Rosa Ardiente

Capítulo 4 • ¡Ahora no! ¡Aquí no!

Después de tanto tiempo recordaba que cuando niño aún más que la desgracia, Daniel tenía presente la aflicción que dejó la partida de un ser querido, la tristeza por la falta de un padre y de ciertas caricias. La relación con Tapalpa, poco a poco se fue borrando de su memoria y empezaba a confundirse con las tinieblas. Partió del pueblo con la idea de que el único hijo varón había muerto, como muchos otros que fueron dejados de la mano del padre, y que no había pasado de eso tanto tiempo, más no recordaba haberlo visto en una iglesia, tendido en un petate, envuelto en cobijas o alrededor de varias velas encendidas. Alguna vez leyó de un enorme y antiguo libro que Dios había resucitado y devuelto a la vida, contrario a lo que le acontencía, deseaba con inmenso fervor salir de ese pueblo y sólo lo lograba hacerlo cada que dormía. Contrario al resucitado él no dejaba de sentir la tristeza de un niño débil, nervioso y soñador, y se aconsejaba constantemente en no creer en aquellas resurrecciones, pero ni a él ni su madre ni mucho menos a sus hermanas las había vuelto a ver.

Cuando era niño y se quedaba solo, debía esperar a que alguien conocido volviera a su encuentro para rescatarlo; cosa que no sucedía ahora. No, ya no tenía a nadie, y no sentía miedo en la profundidad de la niebla, aunque oyó muchos cuentos de terror y suspenso en la radio. Por lo que, las ideas de muerte y vida, de cielo y de infierno, de cementerio y de vida subterránea en el féretro, todo es confuso ahora, todo se halla, tal vez, en su imaginación o en aquellas historias narradas por su abuelo, mitad inventada, mitad nacida de sus recuerdos. No había más pobladores en el pueblo a quien asustar con esas historias, ahora vivía en una historia muy compleja y similar a aquellas otras; esas que tanto penetran en el espíritu de los oyentes, unas veces viendo y otras adivinando, esas en las que uno no puede detenerse ante ciertas profundidades y encrucijadas; así, también, no hay modo de averiguar el motivo por el cual había regresado a este pueblo de atmósfera extraña y desconocida; como una novedad que sólo ofrece la experiencia que no se prevé, adivina o supone.

De día y de tarde, todo era gris, como el conjunto de imágenes de la debilidad, de la enfermedad, de la tristeza y de la muerte. No podía explicar la fascinación que el lugar le producía, y aquel murmullo, cual si fuera una charla inagotable, de visión de ultratumba, mezclada con las cosas más remotas de la tierra. Mientras observaba todo aquello, recordando tantas cosas extrañas, del mismo modo en que no tardó en temblar de frío, palideciendo. Estaba seguro de que dentro de poco la muerte doblaría en la esquina, lo abordaría y platicarían de tantas cosas que no fueron posible lograr mientras lo acompaña irremediablemente al infierno. Decidió caminar intentando evitar la escena de verse con la muerte acompañándolo, con profunda melancolía y en silencio, se dispuso a sentar en una silla mecedora bajo el zaguán, cabizbajo, pálido, sin hacer más que contemplar la noche.

Vuelve la vista al callejón y pudo ver al fin de la calle dos faroles que daban escalofríos en aquella noche húmeda y fría de invierno. Y piensa, ahí en la silla en la que se postraba, que sí se dormía escucharía historias raras, luego amanecería acostado en la misma litera del lejano Japón y, sin embargo, se encontraba en un lugar propiamente más extraño y sólo, donde no podría oponerse a convivir con nadie que se lo pidiera. Hablaba consigo mismo, inventaba respuestas, pedía perdón por no haber hecho caso a consejos; por todo, echaba de menos a sus seres queridos. Justo en ese instante de tensión, mira al callejón y ve unas siluetas de las que intenta saber de quién se trata, para ver si son ellos pero se desvanecen en la lejanía y se transforman en otras personas. Se supone que no debería verlos, pero es el único espectador que está allí. Si fuera una película de terror y suspenso; al personaje que interpreta es él mismo e insufla vida al personaje principal y ahora más que nunca está seguro de que la religión es sólo política o vergonzante vida interior.

En las historias que leyó, los muertos se vuelven laicos, limpios de sí mismos; aunque es en cintas de ficción donde los muertos pueden resucitar por la ciencia. En esas películas se producen las resurrecciones, igual que cada persona activa a sus fallecidos en otra dimensión mientras te subes al camión o te tomas un café. Ahora, Daniel convive con los muertos más que con cuando estaba vivo. Pide cosas, da explicaciones no pedidas, se disculpa y hasta se achaca a errores no cometidos. Cita lindos momentos, recuerda pasajes, recrea vivencias, reconoce sus frases, gestos. ¿Es solo memoria o de verdad están ahí, en el multiverso ahora omnipresente? Ahí si eres adulto y estás metido en un problema, estaba en esa zona intermedia que es la vida adulta, como si fuese un documental, a los muertos, medio vivos, medio yéndose, siempre un poco encasquillados con sus cosas, obsesiones, problemas, lo que les quedó a medio vivir, manías que heredan los vivos indefinidamente. Lo que quedó por hacer.

Habla con los muertos porque los vivos estuvieron muy ocupados en tonterias, porque al final descubrimos que solo escuchan los que tienen la eternidad por delante, aunque no contesten, y quizá ese es el motivo por el que no lo hacen, porque no hay prisa, la prisa es de los vivos, que no quieren morirse sin haber acabado esto y lo otro, y por eso hacen listas que nunca se terminan, y cuando tachan algo añaden otra cosa, o cinco cosas más. La lista de tareas es la mayor y única garantía de supervivencia; mientras haya lista hay vida. En la certeza de la incertidumbre y el cambio, la lista es el único indicio de futuro. Quizá habla con los muertos como una actividad privada. Departe con los muertos porque los vivos no le hacen caso. Los vivos no tienen tiempo para escucharlo porque siempre están forzando los tiempos, programando actos, cosas, fiestas, cumpleaños, despedidas de solteros, despidos, multas, contratos de un día. Al único acto al que vamos es al entierro, porque, por definición, no se va a repetir. Habría que repetir los entierros para dar otra oportunidad de resucitar. Pero contrario a lo que pensaba, resulta que no está sólo cuando de pronto inicia una conversación sin planearlo.




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