Nico. El día antes de la firma final, una calma tensa se había apoderado del edificio. Eva, a mi lado, revisaba por décima vez la carpeta con los documentos, a pesar de que yo había verificado cada cláusula y cada centavo. Sabíamos que Elvira no se rendiría sin un último, desesperado movimiento.
—No será financiero, Nico. Eso ya lo cubrimos —dijo Eva, sus ojos fijos en la calle—. Será algo personal. Algo para desestabilizar la confianza.
Mi teléfono vibró. Era Bruno, y su voz no era la de la paz que mostró ayer en el taller. Estaba al borde del pánico.
—Nico, tienes que venir. Hay un inspector de sanidad aquí. Dice que hay una denuncia y que, si no pasa la revisión inmediatamente, me clausuran el café. ¡Mañana es la firma!
Eva y yo nos miramos. Elvira había encontrado el punto de presión más vulnerable: la burocracia y la inmediatez.
Eva. Llegamos al café en dos minutos. La escena era la quintaesencia del caos de Elvira. Un hombre de traje gris, con una expresión de hielo, señalaba con un bolígrafo la cocina, mientras Bruno, pálido, intentaba argumentar.
—La denuncia es por incumplimiento grave de códigos de higiene. Y, casualmente, tengo orden de procesar el cierre antes del mediodía —dijo el inspector, sin levantar la vista de su portapapeles.
—¡Es imposible! —grité—. Bruno acaba de renovar todo con los planos del arquitecto. ¡Está todo perfecto!
Nico intervino, calmado, pero con la firmeza de un martillo.
—Inspector, soy el arquitecto de la reforma. Cada tubería y cada superficie cumple la normativa de la ciudad. Permítame ver la lista de incumplimientos.
El inspector lo miró con desdén. —La lista es larga y se aplica con el criterio del oficial. Y mi criterio me dice que este lugar es un riesgo.
Eva sintió que su corazón se hundía. Esta no era una pelea de dinero o leyes; era una pelea de poder y tiempos. Si Bruno cerraba, el nerviosismo se extendería, y la Cooperativa se derrumbaría antes de firmar.
—Esto es un ataque directo, Bruno —susurré.
Bruno. Miré a Eva y a Nico, listos para salvarme. Pero recordé las palabras del taller: Mi aporte es el 100% de mi disciplina. Ya no era el Bruno inseguro. El Pacto Comunal había exigido mi crecimiento personal.
Respiré hondo. Había pasado las últimas dos semanas obsesionado con la limpieza, la organización, y la corrección. Había seguido cada instrucción de Nico al pie de la letra, no solo por la Cooperativa, sino para silenciar mi propia inseguridad.
—Con todo respeto, señor inspector —dije, y mi voz era sorprendentemente fuerte—. No necesito que me salve mi arquitecto. Le voy a mostrar el café.
Tomé el control. Guié al inspector a la cocina.
—Usted señala códigos de higiene. La pared de mi cocina era un foco de problemas, ¿verdad? Instalamos azulejo industrial de fácil limpieza y sellado sanitario, como exige el código 4.1.
El inspector señaló una nevera. —La temperatura de almacenamiento.
—La nevera es nueva, de acero inoxidable, con un termómetro calibrado. Muestra 3 grados Celsius, dentro del rango de seguridad —dije, con una certeza que venía del trabajo bien hecho.
El inspector, frustrado, intentó un último golpe, señalando el techo.
—El sistema de ventilación…
—El sistema de ventilación fue instalado hace una semana —respondí, mostrándole la factura y el certificado—. Tiene un sistema de filtrado doble y opera a la capacidad exacta requerida por ley, lo que evita la acumulación de vapores y grasas.
El inspector revisó su portapapeles, su rostro se oscureció. No había un solo resquicio. Bruno, el hombre de la sencillez, se había vuelto un baluarte de la regulación.
Nico. El inspector, sin más opciones, tuvo que envainar el bolígrafo.
—El café cumple con todas las regulaciones de la ciudad. No hay motivo para la clausura.
Se dio la vuelta y se fue, la cola entre las patas.
Bruno se desplomó contra la barra, pero no por debilidad, sino por el alivio.
—Ganamos —susurró Eva, abrazándome, y luego abrazando a Bruno—. No ganamos por el dinero, sino por tu disciplina, Bruno.
—Fue el pacto, Eva —dijo Bruno, con una sonrisa cansada pero orgullosa—. Elvira nos atacó donde creyó que éramos más débiles: el orden. Pero el taller nos enseñó a fortalecerlo.
Al irnos, Eva me tomó del brazo.
—Ves, Nico. Elvira no entiende de lazos. Pensó que al atacar a uno, atacaba a todos. Lo que no sabe es que al atacar a Bruno, atacó a la responsabilidad que Lalo, Marta, y todos le dimos. Ahora estamos más unidos.
Miré la fachada del café. Elvira había jugado su última carta sucia, y la Cooperativa la había superado con integridad. Mañana sería el día de la firma, y ya nada, ni siquiera Elvira, podría detenerlos. Estaban listos para la batalla final.