambor de guerra.

—Soy Elvira. Doña Elvira. La tía de Marta.

La reconocí. Su foto estaba en el viejo diario de alquiler que Nico me había hecho leer. Ella no era solo la tía; era la figura de poder que había permitido el trato con el Consorcio V-7. Su aura no era la de una dueña de edificio; era la de una depredadora inmobiliaria.

—Marta me ha hablado mucho de ti, Eva. Dice que eres excelente en los cambios de imagen.

Su tono era un dardo. Un cambio de imagen era lo que planeaba para todo el edificio: transformarlo de un refugio a un solar.

—Y Marta es excelente en el descubrimiento de valor, Doña Elvira. No se preocupe.

—Yo vengo a ver el estado de mi propiedad. Mi abogado me ha recomendado que me asegure de que está todo en orden antes del proceso de reestructuración legal.

La frase "proceso de reestructuración legal" sonó a sentencia de muerte.

—¿Y qué opina de la edificación? —pregunté, forzando una sonrisa profesional.

—Opino que es antigua. Tiene carácter, sí. Pero la funcionalidad moderna requiere cimientos más limpios. Menos... drama.

Ella se acercó a mi estación de trabajo y rozó mi tijera de entresacar con un dedo enguantado.

—Las tijeras viejas cortan mal, Eva. Hay que saber cuándo reemplazarlas por herramientas más eficientes. Me pregunto si sus clientas lo saben.



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En el texto hay: amistad, secretos, enredos comicos

Editado: 24.11.2025

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