Rotos Lazos: Pérdidas y Culpa

Capítulo 7-Después del caos

Llegamos juntos, demasiado preocupados por ella.
Pero al llegar a la casa, estaba llena de gente, incluidos los policías.

Después de unas horas, los agentes se despidieron y los vecinos, uno a uno, regresaron a sus rutinas. El portón, por fin, quedó libre de miradas curiosas. El silencio que volvió era pesado, pero necesario.

Shelma respiró hondo y, sin mucha ceremonia, rompió el clima:
—Listo. Se acabó el espectáculo en el patio. Vamos a entrar.

Tomé la bolsa del suelo y la seguí. Shelby cerró el portón y comprobó dos veces que estuviera bien trancado, como siempre hacía.

Dentro de la casa, la tensión por fin cedió espacio al cansancio. Natália se hundió en el sofá, el rostro entre las manos. La sala, minutos antes invadida por voces, ahora parecía protegida por un silencio denso.

Shelma se sentó a su lado y le tomó la mano. Me acerqué en silencio, sin saber si debía decir algo… o simplemente quedarme allí.

Miré a Natália. Los ojos aún húmedos.

Shelby seguía apoyado contra la puerta, atento. Pero en ese instante entendí lo que él también debía estar viendo: lo que mantenía todo de pie no era él. Éramos nosotras. Juntas. Aún.

Creo que fue allí, en esa sala silenciosa, cuando entendimos lo agotadas que estábamos. Shelma fue la primera en hablar, siempre más práctica que todas nosotras.
—Mejor que descansemos. Mañana será un nuevo día… y necesitamos estar enteras.

Solo asentí. Estaba tan cansada como Natália, pero traté de disimularlo.
Pobre Nat, aún buscaba fuerzas en nuestros ojos.
—Tienen razón… solo quiero que esta noche termine pronto —murmuró.

Shelma se despidió con un beso en su frente y desapareció por el pasillo, diciendo que al día siguiente volveríamos a empezar. Juntas. Siempre juntas.

Yo me quedé. Dormir en el sofá me parecía poco después de todo lo que ella había pasado.
—Cualquier cosa, me llamas —le dije, y ni siquiera tuvo fuerzas para discutir.

Cuando todo se calmó, tomé el celular solo por hábito. Y entonces vi el correo electrónico.

> “Estimada Kataleya, tenemos el placer de informarle que ha sido seleccionada para el cargo de recepcionista en nuestro hotel King. Su contratación inicia en 30 días, tiempo suficiente para los trámites y su preparación.”

Recuerdo la sensación. El susto. El corazón acelerado.
Lo había logrado. Después de tantos currículos, entrevistas, puertas cerradas.
Quise gritar. Abrazar a alguien. Pero todo lo que hice fue susurrar:

—Lo logré.

A la mañana siguiente, ya estaba en el sofá cuando la luz del amanecer empezó a llenar la sala. Enrollada en la manta, miraba el techo, pero mis pensamientos estaban lejos. El cuerpo me pesaba de cansancio.

Esperé a que ambas despertaran por completo antes de decir algo. Cuando abrí la boca, fue como liberar un secreto que necesitaba respirar:

—Anoche recibí un correo… ¡Me aceptaron para trabajar en un hotel de lujo! Como recepcionista —dije, llena de emoción.

Me miraron con asombro y alegría. Natália aún parecía agotada, pero sus ojos brillaron por un instante. Shelma me abrazó con una fuerza que decía todo sin palabras. Por unos minutos, el dolor que nos rodeaba se disipó.

—Tengo treinta días antes de comenzar. Un mes para prepararme, reorganizar mi vida… respirar diferente.

Y aun con todo desmoronándose por dentro, algo en mí decía que tal vez… solo tal vez… las cosas podrían cambiar.

Más tarde, Shelma salió con su bolso lleno de labiales y valentía. Natália permaneció en silencio, aún intentando coser sus pedazos. Y yo… yo me quedé allí. Aferrándome a esa pequeña esperanza como quien sostiene un hilo de luz en la oscuridad.

Ajusté la correa del bolso en mi hombro y le sonreí a Natália. Necesito ropa nueva para mi nuevo trabajo, pensé, más como una excusa para salir de la rutina. Ella dudó, pero terminó aceptando.

Cuando abrimos la puerta, me encontré con Shelby allí, en medio del camino, como si hubiera aparecido de la nada. El viento movía su cabello, y el silencio se volvió denso.

Natália rompió el hielo, invitándolo a venir con nosotras. Yo solo reí, sorprendida de que su invitación hubiera sido tan directa.

Shelby tardó un poco, miró de una a otra, y finalmente sonrió con suavidad. Fue un “sí” silencioso, y sentí que, en ese momento, las cosas estaban cambiando.
La tarde prometía más que simples compras.

En la tienda, el olor a tela nueva se mezclaba con el perfume dulce de las vendedoras. La luz se reflejaba en los colgadores llenos de ropa que parecían recién salidas de una revista.

Me lancé directo hacia las prendas más coloridas, mientras Natália analizaba todo con esa mirada crítica que siempre admiré. En cuanto a Shelby… bueno, parecía un pez fuera del agua. Se quedó plantado cerca de la entrada, como si intentara entender en qué tipo de misión se había metido.

De vez en cuando, lo llamaba con la mirada, fingiendo pedir su opinión, solo para ver si se acercaba. Y lo hacía. Siempre lo hacía.

Cuando me detuve frente al espejo con un vestido en las manos, sentí su mirada sobre mí por más tiempo del necesario. No era juicio —era algo más suave, más atento. Cálido.

Shelby murmuró algo sobre que el vestido me quedaba bien. No fue un gran comentario, ni nada poético —solo una frase simple, pero que, por alguna razón, me estremeció por dentro. Tal vez porque venía de él. Tal vez por la manera tranquila en que lo dijo.

Natália lo notó al instante y soltó un comentario en tono de broma, como siempre hacía cuando quería aliviar el ambiente. Yo solo reí, intentando ocultar el calor que subía por mis mejillas.

Entré al probador y, al salir, sentí la mirada de Shelby alcanzarme —demasiado rápido para evitarla, pero pronto desviada. Aun así, la pequeña sonrisa en la comisura de sus labios se escapó antes de que pudiera disimularla.

Pregunté, con un hilo de voz, si me veía bonita. Natália respondió primero, como quien me conoce demasiado bien para mentirme: dijo que me veía elegante. Y eso ya habría bastado. Pero Shelby tardó unos segundos, pensó… y dijo que el vestido parecía yo. Como si tradujera algo que ni yo misma sabía explicar.




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