Rosa Ardiente

Capítulo 2 • ¿Esos labios he besado?

Aquel día se había ido a Japón con el alma destrozada. Los primeros meses, las primeras semanas fueron espantosas, no pudo soportarlos más que metiéndose a presión en el historial médico de sus compañeros, incrustando cifras y proyectos al cerebro, agotando su cuerpo con trabajo, con negociaciones e indagaciones interminables. Desde la mañana hasta la noche se enclaustraba en el trabajo que tenía en la empresa machacando cifras, hablando, escribiendo, trabajando sin pausa, sólo para oír cómo una voz en su interior gritaba angustiosamente un nombre, el nombre de ella. Se aturdía con el trabajo como otros con el alcohol o con las drogas, sólo para sofocar esos sentimientos que eran más fuertes que él. Sin embargo, todas las tardes, por muy cansado que estuviera, se sentaba para registrar hoja a hoja, hora tras hora, todo lo que había hecho durante el día, y con cada carta enviaba pilas enteras de cuartillas escritas con pulso tembloroso a una dirección encubierta, para que, aun en la distancia, su amada pudiera participar de su vida como ocurría cuando estaba en la casa, hora a hora, y él pudiera intuir su dulce mirada velando sobre su tarea diaria, por encima de miles de millas marinas, de colinas y horizontes.

Y las cartas que recibía se lo agradecían. Una escritura recta y palabras serenas que revelaban una pasión contenida; hablaban sosegadamente, sin quejarse, del paso de los días, y era como si sintiera sus ojos cafes fijos en él, sólo le faltaba la sonrisa, aquella sonrisa que lo apaciguaba, que quitaba gravedad a su porte serio. Esas cartas se habían convertido en la comida y la bebida de aquel solitario hombre. Tantas veces las había leído que se las sabía de memoria, palabra por palabra. Más de una vez, cuando estaba solo y sabía que no había nadie alrededor, las leía en voz alta, pronunciando una palabra tras otra con la misma cadencia de su voz, para conjurar así, mágicamente, a su amada ausente, en la distancia.

Así pasaron semanas y meses, matándose a trabajar un año y luego medio año más; ya sólo quedaban siete semanas hasta la fecha fijada para su regreso. Hacía tiempo que había reservado y pagado su vuelo. Un día, por la mañana temprano, buscando regresar lo más rápido a su casa para llamarla. El deseo se apoderó de él con una insensata pasión por saber de ella, la avidez de sus palabras lo hizo desvariar hasta el punto de decidir volver caminando desde las montañas donde extraían litio y otros minerales; indiferente, dejó atrás a sus otros compañeros. Pero, al llegar por fin a su destino, se sorprendió al encontrar un panorama inusual. Entonces, en la oficina, se enteraron de una insospechada noticia. Habían llegado noticias diciendo que el mundo estaba en guerra. Él no lo quería creer, al indagar se enteró de noticias todavía más deprimentes; la información era correcta e incluso peor, Japón había entrado en guerra. Entre el continente Asiático y el Americano había caído un tajante telón de acero por tiempo indefinido. 

Su primera reacción fue de cólera, se puso a golpear la mesa con puños cerrados, absurdamente, como si quisiera descargarlos sobre un enemigo invisible; en realidad, era la misma rabia con que millones de hombres impotentes golpeaban entonces los muros de su destino. Inmediatamente después consideró todas las posibilidades de ir a parar al otro lado del mundo ilegalmente, recurriendo a la astucia o a la violencia para dar jaque a su guerra interna… Pero el consulado le advirtió que, a partir de esa fecha, estaría obligado a vigilar cada uno de los pasos que dieran todos sus connacionales. De modo que su único consuelo fue la esperanza, de que semejante locura no duraría demasiado y en pocas semanas, en pocos meses habría concluido aquella torpeza. A esas nulas esperanzas se añadió otro detalle, que aturdía con más fuerza: el trabajo. Mediante un comunicado, su empresa recibió el encargo de tomar medidas preventivas para evitar la posibilidad de un embargo judicial; tenía que conseguir él que la compañía se independizara de la central, para dirigirla como si fuera japonesa sirviéndose de algunos prestanombres, de ser necesario. La situación exigiría desplegar toda su energía, pues también la guerra necesitaría los minerales de las excavaciones, por lo que la explotación debería acelerarse intensificando la actividad. Aquello absorbió todas sus fuerzas, se impuso sobre cualquier pensamiento caprichoso. Trabajaba doce, catorce horas al día con obsesiva dedicación para, a última hora de la tarde, abatido hundirse en su cama. 

Sin embargo, a pesar de que seguía creyendo que todo aquello no había afectado a sus sentimientos, lo cierto es que poco a poco su pasión iba cediendo y transformándose. No está en la esencia de la naturaleza humana vivir sólo de recuerdos, y así como las plantas y cualquier ser necesita la fuerza nutricia de la tierra y la luz del cielo, para que sus colores no palidezcan y sus cálices no se deshojen marchitos, también los sueños necesitan alimentarse de sensaciones, del sostén de la ternura y de lo palpable, de otro modo su sangre y su intensidad pierden brillo. Así le sucedió también a ese joven apasionado, antes de que él mismo se diera cuenta, cuando durante semanas, meses, un año y luego otro más no le llegó ni una sola noticia de ella; su amada no volvió a dar señales de vida, entonces su imagen comenzó a oscurecerse poco a poco hasta caer en un crepúsculo.

Cada día de trabajo dejaba un par de boronitas de ceniza sobre su recuerdo; aunque todavía ardía su interior en rojo incandescente pero, al final, la cubierta gris se fue haciendo más y más gruesa. Ahora se ponía a leer sus cartas de vez en cuando, pero las palabras ya no conmovían su corazón y una vez se asustó al ver su fotografía, porque ya no podía recordar el color de sus ojos. Cada vez eran más raras las ocasiones en que sacaba su pañuelo, en otro tiempo mágico y reconfortante, cansado, sin saberlo, de su eterna quietud, de aquella absurda conversación con una sombra que no daba respuesta alguna. Por lo demás, la empresa, continuaba trabajando cada vez con menos trabajadores; él buscaba compañía, buscaba amigos, buscaba mujeres.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.