Robin y Robin

5. Emile

Robin Batgers.

—[...] No me duele, sólo... Ya sabes, nada de ejercer fuerza.

—Todavía no entiendo cómo pasó.

—Pues, tú no lo entiendes, pero yo ni siquiera lo recuerdo. Tengo escenas vagas de nosotros en el vehículo, Robin conduciendo y algo sobre Anna Pávlova; más allá de eso, nada.

—Sí bueno, me refiero también a que, ¡¿cómo es posible?! Tendría sentido que te hubieras roto toda la pierna, pero ¿El tobillo? ¿esguince de tobillo en accidente automovilístico? ¿es posible?

—Perece que sí —me encogí de hombros—, a lo mejor por la fricción o algún movimiento brusco que hice dentro del auto, quizá intenté salir y no lo recuerdo.

—No importa —dijo intentando animarme— porque eso no será relevante cuando estés bailando de nuevo, moviendo y retorciendo ese tobillo cual cuello de niña poseída.

Sonreímos.

—¿Y si no? —cuestioné escondiendo un mechón de mi cabello— ¿y si no logro regresar?

—Te arrastraré a la cima de nuevo, a donde perteneces.

Correcto, sus palabras me conmovieron, pero no dejaban de ser sólo motivaciones, últimamente necesitaba muchas de esas, últimamente me quedaba encerrada en mi cuarto durmiendo todo el día, pues despierta mi cabeza no era capaz de pensar en otra cosa que no fuera el hecho de que quizá no volvería a bailar en toda mi vida, no podría cumplir mis sueños y en diez años estaría sentada en una oficina leyendo documentos con una taza de café en frente.

—Siento que todo el mundo me tiene lastima, me cuidan cada segundo del día como si fuera el bebé más torpe del mundo y estuviéramos encerrados en una empresa de explosivos.

Dejó sus ojos en blanco y comenzó a hacer zapping.

—Hablando de todo el mundo... ¿Qué pasó con el tal Marco?

—Nada, le escribí y me ignoró —Ivana parecía molesta—. ¿Por qué? ¿tú sabes algo?

—¿Recuerdas a Jessica Jane?

—¿La porrista afroamericana con sonrisa linda y porte de modelo famosa?

—Sí. Bueno, son novios ahora.

—Ah... ni siquiera me gustaba tanto.

—Lo siento.

Me encogí de hombros.

—Las pecas no son lo mío.

Nos recostamos viendo la televisión, estaban dando caricaturas y ninguna prestaba mucha atención.

—¿A qué hora vuelve Camill?

—7:00 pm.

—¿Y Diana?, ¿la boda no fue ayer?

—Su vuelo se retrasó por mal clima, llegará mañana temprano.

—¿No te aburrirás todo el día aquí?

—Tengo muchas cosas qué hacer, adelantarme y... —divagué.

—Y pensar en la carta que enviaste a la Academia solicitando un plazo hasta que te recuperes y puedas repetir tu audición —suspiré pasándome las manos por la cara—. Vas a enloquecer si no sales de casa.

—Pero salí de mi casa.

—A la casa de Camill, eso no cuenta, es como si yo abandonara mi casa para ir a la de mis primos.

—Ivana, basta, no quiero hablar más de ello, literalmente es en lo único en lo que pienso y me cansé, estoy harta de revisar mi buzón todas las mañanas para no encontrar nada y estarme imaginando historias en mi mente donde me rechazan y descartan por estar lesionada.

—¡A eso me refiero!

—Oh, por Dios pero ¿qué quieres que haga? ¡¿que corra una maratón?!

Se quedó mirándome, pasmada hasta que empezó a llorar.

—No, no, no, lo siento, no quise ser grosera —la abracé y lloró más fuerte—, sólo que he tendido mucha presión estos días y sabes lo importante que es New York para mí.

—Terminamos —dijo y la solté.

—¿Nosotras?

—¡No!..., Emile y yo, ayer... le terminé. No te conté nada porque creí que ya tenías suficientes problemas pero no puedo guardarlo más, me siento mal.

—Creí que ustedes estaban... ¿Qué pasó?

—Es que, un día estaba bien, nos reíamos y yo era el ser más estúpidamente feliz sobre la faz de la tierra. Al día siguiente estaba enojado o triste ¡o ambas! Y sólo quería estar con sus amigos, beberse un bar completo y amanecer tirado en cualquier esquina... Yo —soltó un suspiro después de hablar tan rápido—, yo no quiero eso en mi vida, ¿vale? —sus ojos volvieron a humedecerse pero lo controló—. No quiero estar al lado de alguien que no es capaz de elegirme sobre sus excesos, alguien que no me ama.

Nunca me había enamorado, ¿cómo se supone que le daría consejos de amor? Un corazón sano no entiende a uno roto, y ciertamente el mío no tenía ni la mínima grieta. Ivana poseía una relación de tres años, una relación tóxica que por fin colmó el vaso y a la cual se acabó después de mucho soportar, esa situación merecía el mejor concejo amoroso del mundo, pero yo no era cupido. Ante mi silencio ella prosiguió.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.