Salimos de casa y caminamos hacia el exterior de mi privada, caminamos hacia el auto que espera justo saliendo de la puerta peatonal.
Solo se escucha el sonido de nuestros tacones sobre el camino.
Izan sonríe al verme, dejo el auto encendido mientras nos espera.
Me acerco. —Siento lo de tu tío—exclamó, al igual que Camila.
Izan nos agradece nuestro comentario. Se le ve sereno, creo que más nada está agotado por el ajetreo que hay desde anoche.
—Me atrevería a decir que es la primera vez que estás lista a tiempo—camina para abrir la puerta del copiloto.
Camila sonríe y me observa. —Él sabe cosas—contesta por mí.
Yo sonrío un poco. —Procure no hacerle esperar—contestó mientras caminó frente a él, y después cierra mi puerta para caminar y dar la vuelta y subirse a mi lado. O sea, del piloto.
Enciende el auto. —Fui a dejar a mi madre. Pero llegué a tiempo—se incorpora y acelera.
Le escucho. —Comprendo. Camila y yo estábamos esperando tu mensaje, en cuanto llegó... salimos—me abrochó el cinturón.
Llegamos a la calle y veo que comienza a tomar la ruta directo al velorio.
—Espero no molestar con mi presencia—inquiere Camila mientras va navegando en su smartphone.
Llegamos a un semáforo y él sonríe. —Para nada. No es una fiesta, pero el hecho de que ustedes estén aquí me alegra. Además que así tu amiga no estará sola, yo trataré de estar ahí, pero con tanta familia y demás, no sé qué tanto haré. Creo que vendrá familia que no viene o veo en años—nuevamente avanza porque el semáforo se ilumina con verde.
—Gracias. No te preocupes, vinimos a acompañarte. Si no puedes estar con nosotras todo el tiempo no habrá problema, tengo a Camila—volteó a verle.
Ella guiña el ojo.
Izan sonríe después de escuchar nuestro comentario. —Saben. Me parece curioso, este tipo de situaciones o reuniones como un velorio, ves a personas que tenías meses o años sin ver. Se agradece la presencia, pero a veces creo que es hipócrita, porque pueden pasar años y no se reúnen para alguna fiesta, reunion o que se yo... solamente si sucede algo malo, como esto; se reúnen—explica mientras está atento porque cambia de carril dos veces. —Es en lo que me pongo a pensar. O sea que, si esto no sucede, ¿no verás a tu familia?—finaliza con su pregunta.
Yo le escucho y asiento. —Lo sé, es curioso eso. —Aunque a veces influye el tema económico, aplica para quienes no viven en la misma ciudad. Pero cuando sí, y no aún así te visitan o se esfuerzan, pues si es triste—comentó.
—Lo que dices tiene sentido. Algunas personas solo reaparecen cuando muere alguien, ojalá no fuera así; pero así es—afirma. —Por eso sueles escuchar al final de un velorio decir: "A ver si cuando nos volvamos a ver, no sea en estas circunstancias", pero sabemos que casi siempre se vuelven a ver por el mismo motivo—sentencia y baja el vidrio de su lado donde ella viene sentada.
Izan nos escucha. —Sí, pero a veces hay que esforzarse. Aunque algunas personas no quieren frecuentar a nadie, y hay que representar esas decisiones—expresa con serenidad mientras ingresamos al estacionamiento del inmueble donde se hará el velorio.
Me sorprende la cantidad de autos que hay. Muchas personas siguen llegando, caminando o en familia. Todos vestidos de negro.
Finalmente nos estacionamos. —Bien, pues llegamos. Cuando quieran irse, solo avísenme. Yo las llevo, chicas—avisa mientras le pone alarma a su auto y caminamos.
Nos encontramos con personas de la familia mientras caminamos al lugar donde se realizará el velorio.
Izan saluda y charla un poco con ellos, nosotras nos mantenemos un poco con distancia. —Parece que hay mucha gente, están varios grupos de personas afuera charlando—comentó en voz baja.
Camila observa. —Quizás haya un par de sillas dentro, nunca se sabe—contesta.
Continuamos avanzado, hasta que llegamos e ingresamos. Pasamos entre la multitud de personas que se encuentran.
Casi siento chocar mis hombros con varias de las personas que están de pie hablando. Camila y yo tratamos de buscar sillas y poder sentarnos para no estar estorbando, dudo que miremos a alguien que conozcamos.
Tomamos pan y café y nos sentamos en dos sillas que están cerca de la pared, alejadas del ataúd y un poco pegadas a la esquina, así que estamos más apartadas del resto de personas.
En un inicio quería estar cerca de Izan apoyándole de algún modo, pero cuando veo que está de un lugar a otro, veo que eso es poco probable. Él está más centrado en recibir a personas de su familia, es normal. La mayoría pregunta que fue exactamente lo que sucedió o porque se llegó a este punto, sabemos que es una pregunta que se suele hacer.
Pasan las horas, después de tos tazas de café, galletas y pan. Entre charlas en voz baja, y mirando como algunas personas de la familia nos observan y algunos se acercan a charlar, platicas no muy interesantes, solo temas comunes.
Casi a las 12 de la noche, a la hora de las brujas como dirían muchos... veo un rostro inconfundible frente a nosotras. Caminando entre las filas de sillas y algunos grupos de personas.
Intercambiamos miradas y desgraciadamente ella me ve.
—Ay, mierda—murmuró antes de tomar a mi taza de café.
Camila voltea a verme. —¿Qué pasa?—inquiere y voltea a ver a lo que yo veía.
Tragó mi café. —Es la mejor amiga de Izan—contestó entre dientes.
Segundos después Regina y se para frente a nosotras. Sonriente y observándome a mí, de pies a cabeza. —Hola, chicas—saluda. —Liz, no me imaginé que estuvieras aquí... llevas una hora y no te había visto—expresa con una voz de burla.
Sonrió. —Ya tenemos varias horas aquí. Pero supongo que entre demasiadas personas es difícil ver—contestó y soy un sorbo a mi café.