Rotos Lazos: Pérdidas y Culpa

Capítulo 10- Un nuevo refugio

Mi pierna ya estaba bien.
La hinchazón se había ido, el dolor era apenas un recuerdo, y las vendas fueron reemplazadas por pasos firmes. Volver a caminar era como recuperar el control.

La rutina en el hotel volvió a su ritmo. Bajaba las escaleras sin miedo, caminaba por los pasillos con la misma postura de siempre. Los compañeros me saludaban como antes, pero algo dentro de mí había cambiado. Me sentía más alegre.

Natália seguía con sus entrenamientos. Se levantaba temprano, grababa nuevos videos, sonreía más.

Shelma, como siempre, equilibraba el tiempo entre el salón de belleza y sus encuentros con Willian.
Ahora estaban más cercanos, más constantes. Era bonito verlos así — él respetaba su espacio, ella amaba su intensidad.

“Quisiera que todo siguiera igual. Pero las cosas buenas van y vienen.”

Shelma estaba en el salón, organizando los productos en los estantes. Todo estaba limpio, perfumado, justo como a ella le gustaba. Era un espacio bonito, y sentía orgullo de lo que había construido sola.

De repente, la puerta se abrió con fuerza. Era su tía. Entró mirando todo con expresión crítica.

— “Bonito te quedó esto, ¿eh? Y ni siquiera un agradecimiento. Ya veo que olvidaste quién cuidó de ti cuando tu madre murió.”

Shelma se quedó inmóvil, sorprendida.

— “¿Agradecer? ¿Por qué? Tú nunca me ayudaste de verdad. Solo me criticabas. Siempre dijiste que no llegaría a nada.”

La tía soltó una risa burlona.

— “Ingrata, eso es lo que eres.”

Antes de que Shelma pudiera responder, la tía le dio una bofetada seca, justo frente a sus empleados. Shelma se llevó la mano al rostro, con los ojos llenos de lágrimas. No dijo nada. Tomó su bolso y salió.

En la calle, aún con los ojos húmedos, intentó llamar a Willian. Fue directo al buzón de voz. Volvió a intentar. Nada. Se sentía herida, sola.

Caminó rápido por la acera hasta que vio a Shelby viniendo en dirección contraria. Cuando lo vio, no lo pensó dos veces. Corrió hacia él y lo abrazó fuerte, sin decir palabra.

Shelby, sin entender del todo, le devolvió el abrazo. Se quedó quieto, sosteniéndola con cuidado.

Y fue así. En ese abrazo triste, todo empezó a cambiar.

Shelby la llevó a un café tranquilo. Ella, aún alterada, le contó todo sobre la discusión con su tía. Por primera vez, sintió que alguien la escuchaba de verdad.
Él no intentó dar consejos, solo la escuchó. El silencio entre los dos se volvió consuelo.
Sus miradas se cruzaban más tiempo del necesario.

Shelma y Shelby se sentaron luego en un banco del parque. La brisa de la tarde era suave, pero el silencio entre ellos pesaba. Ella aún tenía los ojos enrojecidos, pero ya no lloraba. Solo miraba al frente, intentando ordenar sus emociones.

— “Sabes…” — empezó Shelby, con la voz más baja que de costumbre — “entiendo lo que sientes.”

Shelma giró el rostro hacia él, sorprendida.

— “¿Lo entiendes?”

Él asintió, mirando al suelo.

— “Crecí solo con mi padre. Mi madre no podía cuidar de mí. Nunca fui prioridad para nadie. Siempre pensé que, para ser visto, tenía que hacer algo… ser útil, demostrar mi valor.”

Shelma guardó silencio. Sus palabras describían exactamente lo que ella sentía desde niña.

— “Mi tía…” — dijo con una risa débil — “siempre decía que me había criado, que le debía todo. Pero solo me recordaba cuando necesitaba algo. Y cuando logré abrir mi salón, apareció… como si tuviera derecho a cobrar una deuda.”

Shelby la miró con atención.

— “A veces, quienes deberían amarnos nos hacen sentir como si siempre tuviéramos que devolver algo.”

Ella asintió, con un nudo en la garganta.

— “Sí. Es eso. Exactamente eso.”

En los días siguientes, Willian seguía distante. Shelma le enviaba mensajes, intentaba entender qué pasaba. Él parecía estar en uno de sus viajes de trabajo, pero respondía poco. La inseguridad crecía.
Y mientras el espacio entre ellos aumentaba, Shelby se hacía presente — con pequeños gestos, pero constantes: un café dejado en la puerta, un mensaje preguntando “si estaba bien”.

Yo, Kataleya, recuerdo que Shelby me comentó que debíamos cuidar más de Shelma, que no se encontraba bien. Pero yo, cada vez más ocupada, hacía horas extras que me dejaban agotada. No tenía tiempo ni para mí misma.

Una noche debía quedarme en el hotel, y Natália estaba quién sabe dónde, como de costumbre.

Esa noche, después de un día difícil, Shelma invitó a Shelby a entrar cuando él la dejó en casa, siempre caballeroso. Se quedaron en el sofá conversando. Ella apoyó la cabeza en su hombro. Él acariciaba su cabello despacio.

Pero por un milagro, ya no tendría que trabajar esa noche. Fui liberada. Recuerdo haber llegado a casa agotada, tomé las llaves y abrí la puerta…

Los vi. A los dos, sentados en el sofá.
No sé exactamente qué pasaba ni por qué estaban ahí a esa hora.
Solo recuerdo que estaba tan cansada que, al ver a Shelby levantarse rápido, recibirme con un abrazo y un beso, me distraje y olvidé lo que había visto.

Shelma se levantó enseguida y se fue, sin decir palabra. No entendía del todo lo que estaba ocurriendo.

Al día siguiente, Shelma estaba extraña. Parecía cargada de culpa. Shelby actuaba con naturalidad, como si nada hubiera pasado.

Recuerdo días en que Shelma apenas podía dormir. En ese momento no sabía por qué.
Tal vez, cada vez que cerraba los ojos, veía mi rostro. Mi sonrisa. La forma en que yo confiaba, sin imaginar lo que estaba pasando.

Shelby también estaba diferente. Más callado, más tenso. Hubo encuentros.
Cruces de mirada cargados de todo lo que no podían decir.

Intentaron alejarse. Prometieron parar, fingir que nada había sucedido.
Pero bastaba un momento a solas, un roce, un recuerdo, para que todo volviera.

Yo, Kataleya, seguía enamorada. Le contaba a Shelma — sin saber — cada detalle de lo que sentía por Shelby. Y eso hacía que todo doliera aún más.
La culpa ardía en el pecho de Shelma, pero el deseo era más fuerte de lo que podía controlar.




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