…
Me enteré después de que Shelma apareció en la oficina de Willian.
Él estaba a punto de salir para una reunión cuando se topó con ella, de pie en la recepción. Sus miradas se cruzaron, y por un instante el tiempo pareció detenerse.
Dudó, pensó en simplemente irse… pero algo lo detuvo. Cedió. En el fondo, todavía la quería mucho.
Fueron a un rincón más apartado, lejos de las miradas.
—Tenemos que hablar —dijo Shelma con la voz temblorosa.
Willian cruzó los brazos, serio. —Habla.
—Yo… sé que me equivoqué. Pero tienes que entender que… solo quería atención. Me sentía tan sola, tan invisible.
Willian soltó una risa irónica, sin humor.
—Tú sabías exactamente lo que yo hacía. Cada hora extra, cada reunión, cada viaje… era por ti. Para darte una casa mejor, una vida tranquila. ¿Y ahora vienes a decirme que necesitabas atención? Deberías empezar con una disculpa, pero comenzaste con excusas que no tienen sentido.
Ella negó con la cabeza. —Lo sé. Pero no quería tu dinero, Willian. Solo te quería a ti. Presente.
Él entrecerró los ojos, y su voz se volvió dura:
—¿Y eso justifica la estupidez que hiciste? ¿Estar con Shelby? ¿El novio de tu amiga?
—No elegimos de quién nos enamoramos… —susurró ella, con lágrimas cayendo.
Willian se quedó inmóvil por un momento. Luego dio un paso atrás, como queriendo poner distancia física y emocional entre ellos.
—Entonces elige desaparecer de mi vida —dijo con firmeza—. Y no me busques nunca más.
Se dio la vuelta sin esperar respuesta. La dejó allí, sola.
Shelma cayó en el banco más cercano, con el rostro entre las manos. Lloró como si estuviera perdiéndolo todo —y tal vez así era.
Willian llegó a casa tambaleando, con el sabor amargo del alcohol aún fresco en la boca. Arrojó las llaves sobre el sofá y, sin quitarse los zapatos, se dejó caer en el colchón del cuarto, con la botella a medio vaciar.
La oscuridad del cuarto combinaba con lo que sentía por dentro.
Tomó el celular con manos temblorosas. Buscó mi nombre. Respiró hondo. Y llamó.
Al ver su llamada, dudé un momento, pero respondí enseguida, sorprendida:
—¿Willian?
Él sonrió de una forma torcida, dolorida.
—Kataleya… perdón. Sé que ya lo dije antes… pero lo diré otra vez.
Guardé silencio.
Él continuó, con la voz arrastrada, quebrada por el alcohol.
—La vida perdió el sentido. Intenté seguir, pero no puedo. No sé vivir sin ella. Sin Shelma…
Sentí un nudo en el pecho. Su voz sonaba extraña, como si fuera una despedida.
—Willian, ¿qué estás diciendo?
—Estoy diciendo… que este es el final. Un adiós definitivo.
Perdón por todo.
Y la llamada se cortó.
Me quedé mirando el teléfono, sin entender. El corazón me latía con fuerza.
Por suerte, estaba con Anderson. Le pedí que fuéramos urgente a la casa de Willian, que necesitaba ayuda.
No hizo preguntas. Solo tomó las llaves y salimos a toda velocidad.
El silencio dentro del coche solo era roto por el rugido del motor y mi respiración entrecortada. Cada segundo parecía una eternidad.
Al llegar, salté del coche antes de que él estacionara por completo. Corrí hasta la puerta del edificio, subí las escaleras como si mi vida dependiera de eso. Tal vez sí dependía.
Tocamos el timbre una, dos, tres veces. Nada.
Entré en desesperación.
Anderson miró alrededor y decidió:
Retrocedió, tomó impulso y derribó la puerta con fuerza. El sonido de la madera cediendo resonó por todo el apartamento.
Y entonces… el silencio.
Entramos, y todo parecía fuera de lugar.
En el rincón del cuarto, junto al colchón en el suelo, estaba Willian. Sentado. Con la mirada perdida.
Y en sus manos… una cuerda.
Nos quedamos paralizados por un segundo.
—¡Willian! —grité, corriendo hacia él.
Ni siquiera reaccionó. Estaba en shock, pálido, como si ya no estuviera allí por dentro.
Anderson, con calma, le quitó la cuerda de las manos.
Solo entonces Willian rompió el silencio con un llanto ahogado, desesperado.
Me arrodillé frente a él, sostuve su rostro entre mis manos. Estaba destrozado.
—No pude hacerlo, Kat… —murmuró con voz quebrada—. Ni para morir sirvo…
Le sujeté el rostro con firmeza, obligándolo a mirarme.
—Eres un buen hombre, Will. No seas tonto. También eres un buen amigo.
El suicidio no soluciona nada. Dime… ¿por qué quieres morir? ¿Solo para dejar de existir?
Él no respondió. Cerró los ojos, intentando contener las lágrimas.
—¿Y nosotros? Los que te amamos, ¿cómo crees que nos sentiremos si te vas así?
Tienes gente que te quiere mucho, incluyéndome a mí y a Natalia.
No queremos perderte, ¿entiendes?
Él asintió levemente, respirando con dificultad. La tristeza era visible.
—Le di todo a ella… —susurró—. Todo el trabajo que hice fue para darle una vida mejor a Shelma. Y aun así… ella…
Le tomé la mano con fuerza.
—Entonces dale esa vida a otra. A una mujer que sepa valorar lo que ofreces.
Y créeme, vas a encontrar a alguien que te ame como mereces.
Que te haga el hombre más feliz del mundo.
Willian respiró más hondo. Sus hombros se relajaron. Su voz salió débil:
—Gracias, Kat…
Anderson, que había permanecido en silencio, se acercó y dijo con firmeza:
—Vamos al hospital. Necesitas descansar, y cuidar tu mente también.
Willian no se resistió. Solo asintió.
Esa noche fue internado y quedó bajo observación durante un día.
No era solo su cuerpo el que necesitaba sanar… su mente también.
Llamé a Natalia y le conté todo.
Ella vino enseguida.
Fuimos a verlo. Estaba descansando.
Después, Anderson dijo que podíamos irnos a casa, que él se encargaría de todo.
Nosotras fuimos a casa.
…
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Editado: 28.10.2025