Rodeados de azúcar y nieve

Capitulo 5

Capítulo 5 – La panadería fantasma

Abrí la puerta de The Sugar Bread Bakery con una mezcla de miedo, curiosidad y un pequeño vértigo de anticipación. La bisagra crujió como sijar la voz de alguien del pasado susurrando mi nombre.

El olor a polvo y madera vieja me golpeó primero, seguido por un rastro persistente de canela y pan recién horneado que parecía haberse aferrado a las paredes y estantes durante años. Cerré los ojos un instante y respiré profundamente, dejándome envolver por esa fragancia que traía recuerdos de mi infancia: tardes jugando con mi tía abuela entre harinas, risas y galletas que nunca alcanzaban a salir del horno antes de ser devoradas.

—Vaya… —susurré, más para mí misma que para el mundo—. Esto es… espeluznante y a la vez… mágico.

El suelo estaba cubierto de una fina capa de polvo, y los rayos de sol que entraban por las ventanas sucias dibujaban figuras fantasmales en el aire. Me acerqué a uno de los estantes y lo toqué con cuidado; las tablas crujieron bajo mis dedos. Las vitrinas estaban vacías, pero algunas aún conservaban restos de azúcar, harina endurecida y una que otra migaja que parecía negarse a desaparecer.

Mientras exploraba, encontré una pequeña caja de madera en un rincón. La abrí con cautela y descubrí cartas antiguas, cuidadosamente atadas con una cinta descolorida. Cada sobre estaba escrito a mano, con la caligrafía elegante de mi tía abuela. Mis manos temblaron ligeramente mientras leía los primeros párrafos, donde ella hablaba del amor por la panadería, por el pueblo y por mantener viva la tradición de la Navidad.

—Entonces… esto es lo que soy ahora —murmuré—. La encargada de un pedazo de historia.

Seguí avanzando, dejando que mis dedos rozaran cada recuerdo que encontraba: fotografías enmarcadas de mi tía abuela horneando junto a niños del pueblo, utensilios antiguos cubiertos de polvo, moldes de galletas con formas de estrellas y corazones. Todo contaba una historia, un legado que parecía llamarme a gritos desde el silencio de la panadería.

En un estante más alto, encontré un cuaderno de recetas amarillento. Lo abrí con cuidado, y allí estaban las recetas más famosas de The Sugar Bread Bakery: pan de jengibre, galletas de canela, pasteles de manzana… todas escritas con notas al margen que revelaban secretos y trucos de cocina. Sonreí, sintiendo una mezcla de admiración y temor.

—Bien… esto es todo mío ahora —dije, riéndome nerviosa—. Solo tengo que no arruinarlo por completo.

De pronto, un viento frío entró por una ventana rota, haciendo que las hojas del cuaderno se movieran y me recordaran que la panadería estaba en ruinas. Los estantes crujían, algunas tablas estaban a punto de ceder y el horno antiguo parecía un monumento olvidado.

—Perfecto —susurré irónicamente—. Un desastre total. Y pensar que vine voluntariamente… o algo así.

Me senté en un viejo taburete cubierto de polvo y abrí otra carta. Esta estaba dirigida a mí, escrita por mi tía abuela poco antes de morir. Su letra temblorosa pero firme decía: “Emily, sé que algún día vendrás aquí. Mantén viva la magia, incluso cuando creas que todo está perdido. La Navidad es más que adornos y luces: es amor, recuerdos y las sonrisas que compartimos. Hazlo por nosotros, por ti y por el pueblo.”

Mi garganta se apretó. Las lágrimas comenzaron a acumularse, y tuve que tomar aire varias veces antes de poder hablar en voz alta.
—Está bien… tía abuela… lo haré —susurré, acariciando la carta—. Te lo prometo.

Mientras me levantaba y caminaba por el lugar, noté un pequeño rincón con moldes de pan antiguos y una balanza oxidada. Podía imaginarme a mi tía abuela allí, moviéndose con gracia, vertiendo harina y azúcar mientras cantaba villancicos. Cerré los ojos y dejé que mi imaginación llenara los vacíos de la panadería: el aroma de pan recién horneado, risas de niños, el calor de la chimenea, y la magia de la Navidad que alguna vez la hizo brillar.

Decidí que ese sería mi primer proyecto: limpiar, organizar y hacer que la panadería volviera a respirar. Cada tablón que arreglara, cada estante que desempolvara, sería un paso hacia devolverle la vida a The Sugar Bread Bakery. Pero también sería un camino para mí: para reconciliarme con mi pasado, enfrentar mis errores y quizás, solo quizás, encontrar algo de alegría donde menos lo esperaba.

Saqué una escoba vieja, la agité con entusiasmo y golpeé el polvo acumulado. La primera nube de polvo se levantó, y estornudé violentamente, cubriéndome la cara con las manos.
—Sí… esto va a ser divertido —murmuré con ironía—. Muy divertido.

Mientras me reía de mí misma, no pude evitar sentir que alguien me observaba. No, no era Ethan esta vez. No había nadie. Pero había algo en la panadería, en la forma en que la luz se colaba por las ventanas, que me hacía sentir acompañada. Como si los recuerdos, las cartas y los ecos del pasado fueran testigos silenciosos de mi promesa.

Y entonces lo supe: la panadería no estaba muerta. Solo esperaba que alguien la rescatara. Que alguien la llenara de risas, aromas y caos de cocina otra vez. Y yo… iba a ser esa persona. Aunque aún no tenía idea de cómo lo lograría.

Con el corazón latiendo con fuerza y una mezcla de miedo y emoción, abrí otra carta y me senté junto a una ventana cubierta de polvo. Afuera, la nieve caía suavemente, iluminada por los primeros rayos de la tarde. Todo parecía indicar que Pineberry Falls estaba esperando algo… y ese algo, aparentemente, era yo.

Respiré hondo y murmuré:
—Vamos a hacer magia, tía abuela. Aunque no tenga idea de cómo empezar.

Y con esa promesa, la panadería fantasma dejó de sentirse como un lugar abandonado. Comenzaba a sentirse como un hogar… aunque un hogar lleno de polvo, caos y desafíos. Y, sorprendentemente, eso me emocionaba más de lo que estaba dispuesta a admitir.




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