Robin y Robin

1. Caelifera

Robin Batgers.

Lunes. Fin del día escolar, Ivana caminaba a mi lado mientras atravesábamos el campus saliendo de nuestra última clase, sus lentes de sol negros y su cabello revuelto del mismo color hacían contraste con su piel pálida dándole un aire fresco que me recordaba alguna película de los ochenta.

—¿En qué piensas? —me preguntó sorbiendo de su licuado.

—En nada.

—¿Quieres que adivine?

—No...

—¿Estás pensado en pasado mañana? —intentó de todos modos.

Sonreí. Nos sentamos en el borde de la fuente, justo a la mitad del campus, era la hora pico en la escuela y habían muchos estudiantes moviéndose como hormigas de aquí para allá, nosotras disfrutábamos de esperar bajo el sol a que nos diera la gana de levantarnos y conducir hasta casa.

—No —respondí sin dudar— sé que brillaré.

—Confianza —añadió ella—, eso es genial —cerró sus ojos y echó su cabeza para atrás tomando el sol—. Porque ya sabes, si lo arruinas, adiós a la beca, a la academia, a...

—No lo arruinaré —la interrumpí dejando mi mochila en el suelo al lado de mis pies— trabajé por esto desde hace casi una década, esa palabra no forma parte de mi vocabulario.

Bajó sus gafas un poco y me vio sobre ellas, elevando una ceja y sonriendo maliciosamente.

—¿Qué tal Robruto? —cuestionó y fruncí el ceño sin entender— apuesto a que conoces esa palabra.

Movió su batido y era evidente que el líquido se había acabado, se levantó para tirarlo a la basura pero antes puso sus gafas sobre su cabeza y entendí la señal. Era un código entre nosotras, siempre llevaba esas gafas de sol y quedamos en que cada vez que ella viera a Robin Jordan cerca, debía ponerlas sobre su cabeza para darme a entender de su presencia.

—¿Dónde? —susurré cansada, casi aburrida, encorvándome y suspirando.

—Justo aquí —habló una voz masculina detrás de mí, haciendo que me sobresaltara un poco.

Ivana dejó sus ojos en blanco y continuó su camino hasta el bote de basura. Cuando Robruto quería molestar, lo mejor era ignorarlo fingiendo que desconocíamos su existencia.

—Escucho una voz —empecé, viendo hacia el frente con la espada recta, Robruto sentado a mi lado izquierdo—, es una voz lejana y débil, ¿me estaré volviendo loca?

—¿En serio Robin? —me preguntó él en un tono arrogante— ¿De nuevo con eso?

—La voz se hace cada vez más difícil de entender, como si se debilitara a cada segundo. No es la primera vez que la escucho, empiezo a tener miedo, quizá sí me estoy volviendo loca.

—Pareces radionovela —bufó y contuve las ganas de sonreír, se puso en pie y creí que la victoria era mía— antes de irme... —me vio por el rabillo del ojo a la vez que sacaba su mano de su bolsillo, estaba en forma de puño, pero como si tuviera algo dentro— supe que eras buena en biología.

—Soy buena en todo —afirmé seriamente, inclinándome un poco hacia atrás para verle a la cara.

—Entonces no tendrás problema en decirme qué clase de espécimen es éste.

Extendió su mano dejándola a unos diez centímetros de mi cara, todo pasó demasiado rápido y de la nada tenía un saltamontes asqueroso casi rozándome la nariz. No estaba preparada, no podía haberme tomado con la guardia más baja que en ése momento, no soy una fanática de los bichos, y la idea de que estén tan cerca de mi espacio personal me asquea de tan sólo pensarla. Se me olvidó todo, yo simplemente quería alejarme de las dos asquerosas criaturas en frente de mí, así que del susto me fui de espalda cayendo sobre una cama de agua fría que empapó toda mi blusa, cabello y parte de mis piernas.

Al enderezarme hubo un gran silencio a mi alrededor, un maldito y enorme silencio, como si los demás estuvieran en pausa después de verme caer, sus rostros estaban en estado de shock y bastó con que yo escupiera el agua que me había entrado en la boca para que la mayoría de ellos estallaran en carcajadas.

Sentí una humillación tan grande que no podría explicarla en palabras, miré a Robin pero él no se estaba riendo, más bien seguía con la boca entreabierta al igual que la mano, pero ya no había insecto en ella, seguro había escapado o seguro lo tenía en mi cabello, de cualquier manera no me importaba. Al reaccionar, extendió su mano para ayudarme, pero con toda la ira que sentía en ese momento, prefería quedarme ahí hasta que se me desarrollara una cola de pescado que aceptar su ayuda; no tomé su mano, en vez de eso lancé agua en su dirección mojando considerablemente su cara y cuello del suéter.

Él frunció el ceño ante mi acto y retrajo su mano lentamente, miró al suelo y sus hombros se tensaron, suspiró fuerte y cortamente antes de darse vuelta y abrirse paso entre la multitud.




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