Después de semanas sin dar señales, Shelby y Shelma reaparecieron discretamente.
Supe por Natália que habían llegado al país dos días antes, pero solo ahora avisaron que estaban de vuelta.
Vinieron directamente desde España, bronceados, llenos de novedades y… aún más unidos.
Shelma volvió al trabajo como si nada hubiera pasado.
Saber que estaban de regreso me provocaba cierta incomodidad.
No era que todavía sintiera algo por Shelby, pero la forma en que todo quedó… tan mal resuelto… me dejaba intranquila.
Cuando llegué al hotel aquella mañana, nada parecía fuera de lo normal. Entré al vestíbulo saludando a mis compañeros, me puse la tarjeta de identificación y me preparé para otro día de trabajo.
Mientras organizaba las primeras atenciones del día, escuché a dos compañeras comentando sobre un nuevo empleado en el departamento de Recursos Humanos, alguien que había estudiado en Europa y que traía un currículum impresionante.
Apenas presté atención. Solo suspiré y seguí con lo mío. Al fin y al cabo, siempre había gente nueva entrando y saliendo.
Ese día el trabajo no estaba liviano para mí. Iba y venía todo el tiempo.
Estaba camino a la recepción cuando vi a la madre de Lukela al final del pasillo.
Se detuvo bruscamente al verme, como si me reconociera de inmediato.
Sus ojos, escondidos tras unas gafas oscuras, no lograban disimular la tensión en su cuerpo.
Caminó hacia mí con pasos firmes, los tacones resonando sobre el suelo silencioso.
—¿Dónde está mi hija? —preguntó con voz dura, como si yo fuera la responsable de todo.
Respiré hondo y me mantuve serena.
—Está con alguien que la ama de verdad —respondí—.
Alguien que la escucha, que la cuida, que la ve como una niña de quince años… y no como un problema.
Frunció el ceño, como si no esperara mi respuesta.
—Sé que no es fácil… —continué con calma— pero a veces hay que detenerse y preguntarse:
¿Qué tipo de madre queremos ser?
¿Qué tipo de recuerdo queremos dejar en nuestros hijos?
Ella desvió la mirada, inquieta.
—Todavía tiene tiempo —añadí—. Puede empezar de nuevo.
Puede ser la madre que Lukela necesita.
Puede liberarse de esa relación que está destruyendo no solo a ella… sino también a usted.
Mi madre pasó por lo mismo con ese hombre, y las cosas no terminaron bien para ella.
Piénselo. Piénselo con la mente y con la conciencia, porque el corazón… el corazón es traicionero.
Guardó silencio.
Solo me miró durante unos segundos… y luego se dio la vuelta y se fue, sin decir una palabra.
Me quedé allí, en medio del pasillo, esperando que al menos una parte de lo que dije hubiera entrado en su mente.
Después de eso, me pidieron que pasara por Recursos Humanos para actualizar algunos documentos del contrato.
Golpeé la puerta y entré, aún revisando los papeles que llevaba conmigo.
—Buenos días, vine a entregar… —mi voz se quebró.
Al levantar la mirada, allí estaba él.
Shelby. Sentado detrás del escritorio, con camisa social, barba perfectamente arreglada y la misma expresión que tantas veces me confundió.
El aire pareció desaparecer por unos segundos.
Sentí el estómago dar un vuelco.
Shelby levantó las cejas y se puso de pie, como si mi presencia fuera solo una formalidad.
—Hola, Kataleya —dijo con calma—. No esperaba verte aquí… tan temprano.
No respondí.
Solo dejé los papeles sobre la mesa y salí de la sala con el corazón acelerado, tragando en seco.
Volví rápidamente a la recepción, todavía con el corazón desbocado por lo que acababa de pasar.
Al acercarme al mostrador, vi a una de las compañeras organizando unos documentos.
—Eh… —la llamé, intentando sonar casual—, ¿cómo se llama el nuevo del departamento de Recursos Humanos?
Ella levantó la vista, sin dejar de hacer lo que hacía.
—Ah, es Shelby… empezó esta mañana. ¿Por qué?
Esbocé una sonrisa leve y moví la cabeza, como quien solo quería confirmar algo que ya sabía.
—Nada, solo curiosidad.
Pero por dentro… por dentro algo me decía que las vueltas de la vida aún tenían mucho que mostrarme.
…
El reloj marcaba el final del turno y, con él, el peso de un día más.
Tomé mis cosas y caminé hacia la salida con la cabeza baja, intentando guardar mis pertenencias en el bolso.
Estaba tan inmersa en mis pensamientos que solo noté cuando choqué con alguien.
—Ay, disculpa —murmuré, levantando la vista.
Era Shelby.
También se disponía a salir, y parecía tan perdido como yo.
Por un instante nuestras miradas se cruzaron, pero él enseguida las desvió, como si no soportara su propio silencio.
Seguimos juntos hasta la puerta de vidrio del vestíbulo, en un silencio incómodo, hasta que afuera vi a Anderson.
Estaba apoyado en el coche, esperándome.
Cuando me vio, sonrió y levantó la mano, saludando con ese gesto tranquilo que siempre me desarmaba por dentro.
—Tu noviecito está ahí —soltó Shelby, con ese tono burlón que solo él sabía usar.
Me detuve un instante.
Lo miré sin apuro, con una mirada llena de desdén.
Ni siquiera me molesté en responder.
Solo di un paso al frente, dejando claro que ciertas provocaciones ya no me alcanzaban.
Hay cosas que uno supera.
Y otras que simplemente aprende a ignorar.
Entré al coche y cerré la puerta, soltando un largo suspiro.
Anderson me observaba con esa mirada atenta de quien entiende lo que no se dice.
—¿Todo bien? —preguntó, arrancando el coche.
—Sí… solo me crucé con Shelby al salir —respondí, sin querer darle importancia al tema.
Pero él notó mi tono.