Rizos Y Risas

CAPÍTULO 28: LA CONFESIÓN DE DOÑA AURORA Y EL HILO DE LA HERENCIA

Eva. El salón se sentía en paz. Una paz con estructura. Nico estaba en mi oficina, con los pies sobre el taburete y la mente en las cotizaciones de fontanería. El edificio era nuestro, el moño de control de Eva estaba desatado, y solo quedaba esperar la fecha final de la boda, el “Plano de Matrimonio.”

—El precio del azulejo para el baño de Paolo es obsceno —murmuró Nico, sin despegar la vista de su tableta—. La gente de la Cooperativa está pidiendo mármol. ¡Mármol, Eva!

—El mármol es el precio de la victoria, Nico. Ahora, silencio. Mi cita de hoy es la más importante: Doña Aurora.

Doña Aurora había regresado de su reunión de ex-alumnos (la que motivó su Look de Esperanza en el Capítulo 8) con una sonrisa triste. No era la tristeza de un recuerdo fallido, sino la de una verdad no dicha.

Ella se sentó en la silla de los secretos, con su elegancia atemporal.

—Eva, querida. El oro funcionó. El viejo amor me vio, se sorprendió. Fue maravilloso. Pero la nostalgia me ha traído un peso que no puedo dejar en la maleta.

—¿Y cuál es ese peso, Doña?

—Un secreto. Un secreto que tiene que ver con este edificio, pero no con Elvira. Con el alma del salón. Y con... una niña que ahora es adulta y sigue buscando la validación de su madre.

Mi corazón de mediadora se encogió. Sabía que se refería a Marta.

—Marta me recuerda tanto a su madre, Eva. Ambas con ese brillo, esa necesidad de ser vistas, pero con un miedo terrible a ser juzgadas. Y es mi culpa.

Doña Aurora respiró profundamente, el aroma a su perfume antiguo se mezcló con el peróxido.

—Hace treinta años, la madre de Marta, Clara, quería abrir un pequeño estudio de fotografía aquí mismo, en el piso de arriba, donde estaba el sastre. Era una artista, pero le corté sus alas, le prohibí el riesgo. Ella necesitaba una voz amiga. Yo, que ya era una mujer madura y respetada en el barrio... yo pude haberla apoyado. Pude haberle prestado el dinero. Pude haberle dado un testimonio de fe.

Me quedé en silencio, las tijeras en la mano.

—Pero no lo hice, Eva. Le dije: “Clara, la organización es más importante que la pasión. No arriesgues tu estabilidad por un sueño fugaz.” Ella se fue, se casó por comodidad, tuvo a Marta, y se dedicó a un trabajo que odiaba. Por eso, Marta busca la validación en los likes. Está buscando el aplauso que su madre nunca se dio a sí misma. Mi elección egoísta de no arriesgar mi propio capital emocional creó un hilo de inseguridad que ha llegado hasta Marta.

Doña Aurora. La confesión fue un alivio. Había vivido con la culpa de la inacción. Yo, la mujer que siempre daba consejos sabios, había fallado en el momento más crucial: el de apoyar el riesgo.

Vi a Eva, la estilista, mirarme con compasión.

—Doña Aurora, ese hilo no es solo suyo. Es la Herencia del Miedo que nos pasa la sociedad.

—Pero yo fui la voz de la estructura fría que ella necesitaba rechazar. Ahora, quiero arreglarlo. Quiero que Marta sepa que su madre era una artista con potencial. Pero no sé cómo decírselo sin arruinar su paz.

—No vamos a arruinar nada, Doña —dijo Eva, con una voz que me daba más esperanza que el reencuentro con mi viejo amor—. Vamos a sanar el hilo. Vamos a hacer el Color de la Herencia.

Eva llamó a Marta. Ella entró, con su teléfono, lista para grabar cualquier nuevo drama.

—Marta, deja el teléfono. Hoy, la única story es para ti.

Marta. Eva y Doña Aurora me sentaron. El ambiente era solemne. Yo odiaba la solemnidad; prefería el drama con un filtro divertido.

—Marta, tu madre era una artista con un sueño muy grande —dijo Doña Aurora, con voz suave—. Y yo, hace mucho tiempo, tuve la oportunidad de ser su apoyo, y no lo fui. Le dije que no arriesgara. Y eso fue un error.

Sentí un escalofrío. Mi madre, la mujer siempre seria, la que me criticaba por mis reels y mis looks atrevidos... ¿una artista?

—Mi madre... mi madre es contadora. Es la antítesis del arte.

—No, Marta. Era una artista que se convirtió en contadora por miedo. Y mi miedo se lo pasó a ella, y ella, sin querer, te lo pasó a ti.

Me eché a llorar. No por el drama, sino por la comprensión. Mi necesidad de validación no era solo vanidad. Era la búsqueda del reconocimiento que mi madre no pudo tener. Yo estaba luchando una batalla generacional por la aceptación del riesgo.

—Tú eres la artista que ella no pudo ser, Marta —dijo Eva, mirándome con una ternura infinita—. Y tu “Serie La Historia Detrás del Ladrillo” no es un reel de belleza. Es la continuación del sueño de tu madre. Es el arte de la comunidad. Es la validación más pura.

—Yo no soy artista... —murmuré.

—Sí lo eres. Eres la cronista, la que le da voz a este refugio. Y ese arte es más valioso que cualquier Cámara de Colágeno.

Eva. El ambiente era de catarsis. Doña Aurora estaba llorando, Marta estaba llorando. El secreto había sanado la herida.



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En el texto hay: amistad, secretos, enredos comicos

Editado: 24.11.2025

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