Rosas para Emilia

4

—¿Qué vas a hacer? –le preguntó Telma a Emilia. 

Habían estado hablando por horas. Emilia no le había contado con detalle cómo fueron las cosas, pero no necesitaba hacerlo. Ella estaba tan mal, sintiéndose tan destrozada, que era fácil imaginarse cómo había sido el suceso. 

Además, fuera como fuera, así fuera de tu propio novio, o esposo, una violación era eso: una violación. ¿Cuánto más de un desconocido que la había visto y atacado sólo porque le había placido?

—No sé qué hacer, Telma.

—¿No lo pudiste reconocer? –Emilia negó secándose con la palma de la mano las lágrimas.

—No.

—Dices que te fuiste de allí y él se quedó… ¿Cómo es que no fue él el que huyó primero?

—Se quedó… se quedó inconsciente—. Telma frunció el ceño.

—¿Estaba ebrio?

—No lo sé. No olía a alcohol… Telma… No quiero hablar de eso más.

—Lo siento por ti, pero vas a tener que hacerlo.

—¿Por qué?

—¿Acaso no piensas denunciarlo? Todavía estás a tiempo, tienes tres o cuatro días para mostrar las evidencias.

—No quiero que nadie más lo sepa.

—Nadie más lo sabrá excepto los profesionales, y ellos guardarán tu secreto. Emi, ¡esto no se puede quedar impune!

—¡Pero no sé quién es!

—Pero, ¿lo reconocerías si lo volvieras a ver? –Emilia cerró sus ojos. Sí, pensó. Reconocería su voz, su perfume, y los rasgos generales de su rostro.

—Sí, creo que sí.

—Con eso es suficiente. ¿Vamos?

—¿Ya?

—¡Claro que sí! ¡No podemos perder más tiempo! –Emilia miró al frente apretando sus labios. Respiró profundo y asintió.

—Me ducharé primero.

—Es obvio. Hueles a vieja encerrada—. Emilia sonrió, por primera vez en tres días.

—Gracias por apoyarme tanto.

—No seas tonta. Soy tu mejor amiga. Harías lo mismo por mí.

—No quiero que algo así te ocurra a ti.

—No me ocurrirá. Por ahora, preocupémonos por ti. Andando, se nos hace tarde y el tráfico en esta ciudad es de miedo.

—Vale… —Emilia salió de la habitación con la bata de baño en las manos. Telma entonces cerró sus ojos y lloró en silencio por su amiga. Frente a ella había tenido que mostrarse fuerte y serena, pero lo cierto es que tenía mucha rabia contra el monstruo que le había hecho daño a alguien tan inocente.

Pero él lo pagaría, o ella tendría que dejar la carrera de leyes.

 

Emilia puso el denuncio ese mismo día. La riñeron un poco por no haber ido inmediatamente, pero al tiempo la comprendieron, suponiendo que aún estaban a tiempo de evitar las más terribles consecuencias.

—¿Consecuencias? –preguntó Emilia como sintiéndose en el limbo.

—Enfermedades de transmisión sexual –dijo la doctora que la había examinado—. Y hasta un embarazo—. Emilia palideció—. No te preocupes, la píldora del día después funciona hasta setenta y dos horas más tarde. 

—Ya… ya pasaron las setenta y dos horas.

—No te angusties, todavía estás a tiempo. Además, en caso de que lo peor ocurra, puedes decidir si interrumpir el embarazo o no. Nuestras leyes te ampararán—. Emilia sintió náuseas entonces. Quería irse de allí, quería encontrar un agujero oscuro, pequeño, y meterse allí para siempre—. También debes volver en dos meses para comprobar que no estás infectada con nada –siguió diciendo la doctora, pero Emilia no la escuchaba—. Sigue al pie de la letra los pasos que te indicamos en este folleto –le dijo, pasándole un simple papel plegable de letras azules. Emilia lo tomó—. La vida sigue, Emilia. No todo está acabado. Muchas mujeres sufrieron lo mismo que tú alguna vez, y ellas siguieron sus vidas. No como si nada, sino por el contrario, con más fuerzas. Tú eres una guerrera, a que sí.

Ella asintió. 

Salió del consultorio, y en la pequeña sala de espera estaba Telma, que tomó el folleto en sus manos para leerlo. 

—Tu seguro se hará cargo de tus medicinas –dijo Telma mientras avanzaban hacia la salida—. Al menos por eso no debes preocuparte—. Al notar que su amiga no decía nada, Telma suspiró—. No estás sola, Emi –le dijo tomándole el brazo—. Te acompañaré en todo lo que haga falta. 

—Gracias –susurró—. Ahora, tengo que concentrarme en los exámenes—. Telma la miró fijamente.

—Lo sé, pero no puedes descuidarte en esto.

—Si estoy enferma o no, ya no hay nada que se pueda hacer, ¿verdad?

—Claro que sí. La gran mayoría de esas infecciones se pueden combatir completamente si se detectan temprano.

—Bueno, pero primero los exámenes. 

—¿Te vas a poner terca en esto? –Emilia negó sacudiendo su cabeza.

—Él… no creo que estuviera enfermo de nada.

—¿Cómo puedes saberlo? –De verdad, se preguntó. ¿Cómo podía estar segura?




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