Rizos Y Risas

CAPÍTULO 17: EL FRENTE A FRENTE: ELVIRA CONTRA LA COMUNIDAD

Eva. La sala de reuniones de Doña Elvira era tan fría y cuadrada como ella misma. Paredes blancas, una mesa de metal brillante, y una vista que daba directamente al muro de ladrillo del edificio vecino. No era un lugar de vida, sino un lugar de transacciones.

Me senté junto a Nico, que vestía un traje oscuro y tenía la expresión de un abogado que está a punto de ganar su primer caso grande. Lalo y Marta estaban estratégicamente ubicados cerca de la puerta, actuando como nuestro soporte emocional y, en el caso de Marta, como nuestra cronista de la justicia.

Doña Elvira entró, vestida de rojo intenso, como un semáforo que dice "Detente". Su rostro estaba tallado en granito de superioridad.

—Señorita Eva, arquitecto Nicolás. No sé por qué insisten en alargar esto. Sus pequeños negocios son sentimentales. Tienen mi firma y el plano aprobado. La demolición es inminente.

—No tan inminente, Elvira —dije, sintiendo cómo la adrenalina calentaba mi voz—. Hemos estado ocupados.

Nico deslizó dos documentos sobre la mesa, uno al lado del otro. A la izquierda, la fotografía de la página vacía del libro de mantenimiento. A la derecha, una copia del plano arquitectónico que Elvira había firmado.

—Elvira, usted firmó este plano indicando que el edificio es peligroso y que autoriza su demolición —comenzó Nico, con su tono de 'Caoba de Inversión'—, pero este otro documento, el libro de mantenimiento, demuestra que usted no hizo las reparaciones necesarias en siete años.

La cara de Elvira permaneció inexpresiva, pero noté una ligera contracción en su mandíbula.

—El edificio se cae solo. Es viejo. La ley me respalda para proteger mi inversión.

—La ley la respalda para mantener su propiedad, no para destruirla por negligencia premeditada. —intervine, empujando la foto del libro hacia ella—. Usted estaba esperando que fallara. Querías la demolición para vender el terreno limpio. Esto no es un accidente, es un abandono intencionado.

Elvira. ¡Qué insolencia! ¿La estilista y el arquitecto chic tratando de darme lecciones de moralidad? Mi plan era perfecto: usar el plano, culpar a la vejez, y salir con una ganancia de diez veces el valor.

Miro la foto del libro. Sí, está vacío. Fue un error de mi administrador no haber llenado las páginas con entradas falsas, pero ¿quién mira un libro de mantenimiento?

—Ese libro no prueba nada. Es solo un papel. El plano, en cambio, es un documento oficial, sellado y firmado. Muestra la estructura del futuro.

—Y su firma en ese plano es su perdición —dijo Nico, cruzando las manos con calma.

—¿Mi perdición? ¡Es mi protección!

Nico sonrió con aire de suficiencia. Esa sonrisa me hizo sentir un escalofrío.

—Si el edificio es realmente tan peligroso como afirma el plano que firmó, ¿por qué razón legalmente justificada se negó a repararlo durante siete años? —continuó Nico, elevando el tono—. La negligencia es un problema civil; el incumplimiento de su deber como dueña, cuando ya había sido advertida del peligro por una inspección que usted misma ordenó (la cual firmó), es una falta mucho más grave. El plano y el libro se anulan mutuamente. O miente en el plano o cometió un delito en el mantenimiento. No puede tener ambas.

Sentí que el aire se me iba. La trampa estaba ahí. Lo que me protegía (el plano) se había convertido en el arma más fuerte en su contra (el libro). La Tensión de Nico era real.

—Esto es un juego. No tienen el capital para pelear esto en tribunales.

—Puede que no tengamos el capital de un consorcio —dijo Eva, su voz suave pero firme—, pero tenemos algo que usted no: el temperamento de la comunidad.

Nico. Ese era mi momento. Había neutralizado su arma legal. Ahora, a por el golpe de gracia social.

—Elvira, esta no es solo una pelea por un edificio. Es una pelea por el tejido social de una cuadra. Hemos presentado una demanda por violación del deber fiduciario, y adjuntaremos el testimonio de diez inquilinos que afirman que usted ignoró sus peticiones de reparación durante años.

En ese instante, la puerta se abrió. No fue Marta o Lalo; fue Doña Aurora, con su quiosco portátil de periódicos, y Paolo, con una olla de su famosa salsa "Temperamento". Detrás de ellos, una docena de vecinos.

—¡Elvira! —gritó Paolo, con la olla en la mano—. El alma de mi restaurante se queda aquí. ¡Esta salsa tiene más personalidad que sus negocios turbios!

Doña Aurora puso su quiosco justo frente a la puerta, bloqueando el camino.

—Tú puedes tener el papel firmado, Elvira, pero nosotros tenemos las raíces firmadas. Y las raíces son más profundas que cualquier cimiento.

Elvira miró a la multitud, su rostro rojo vivo. Su poder se basaba en la soledad de sus víctimas. La presencia de la comunidad la paralizó.

—Esto es acoso. Los voy a demandar a todos.

—Adelante —dije, recostándome en la silla—. Pero tendrá que explicarle al juez por qué intentó demoler su propio edificio por negligencia, mientras un quiosquero, un chef, y un estilista tienen la intención de restaurarlo con sus propios recursos.



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En el texto hay: amistad, secretos, enredos comicos

Editado: 24.11.2025

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