Rizos Y Risas

CAPÍTULO 19: LA LISTA DE DESEOS IMPOSIBLES Y EL PRECIO DE LA ESPERANZA

Eva. El ambiente en “Rizos y Risas” era de resaca. Una resaca gloriosa, de victoria táctica contra Doña Elvira, sellada con el beso de Nico. Pero ahora venía la parte difícil: la financiación.

Habíamos convocado a los inquilinos para discutir el “Plano de Rescate: Fase Financiera.” La meta era noble (comprar el edificio), pero el precio era alto. Necesitábamos un compromiso económico, una señal de que el sentimiento podía traducirse en capital.

—Escúchenme, mi gente —dije, subida a un pequeño taburete, mientras el salón estaba lleno de clientes y aliados. —Hemos salvado nuestro refugio del Consorcio V-7. Pero para comprar el edificio, necesitamos demostrarle a Elvira que no solo tenemos Temperamento (gracias, Paolo), sino Tesoro.

—¡Yo tengo mi alcancía de gatos! —gritó Bruno, con entusiasmo.

—¡Yo tengo todos mis likes en Instagram! —dijo Marta.

Y ahí estaba el problema. Teníamos valor emocional, pero la hipoteca se pagaba con dinero real.

—Nico, mi consultor estructural, nos ha dado el número que necesitamos para el primer depósito: cincuenta mil dólares. —El número cayó en el salón como una bomba de peróxido.

Hubo un silencio espeso, roto solo por el sonido de Lalo quejándose en voz baja. La esperanza era fuerte, pero el miedo era más ruidoso. Vi el terror en los ojos de Bruno y la duda en el rostro de Doña Aurora.

Tenía que hacer que el dinero pareciera menos un riesgo y más una inversión en un sueño.

—De acuerdo —dije, con una sonrisa amplia—. Olvídense del dinero por un minuto. Vamos a soñar. Hoy, vamos a hacer la “Lista de Deseos Imposibles.” Si este edificio fuera vuestro, si no hubiera límites, ¿qué sería lo más loco, más maravilloso, más imposible que le pedirían a “Rizos y Risas” para su negocio o para su vida?

Esto funcionó. El salón se llenó de murmullos de sueños.

Marta. Mi deseo era obvio: la fama. La validación que Nico había llamado “ancla social” y que yo llamaba mi glow up eterno.

—¡Yo quiero una Cámara de Colágeno de Luz LED! —exclamé, sintiendo la mirada de todos. —Es lo último. Te da un brillo interior y exterior. Es la única forma de conseguir el “Look Auténtico sin Filtro”. ¡Y quiero que el salón tenga una sala de podcasts para mis reels!

—Marta —dijo Lalo, escéptico—, ¿eso cuánto cuesta? ¿Mil dólares?

—¡Mil dólares! —se rió Marta—. ¡La Cámara de Colágeno cuesta diez mil, mi vida! Pero con ella, "Rizos y Risas" sería el centro de influencia de toda la ciudad. ¡Sería una inversión!

Paolo, el chef italiano, levantó la mano.

—Yo quiero un horno de leña de importación. Uno que haga la pizza tan auténtica que mi Nonna resucite para probarla.

Bruno suspiró, melancólico, mirando su taza.

—Yo quiero que mi café tenga una “Cláusula de Lealtad” para todos mis clientes. Que nunca me dejen. Y una máquina de espresso que te escriba un poema.

El caos de los deseos imposibles se había desatado.

Nico. Llegué al salón con mi portafolio, sintiendo el ambiente de “Rizos y Risas” vibrar con un frenesí de sueños imposibles. Eran la antítesis de mi PRVS.

Eva me recibió en la puerta, con una sonrisa que decía: “Mira mi caos, arquitecto. ¿Aún te atreves a construir en él?”

—Marta quiere una Cámara de Colágeno de diez mil dólares, Nico. ¿Qué te parece nuestra inversión emocional? —me susurró al oído.

—Me parece que has abierto la caja de Pandora de la vanidad. Necesito que esa lista tenga un precio final. La estructura se basa en los límites, Eva.

Nos separamos y me dirigí al centro de la sala. Yo tenía el precio del rescate. Ellos tenían la lista de deseos.

—Eva tiene razón: la inversión es en sueños —dije, con mi voz grave, intentando estructurar el caos—. Pero cada sueño tiene un precio. Y cada precio se suma.

Doña Aurora, que había estado observando la escena con su habitual calma, levantó su mano, cubierta por su guante de jardinería.

—Mi deseo es simple. Yo quiero un banco de madera para poner fuera del quiosco. Uno con sombra. Un banco para que la gente se siente sin prisas. Un banco para que la gente se cuente la vida, como se hacía antes.

—¡Un banco! —se rio Marta—. ¡Qué aburrido!

—No es aburrido, Marta —dijo Doña Aurora, con sabiduría—. Es el cimiento de la conversación. No tiene precio.

Y ahí estaba la clave. El deseo más simple, el más profundo.

Eva. Miré a Nico, que había captado el punto de Doña Aurora al instante. Su rostro se suavizó. No todos los deseos se medían en diez mil dólares. Algunos se medían en paciencia y comunidad.

—Arquitecto, ¿cuánto cuesta un horno de leña de importación para Paolo?

—Veinte mil dólares, fácilmente —respondió Nico, sacando una pequeña calculadora de su bolsillo.



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En el texto hay: amistad, secretos, enredos comicos

Editado: 24.11.2025

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