Rodeados de azúcar y nieve

Capitulo 7

Capítulo 7 – El hijo del alcalde

Nunca había tenido tanta certeza de que un solo lugar podía abrumarme con sentimientos encontrados al mismo tiempo. Por un lado estaba la panadería desastrosa, con harina hasta en mis pestañas y moldes de pan por todas partes. Por otro, Pineberry Falls me recordaba a todas esas navidades perfectas de mi infancia y, de repente, me encontraba cara a cara con… algo completamente nuevo: Noah.

Noah era pequeño, apenas seis años, pero con una energía que llenaba toda la habitación. Su cabello oscuro caía ligeramente sobre sus ojos grandes y curiosos, y su sonrisa, honesta y sin filtros, era tan contagiosa que me obligó a soltar la espátula y sonreír de vuelta, a pesar del desastre que había dejado con Harper.

—¡Hola! —dijo el niño con entusiasmo—. Tú debes ser… la mujer de la panadería.

—Eh… sí —dije, un poco tambaleante—. Soy Emily. Encantada de conocerte.

Noah dio un salto hacia mí, ignorando por completo cualquier protocolo de presentación. Antes de que pudiera reaccionar, ya estaba mostrándome un dibujo que sostenía con orgullo.

—Mira, hice esto para la panadería —dijo, señalando un dibujo de pan dorado con estrellas de azúcar y un árbol de Navidad al lado—. Pero aún no hay personas. Necesitamos gente feliz.

—Wow… —dije, con la voz atrapada por la ternura—. Es increíble, Noah. ¿Tú lo hiciste todo solo?

—Sí —respondió, cruzando los brazos como si estuviera esperando una ovación—. Pero puedes ayudarme a poner personas felices en el dibujo.

No pude evitar reírme mientras tomaba un lápiz. Mientras dibujábamos juntos, me di cuenta de lo fácil que era conectarme con él. No había reproches, expectativas ni juicios, solo una curiosidad genuina y un corazón abierto. Noah parecía ver en mí algo que yo misma aún no había reconocido: la capacidad de hacer que la panadería y el pueblo volvieran a brillar.

Mientras dibujábamos, escuché la voz de Ethan llamando desde la entrada de la panadería:

—¡Emily! —gritó, con su tono firme que instantáneamente me recordó que aún había tensiones sin resolver—. ¿Qué estás haciendo? ¡Eso no es cómo se organiza la cocina!

Noah me miró y rodó los ojos de manera cómica.
—Papá siempre se pone así —susurró—. No te preocupes, yo sí sé cómo manejarlo.

Mi corazón se ablandó. Había algo en la manera en que Noah hablaba de su padre, con una mezcla de amor y paciencia que me hizo admirarlo aún más. Ethan, aunque difícil y exigente, parecía tener un hijo que equilibraba su seriedad con alegría.

—Noah —dije suavemente mientras le mostraba el dibujo terminado—. Esto es hermoso. ¿Quieres que lo pongamos en el escaparate de la panadería?

Sus ojos brillaron y asintió con tanta energía que casi saltó de emoción.
—¡Sí! ¡Será la primera cosa que vean todos los que entren!

Mientras colocábamos el dibujo en la ventana, Harper apareció detrás de mí, con las manos en la cintura y una sonrisa traviesa.
—Vaya, Emily —dijo—. No sabía que también eras una encantadora para niños. Noah parece haberte adoptado en cinco minutos.

—Bueno… él es adorable —dije, tratando de no reírme mientras veía cómo el niño señalaba cada detalle del escaparate como si estuviera dirigiendo una obra de arte—. Y además… es muy fácil caer bajo su encanto.

—Sí, eso lo sé —dijo Harper, burlándose—. Cuidado, podrías terminar adoptando al niño y olvidarte de la panadería.

—¡Harper! —grité, riendo—. No es tan fácil… o bueno… tal vez sí.

Noah soltó una carcajada, y de repente la panadería, que horas antes parecía un lugar fantasma y abandonado, se sintió viva. Cada risa, cada comentario y cada gesto hizo que el aire pesado y polvoriento se transformara en algo cálido, acogedor y lleno de potencial.

—Papá siempre está ocupado con cosas de adultos —dijo Noah mientras se acomodaba en una silla alta—. Pero tú… tú eres divertida. Y además, sabes dibujar panes que no explotan. Eso cuenta mucho.

Me reí con una mezcla de orgullo y ternura.
—Gracias, Noah. Eso significa mucho viniendo de un crítico tan exigente.

Harper asintió dramáticamente, haciendo un gesto teatral:
—¡Atención todos! ¡Tenemos a un crítico de pan y arte en la casa!

Noah giró los ojos y rió.
—Eso es Harper, ella hace todo más exagerado de lo que es. Pero es divertida.

—Sí, eso es cierto —dije, sonriendo mientras me inclinaba para recoger un lápiz que había caído al suelo—. Pero me gusta. Hace que todo sea más divertido.

Mientras recogíamos y organizábamos un poco la panadería, Noah empezó a contarme historias del pueblo: cómo solían hacer concursos de galletas en Navidad, cómo cada familia tenía una tradición especial y cómo, a pesar de que algunas cosas habían cambiado, la magia navideña seguía viva en todos los rincones.

Escucharlo hablar me hizo darme cuenta de algo importante: Pineberry Falls no necesitaba milagros complicados. Lo que necesitaba eran personas dispuestas a cuidar el legado, a reír, a ensuciarse las manos y a compartir momentos simples.

—Emily —dijo Noah de repente, con una seriedad adorable—. ¿Podrías quedarte aquí para Navidad? Así… podríamos tener pan, risas y todos felices.

Mi corazón dio un vuelco. Ese simple pedido, cargado de sinceridad infantil, era más poderoso que cualquier carta de herencia o receta familiar.
—Lo… pensaré —dije suavemente, emocionada y sorprendida por lo que sentía—. Pero creo que… sí, me gustaría quedarme.

Noah saltó emocionado y abrazó mi pierna.
—¡Sí! ¡Sabía que dirías que sí!

Ethan apareció de nuevo, observando la escena con una expresión difícil de descifrar. Mi primer impulso fue sentir miedo, pero al ver cómo Noah me miraba con adoración y confianza, algo dentro de mí se relajó. Tal vez no todo estaba perdido. Tal vez podía construir algo bueno aquí, con cuidado y paciencia… y con un poco de caos controlado.

—Está bien —dijo Ethan finalmente, con un suspiro—. Veo que Noah ya decidió por ambos. Supongo que puedo aceptar… por ahora.




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