Eva. La notaría olía a papel viejo y a nerviosismo. Era el día de la firma final, el día en que la Cooperativa de Rescate tomaría posesión legal del edificio. Yo estaba sentada entre Nico y nuestro abogado, la mano de Nico apretando la mía con una firmeza que me anclaba a la realidad.
Frente a nosotros, Doña Elvira. Estaba vestida de gris perla, con el cabello impecable, pero sus ojos denotaban una furia contenida. Había perdido su última carta legal, y la humillación de tener que vender a su propia sobrina y a un grupo de "sentimentales" la carcomía.
—Procedamos, por favor —dijo el notario, un hombre pequeño y calvo que parecía haber visto demasiados dramas inmobiliarios—. ¿La compradora, la Cooperativa Rizos y Raíces, tiene los fondos asegurados?
—Sí, notario —dijo Nico, con la cabeza fría que tanto amaba—. La transferencia de fondos está lista, incluyendo el monto total por la propiedad y el pago por la "Lista de Deseos Imposibles" (el famoso banco de madera de Doña Aurora).
Elvira bufó.
—Yo no sé de qué deseos hablan. Yo solo sé de transacciones. Y espero que este circo termine pronto.
Sentí la rabia subirme por la garganta. Ella había intentado quitarnos el hogar, el negocio, y el alma del barrio. Tenía que darle una última lección de mediación que no olvidara.
—No es un circo, Elvira. Es el precio de la permanencia —dije, suavemente, pero con la mirada fija en ella—. El dinero que ve es el valor de la lealtad que usted intentó demoler.
Elvira ignoró mi comentario, pero vi que la afectó.
Nico. Yo había revisado el contrato veinte veces. No había fisuras. El notario procedió a leer las cláusulas, y yo escuchaba con la disciplina de un hombre que no deja nada al azar.
Sin embargo, Elvira tenía un último movimiento, no legal, sino emocional.
—Notario, antes de firmar —dijo Elvira, con una voz que era puro hielo—, debo advertir a la Cooperativa de que el edificio tiene un vicio oculto. Un problema de estabilidad en la viga principal que, estoy segura, colapsará en los próximos cinco años, a pesar de sus pequeños arreglos.
El notario se detuvo, confundido. Eva palideció. Era un golpe bajo, que sembraba el miedo en la comunidad.
—¿Vicios ocultos, señora Elvira? Eso debería haberse revelado en la fase de inspección.
—Lo sé. Pero me di cuenta justo esta mañana. Es un riesgo que la Cooperativa debe asumir. Yo no asumo ninguna responsabilidad por el futuro colapso estructural.
Sentí la furia. Esta era una mentira calculada, diseñada para hacer que Eva se sintiera insegura de su victoria.
—Eso es una mentira, Elvira —dije, mi voz calmada, pero firme—. El certificado de estado general que usted firmó antes de la venta indica que la viga tiene fisuras cosméticas, no estructurales. Es una táctica de miedo.
Eva me puso una mano en el brazo.
—No, Nico. Ella no está mintiendo sobre la viga. Está mintiendo sobre el futuro.
Eva. Me levanté de la silla. Sentí que toda la Cooperativa (que esperaba nerviosa afuera) estaba contando conmigo.
—Elvira. La viga no colapsará. Lo que colapsó fue su cabeza fría ante la derrota. Usted quiere que nos vayamos de aquí con miedo, ¿verdad? Quiere que dudemos de nuestra compra.
Elvira sonrió, por primera vez, una sonrisa de victoria.
—Solo quiero ser honesta con la viabilidad a largo plazo.
—Y yo con la lealtad. —Dije, tomando una pequeña caja que había traído conmigo—. Dentro de esta caja, Elvira, hay algo que usted le regaló a Marta hace quince años, cuando su madre murió. Es el último recuerdo que Marta tiene de su madre. Una pequeña tijera de plata.
El rostro de Elvira se descompuso.
—Marta me dio esta tijera para que la usara en los momentos difíciles. Ella dijo: “Solo Eva puede cortar el drama de mi vida.” Usted la manipuló cuando más la necesitaba.
Abrí la caja y puse la tijera sobre la mesa de la notaría. Era pequeña, insignificante, pero llena de sentimiento.
—Usted nos vendió el edificio. Ahora, usted tiene que firmar esta cláusula de cierre de ciclo. Firma la venta y se va. Y se lleva de esta sala la única cosa que se puede llevar: el arrepentimiento. Porque nosotros, Elvira, tenemos la Cooperativa, el café, los looks y el amor. Y usted se queda con el vacío.
La confrontación funcionó. Elvira, abrumada por el peso emocional de su traición, dejó caer su pluma. Sus ojos se llenaron de una fugaz lágrima, y luego, con rabia, firmó la transferencia.
—El edificio es vuestro —murmuró, y se fue sin mirar atrás.
Nico . El notario, aliviado, selló los documentos.
—Felicidades, Cooperativa Rizos y Raíces. Son los dueños del edificio.
Eva se abalanzó sobre mí, un abrazo que era un temblor de alegría pura. Lalo y Marta irrumpieron en la notaría, gritando de triunfo.