Eva. El salón estaba a media capacidad: Marta estaba terminando un tratamiento de brillo, Lalo aplicaba un fade con la concentración de un monje, y yo estaba con una clienta de siempre, Doña Gloria, que venía por su retoque de siempre y el chisme de siempre. Habíamos pasado la fase más crítica de la Cooperativa, y el día se sentía organizado. Demasiado organizado.
Y entonces, el universo decidió que mi vida no podía quedarse sin su cuota de improvisación.
Un chasquido seco y agudo provino del panel eléctrico, seguido por el silencio más abrupto y pesado. Todas las luces se apagaron. Los secadores se detuvieron a mitad de zumbido, la música se silenció, y la penumbra total invadió "Rizos y Risas".
—¡Ay, Dios mío! —gritó Doña Gloria, con la cabeza a medio teñir—. ¡Es un apagón! ¡Mi cabello! ¡Mi secreto ha quedado al descubierto!
—¡Tranquila, Doña Gloria! —dije, sintiendo cómo mi corazón de mediadora se activaba—. Esto no es un apagón. Es una noche de velas improvisada. ¡Lalo! ¿Las velas de emergencia?
Lalo estaba inmóvil, paralizado por la oscuridad.
—Eva, yo... yo solo veo sombras. Y creo que mi cliente se ha convertido en un fantasma.
Marta, con la mano sobre la cabeza, gritó:
—¡Mi reel! ¡Mi contenido! ¡La luz de la tarde es mi mejor filtro! ¡Y se ha ido!
El caos era inmediato y total. Los clientes murmuraban, el miedo al abandono se hacía palpable, y yo me sentí completamente desarmada. No tenía tijeras que pudieran cortar la oscuridad.
En ese momento, la voz de Nico cortó el pánico, un sonido firme y razonable que venía desde la puerta.
—Eva, ¿qué pasó?
—El universo nos ha dado un problema de circuito, arquitecto. Y la luz se ha ido en el momento menos oportuno.
—No es un problema de circuito. Es el viejo cableado. Es la prueba de la negligencia de Elvira en plena acción. Tranquilos, todos. La Cooperativa está en crisis, pero controlada.
Nico. Vi a Eva desarmada en la oscuridad. El salón, sin su luz artificial y su música, parecía vulnerable. Esta era mi prueba de fuego: demostrarle a Eva que mi lógica no solo servía para hacer planes, sino para protegerla en el caos.
—Lalo, escucha mi voz. Ve al mostrador, abre el cajón y saca el encendedor. ¡Haz lo que sabes hacer: iluminar la situación! —ordené, con un tono que no admitía la torpeza.
Lalo, ante la voz de autoridad, obedeció. El clic del encendedor y el suave resplandor de una vela llenaron el salón. La luz era mínima, pero suficiente para restaurar el orden emocional.
—Eva, trae la linterna de emergencia. El fallo debe estar en el panel principal. Es un problema de mantenimiento antiguo.
Me acerqué al panel, sintiendo la adrenalina del que tiene un objetivo claro. El problema no era la oscuridad; era la seguridad. El cableado era viejo, como habíamos sospechado. Un cortocircuito.
Mientras trabajaba en el panel con la linterna, sentí que Eva se acercaba. Su aroma a peróxido y lavanda me dio una sensación de anclaje.
—¿Lo puedes arreglar, Nico? —susurró ella.
—Arreglar es mi propósito, Eva. Pero será temporal. Necesitamos una reestructuración eléctrica completa, algo que pondremos en el presupuesto de la Cooperativa.
—Mientras tanto... ¿qué hacemos con el drama? Doña Gloria está al borde de un colapso capilar.
Le di un beso rápido en la mejilla, sintiendo el pelo suelto por el calor.
—Tú haces lo que sabes hacer: mediar. Yo me encargo de que nadie se electrocute.
Doña Gloria y Marta. La luz de la vela era terrible. Y mi cabello, a medio teñir, me hacía parecer una villana de cómic. Yo solo quería terminar mi cita e irme a casa, pero ahora estaba atrapada con el chisme más grande que había oído en años.
—Marta, querida, ¿qué ves en tu teléfono? ¿Ves mi cabeza? —pregunté, ansiosa.
—Doña Gloria, con esta luz, solo veo su aura. Pero es un desastre para mi live. ¡Mejor! —dijo Marta, con una emoción renovada—. ¡Esto es autenticidad! ¡Voy a grabar solo el audio! ¡La gente va a escuchar los secretos susurrados de la peluquería en la oscuridad!
Marta se acercó a mí con el micrófono del teléfono encendido.
—Doña Gloria, ¿cuál es su mayor secreto?
—Mi secreto es que no sé cocinar el estofado, y le digo a mi esposo que la receta es familiar.
Lalo, que estaba escondido cerca, se rio.
—¡Yo también tengo un secreto! Yo le pongo sal al café de Bruno cuando se porta mal.
La oscuridad había desatado una ola de confesiones ligeras. El miedo se había transformado en la necesidad de compartir.
—Eva, mira. El caos es bueno. ¡Todos están contando la verdad! —dijo Marta, con el entusiasmo de la cronista.
Eva. Vi el milagro del caos. La oscuridad, que normalmente asusta, había obligado a la gente a ser más sincera. Doña Gloria confesó su estofado; Marta estaba usando su celular para escuchar, no para emitir.