Jueves 23 de noviembre.
Coloco las sábanas blanca en el mueble, camino hacia atrás para cerrar las puertas, cuando me percato de la presencia de una mujer de cabello blanco, sus mechones chinos le hacen ver bien. Contrastan con su piel blanca.
Me impresiona esta señora, a pesar de tener 78 años, las arrugas casi no se notan en ella. Veo que su hija le visita 2 veces por semana, y entre las cosas que le trae, están algunas cremas.
Yo me hago la pregunta: ¿Por qué las personas dejan a sus padres aquí? Esas personas con cabello blanco, alguna ves cuidaron de ellos. No veo motivos para abandonarles aquí.
—Me alegra que sigas aquí, señorita de cabello castaño—exclama Antonieta con esa sonrisa que le caracteriza.
Le devuelvo el gesto. —Sí, aquí sigo. Me encanta estar aquí. No tan fácil se desharán de mí—bromeó cuando me acerco para abrazarle.
Ella me mira un poco seria. —Me encanta que estés aquí. No siempre llegan personas con las cuales podamos charlar, o contarles lo que fue de nuestra vida—expresa cuando caminamos hacia el pasillo, nos dirigimos a una banca.
Por suerte, ya hice la mayoría de tareas. Y parte de mi trabajo aquí consiste en que le haga compañía a estas personas, les cuide y les ayude en lo que necesiten.
Tomo asiento a su lado, frente a un árbol que ha dejado caer la mayoría de sus hojas. Vemos a algunas personas del asilo, jugar o charlar entre ellas. Es el ambiente perfecto, al aire libre.
—Mi hija me visitó ayer, vino de sorpresa—sonríe. Se puede apreciar la felicidad de recordar el momento, y que su hija viniera de sorpresa. —Y me trajo algunas cosas. Cremas en especial, pero había una cosa que quería mostrarte, de hecho le pedí que me lo trajera para enseñarte,y—levanta su dedo índice. —Hacerte un obsequio, uno de los más atesorados que tengo— curva sus labios de oreja a oreja.
Yo me muestro curiosa e interesada. Veo que ella me muestra una revista, que está cubierta con una bolsa de plástico grueso, para proteger. En la portada se aprecia una mujer, con cabellos oscuros y ondulados, como si brillara. Luciendo un conjunto de falda roja, y un top blanco. Se ve bastante joven, su maquillaje regular, y sus labios rojos carmesís contrastan con un perfume de Chanel, un frasco de cristal con un tapón pequeño rectangular y de forma elegante, en su interior dejando ver un líquido de color amarillo claro.
—Esa mujer soy yo—exclama con orgullo cuando me entrega la revista.
—Es muy hermosa. Lo sigue siendo—le halagó mientras sostengo en mis manos esas hojas de papel que tienen décadas de historia.
Ella me regala un gesto de agradecimiento. —Esa fui yo en los años 70... ya algo de tiempo. O como dirían algunos de los miembros de este asilo, "ya llovió"—ríe un poco mientras me explica. —Ese día lo recuerdo bien. Pues modele y salí en la publicidad de Chanel, así fue por algunos años... pero no todo fue color de rosas—comenta.
Yo volteo de inmediato. —Aparecer en las revistas y haciendo publicidad de Chanel, debió ser lo mejor del mundo. Solo que me intriga lo último que mencionó. ¿Por qué no todo fue color de rosas?—inquietó.
Ella apaga un poco su mirada y observa hacia donde está el árbol. —Los árboles suelen cambiar con las estaciones, al igual que cuando crecen... vas notando que el tronco cambia su tonalidad, ves como la madera poco a poco pierde ese color que tanto le caracteriza... pues así es la vida. En el caso del ser humano, pasa igual. Cuando cumplí 42 años subí mucho de peso, además que una enfermedad se sumó a mi vida. Empecé a perder cabello y pues las cosas no marcharon muy bien en esos años—voltea y me sonríe agriamente.
Asiento. —Comprendo. Escuchar eso es triste. Ver como todo cambia tan radicalmente, pero siempre hay lindo de la vida, que nos hace continuar y tomar fuerza—contestó.
Ella curva sus labios. —En todo caso fue mi hija, ella tenia poco años. Fue mi motor, pero atravesé la peor época de mi vida, y al mismo tiempo debía cumplir con el rol de madre—explica. —Cuando me ocurrió la subida de peso, pérdida de cabello y mi enfermedad, no a mí obtuve trabajo modelando. Ni haciendo promoción de algún producto, por suerte tuve el dinero para darle a mi hija una vida digna, y al mismo tiempo costear mis tratamientos—declara ella.
Veo que lentamente comienza a reír. —Recuerdo que me enojé mucho. Y le dije a mi mánager algo que jamás olvidaré. "Es increíble como a cierta edad una mujer pierde su trabajo, por culpa de hombres que deciden que ya no somos atractivas. Me gustaría golpear a cada uno de esos hombres que odia ver la representación femenina a la edad de 40 años"—cita entre risas.
—Obviamente le dije eso cuando subí de peso, ya cuando tuve las enfermedades pues todo cambió. Ya casi llegando a los años 90s, puse un negocio de venta de ropa y perfumes. De esos me mantuve. Pero guardo las revistas y algunos productos que promocione, como los perfumes de Chanel. Forman parte de una época muy linda en mi vida, y eso me lleva al segundo tema—veo que gira un poco a su lado izquierdo, para tomar algo.
Veo una caja de Chanel. —Este es un perfume que no puede usarse, el aroma no será el mismo. Pero la caja y el frasco nunca más se hicieron, forman parte de la década de los 70. En la caja viene una toalla oscura, con el logo de la marca. Está con la firma de la mismísima Gabrielle Chanel—sonríe. —Te lo obsequio, Liz—me lo entrega. Dejándome desconcertada y perpleja.
—No sé si pueda aceptarlo. Usted lo ha...
Ella niega y me insiste. —Puedes tener el perfume de decoración. No lo uses, no sé cómo sea el aroma—ríe. —Y la forma de Chanel puedes conservarla junto al perfume. Con el tiempo valdrá más de lo que hoy cuesta—guiña el ojo.
Yo finalmente acepto, y con mucho cariño le agradezco. —Lo pondré en la sala de mi casa. Aunque temo que la caja se maltrate, pero ya pensaré en algo. Lo agradezco—sonrió.