Lo primero que aprecié al bajar del taxi fue la bonita fachada del restaurante, nada ostentosa pero a la vez imposible de pasar desapercibida. Ayudándome de las muletas entré por la puerta principal mientras todo camarero que se me atravesaba me saludaba cordialmente y ofrecía su ayuda, "No, sólo necesito el baño" les explicaba a todos y prácticamente me vi forzada entrar al primer baño que divisé, pues fue cuando vi el bien peinado cabello de Jordan, su trasero sentado en una silla de madera al lado de uno de los ventanales compartiendo mesa con una anciana de apariencia asiática.
Cerré la puerta sintiéndome acalorada y me acerqué a los lavabos para refrescarme el rostro varias veces. Al enderezarme el gran espejo frente a mí me mostró una espalda ancha, la espalda un hombre que al parecer estaba usando uno de los orinales pegados a la pared detrás de mí.
Incluso a kilómetros lo podría reconocer.
—¿Jordan? —se me escapó.
Sus hombros se tensaron y el chorro de orina se detuvo.
—¿Robin? —volteó su cabeza y nos quedamos viendo por el espejo.
—Hola... —saludé tímidamente al ver su ceño fruncido.
—¿Qué haces aquí?
—¿Qué haces tú aquí?
—¿En serio quieres que te muestre?
Hizo ademán para girarse.
—¡No! Eww, sólo... termina y hablaremos —le pedí con cara de asco.
—Como quieras.
El chorro volvió a sonar e incómodos segundos después se detuvo, se subió la cremayera del pantalón y vino hacia mí con mirada fiera.
—Las manos —dije antes de que empezara a sermonearme.
—Ya no tengo ocho años, deja de controlar mi higiene.
—Las manos, sucio —repetí detenida y seriamente.
Tensó la mandíbula y abrió la llave a regañadientes. Puede que ya no me obedeciera como cuando éramos niños, pero aún sabía cómo persuadirlo.
—Listo —sacudió las manos salpicándome a propósito—. ¿Por qué me seguiste?
—Te conozco demasiado como para creer en tus mentiras —elevó una ceja escéptico— además, llamaron de la escuela y contesté el teléfono —asintió con su cara de lo sabía— la próxima vez mejor desenchufa el cable.
—No quería ser tan obvio, si mamá hubiera visto el teléfono desconectado empezaría a sospechar.
—Pero si eres un profesional —abrí mis ojos como platos— ¿ya lo has hecho antes?
Soltó una carcajada.
—¿Quién es esa mujer? —volví al tema inicial y su expresión cambió por una de fastidio— ¿tienes algo con ella?
—La señora Odrey y yo somos amigos.
—¿Qué clase de amigos?
Se cruzó de brazos.
—Vete a casa, discutiremos en la noche.
—No.
—Sólo hazlo.
—No.
—Por favor.
—No.
—¡Ahgg! ¡Robin Batgers, me vuelves loco! —se sostuvo el puente de la nariz cerrando los ojos con fuerza—. Tengo que volver a mi mesa.
—Adelante. Te esperaré aquí.
—¿En el baño de hombres?
Oh, cierto —pensé.
—Entraré al baño de mujeres y te esperaré allí.
—Ajá.
Se pasó la punta de la lengua por el interior de la mejilla y me dio una última mirada de advertencia antes de salir por la puerta.
Jordan y ella parecían disfrutar su tiempo juntos, él la hacia reír mucho y cuando ella hablaba, él sonreía y asentía prestando suma atención. Era una escena bonita; un nieto compartiendo tiempo de calidad con su querida "abuela" en una tarde de domingo soleada y fresca.
Mentiras y más mentiras.
Los abuelos maternos de Jordan murieron cuando éramos niños y la única vez que los vimos fue en sus funerales. En cuantos a los paternos —al igual que yo— él no los conocía.
Las personas ya me empezaban a ver de manera extraña al percatarse de que yo no salía del baño. No podía hacer nada, esa abuela masticaba muy lento y al no tener una reservación, no podría simplemente sentarme en una silla a esperar u ordenar algo, tampoco quería salir del restaurante y arriesgarme a perderlos de vista.
Esperé durante 45 minutos hasta que Jordan fue por mí y subimos los tres a un taxi.
"La señora Odrey" me saludó dulcemente, Jordan la presentó como su amiga y a mí simplemente como Robin Batgers, lo cual no me importó, sin embargo parecía que ella había oído de mí antes, su sonrisa de complicidad la delató y las miradas sugestivas que le lanzó a Jordan fueron suficientes para asegurarme que "Robin Batgers" había sido un tema de conversación interesante en algún momento. No pude interrogarla como quería, le llegó una llamada telefónica y la mantuvo ocupada hasta llegar al aeropuerto donde la esperaban unas maletas grandes que Jordan cargó hasta que nos despedimos de ella cuando abordó su vuelo. La señora Odrey parecía muy agradecida con Jordan —por quién sabe qué— y hasta nos ofreció su casa cuando quisieramos visitar Japón.