Nico. El plazo de 48 horas de Elvira para la “Lista de Deseos Imposibles” estaba a punto de expirar.
Habíamos cubierto el dinero, gracias al crowdfunding impulsado por Eva tras el incidente del cheque falso. Pero la lista no era solo monetaria. Era un laberinto legal y estructural diseñado para fallar: la inspección de la fachada con criterios de ingeniería sísmica de 1950, un certificado de salubridad de la bodega, y una declaración jurada firmada por todos los inquilinos y clientes prometiendo no hacer ruido después de las 9 PM.
Estábamos en la oficina improvisada, rodeados de papeles. Yo tenía un mapa conceptual de la estrategia en el pizarrón.
—Bien, Eva. El 95% está listo —dije, señalando el tablero—. La inspección de la fachada la pasamos con mi informe detallado, que cumple las normas de 1950 y las actuales. La declaración de ruido está firmada por la comunidad. Solo nos falta una cosa.
—¿Qué es, arquitecto? ¿Un acta de buena conducta de Bruno?
—Peor. Nos falta la firma del Certificado de Estructura Reforzada del ingeniero municipal. Él insiste en que la viga maestra tiene una fisura por fatiga de material. Es una fisura cosmética, pero legalmente, nos detiene.
Eva golpeó el escritorio con la palma abierta.
—¡Es una trampa! ¡Elvira lo sobornó! Esa viga está mejor que el cabello de Lalo.
—Posiblemente. Pero sin esa firma, la cooperativa no puede tomar posesión del título de propiedad. Legalmente, el edificio sigue siendo inestable.
El pánico era un virus que yo podía estructurar.
—Tenemos un Plan B. Lalo, necesito que distraigas a Elvira si viene. Marta, necesito que grabes una coartada visual de la viga en cuestión. Eva...
Eva me interrumpió, sus ojos ardiendo con la adrenalina del mediador.
—Yo voy a hablar con el ingeniero. No por teléfono, en persona. Voy a usar mi método del caos controlado. Lo voy a abrumar con pasión.
—No. Es un burócrata. Necesita un hecho. Dame diez minutos con el informe. Podemos calcular la tasa de elasticidad en tiempo real.
Justo cuando estaba abriendo mi laptop para hacer los cálculos finales y enviarlos por correo electrónico al ingeniero, la puerta de la calle se abrió con estrépito.
Elvira. Era mi hora. Mi momento de victoria. Había jugado limpio, por así decirlo. Les había dado la lista, y sabía que fallarían en la burocracia. El dinero no es nada comparado con los papeles oficiales.
Entré a “Rizos y Risas” con mis zapatos de tacón resonando en el piso. Iba vestida de blanco, como una juez.
—Buenas tardes, jóvenes emprendedores —dije, con una sonrisa más afilada que las tijeras de Eva—. Vengo a mi revisión final. El plazo expira en una hora. ¿Tienen el Certificado de Estructura Reforzada? O, ¿tendré que poner mi cartel de "Propiedad Vendida a Inversionistas Inmobiliarios"?
Lalo estaba tan nervioso que se tropezó con un cliente y tiró una botella de acondicionador.
—Señora Elvira, estamos en proceso... —intentó decir.
—El proceso es el fracaso, Lalo. Yo necesito la firma en el documento físico.
Bruno, que estaba limpiando una mancha de café, intervino.
—Usted sabía que esa viga no es un problema. Lo que usted quiere es el desahucio.
—Yo quiero la estructura legal. Y hasta ahora, ustedes no la tienen.
Mi mirada se dirigió a Nico. Él me miraba con una calma exasperante, como si yo fuera un teorema que podía resolver.
—Señora Elvira. El Certificado está en trámite final. El ingeniero solo tiene una duda sobre la tensión de corte de la viga. Mi colega está resolviendo el cálculo.
—¡Cálculos! Yo no acepto cálculos, joven. Yo acepto firmas. Y sin la firma, la venta queda anulada.
Me dirigí a Eva. Ella me miró no con miedo, sino con una compasión que me desarmó.
Eva. Nico estaba a punto de perder la calma. Su estructura se estaba resquebrajando. Yo tomé su mano y le susurré: «Deja de calcularla. ¡Medíala!».
—Elvira. Mira la viga —dije, señalando el techo.
Marta, con una linterna, la enfocó con precisión, grabando con su teléfono.
—¿Ves alguna grieta? No. ¿Ves alguna debilidad? No. Pero sí ves un agujero. El agujero de un padre que abandonó a sus hijos y ahora quiere quitarles el techo.
Elvira se puso rígida. Su blanco de juez no pudo ocultar su reacción. Yo sabía por Bruno que Elvira tenía una historia de abandono que la había hecho tan controladora y amarga.
—Yo no vine a hablar de mi vida personal. Yo vine a hablar de propiedad.
—Y yo de legado. —Respondí, con voz suave, pero firme—. Elvira, tú no necesitas la Cooperativa. Tú necesitas paz. Si tú firmas la venta, no solo obtienes el dinero, sino que te deshaces de esta molestia caótica para siempre. Y por primera vez, habrás hecho algo de estructura emocional con tu pasado.