Mi tiempo se acabó, ya no podré relacionar los mejores momentos. Nunca en mi vida fui feliz, tal vez porque me escondí en mis propios miedos o porque siempre tuve un pretexto para no dar lo mejor de mí. Viéndome en lo que me convertí no me gusta, pero debo aceptarlo a regañadientes, quizá son las consecuencias de mis actos. La verdad es que siento un inmenso placer por verme sufrir, cierro los ojos para contar hasta diez y luego hasta mil y, repentinamente, caigo en un profundo sueño. En una pequeña caja de cartón puse mis pertenencias. No había mucho que recoger, mi lugar de trabajo no apila medallas, trofeos o reconocimiento alguno. Sólo hay un marco de madera con una fotografía en la que aparezco junto a ella.
Desearía que no tomaran mi partida como una despedida. Mi mente divaga y se pierde en todos mis recuerdos. Los vivo como un sueño maravilloso que atesoro, aunque algunos me provoquen dolor. Decidí atribuir los malos y los buenos recuerdos a la casualidad, al igual los que se quedaron arrinconados en esas preguntas sin respuesta. Mi único y verdadero amor no volvió y nunca sabré cuánto tiempo necesitaré para olvidarlo. Me negué a ser una de esas personas que se pasan la vida añorando un amor truncado, para convertirme en una de ellas. Pero tengo un hueco doloroso en el alma que está íntimamente guardado y que nadie fue capaz de llenar. En lo referente a mis sentimientos, mi voluntad fue anulada, mi corazón entumecido y mi mente vaga a millones de kilómetros de mi sitio. Sin embargo, también hubo momentos en los que no pude soportar cargar con el estigma del fracaso.
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Editado: 13.04.2023