Thomas
El diario no decía mucho, la señora Closs tenía una vida sumida en rutina, cuidaba de la hija de los dueños de la casa, le enseñaba etiqueta, baile, piano y todas esas otras cosas de la época. Pero, como muchas, pasaba su tiempo libre hablando y escuchando sobre los rumores que sumían la casa y que rodeaban la familia. Tal parece, el más escandaloso de todos era la supuesta infidelidad del dueño de la casa, el señor Collingwood. Sin embargo, la señora Closs decía no estar muy convencida al respecto o al menos lo hacía al principio.
De repente, la escritura empezó a cambiar como si sus manos se hubieran vuelto más temblorosas, me pregunté qué edad habría tenido la mujer, no había pista alguna sobre ello. Lo que más llamó mi atención es que relataba cosas extrañas que pasaban en la casa y también sobre el rumor de una maldición.
Leí rápidamente todo el diario y volví a releer algunas páginas, esperaba que la señora Closs no se enojara por haber marcado algunas partes. Entonces la puerta de mi habitación se abrió y se cerró de golpe, dándome tal susto que me cai de la cama.
—¿Perdiste algo debajo de la cama? —levanté la vista encontrando la de Katherine e inmediatamente me levante.
—Viste mi nota… —pensé en voz alta.
—Sí —dijo, observando mi cuarto.
Francamente había dejado de esperarla desde hace una hora, se estaba haciendo tarde; pero por otro lado me sorprendería si no hubiera leído la nota que le deje en el piano, me había arriesgado a volver allí a las horas de la tarde. Creí que encontraría a la chica de cabellos rubios; pero, en su lugar encontré un espacio frío y desolado.
—Fuiste a la biblioteca ayer —su voz tuvo un tono acusatorio. —Habría preferido que no lo hiciera.
—Pues, aun no estoy seguro de cuán útil fue —comenté. —Pero encontré esto —levante el diario, mostrándoselo. —Es el diario de una mujer que trabajaba aquí, Mary Closs, una institutriz —ella no pareció muy interesada.
—¿Y hay algo allí que nos sirva de algo? —Me preguntó, caminando por el limitado espacio de mi habitación.
—En realidad, sí. Lo hay —dije sin mirarla, buscando la página que más llamó mi atención, mientras le relataba algunos otros aspectos importantes. —Al principio no dice mucho; pero, luego habla de los dueños de la casa de ese entonces, los describe como personas misteriosas. Entonces habla de sucesos extraños ocurriendo en la casa. Escucha —me detengo en una página. —Adelaide dice que anoche escuchó ruidos en la cocina, le dije que probablemente sería un ratón, aunque Dios sabe que esas bestias dejaron de existir hasta que Adam vino, el chico es un diablillo, me ha hecho sentir pena por las asquerosas bestias —leí. —Ves y ese es solamente el comienzo.
Levante la mirada, encontrándola enfocada en la ventana, viendo como la oscuridad cubría el bosque que nos rodeaba. Finalmente, decidí seguir hablando.
—Entonces, empiezan a hablar de una mujer en la casa. Aquí dice “los chismes han llegado hasta el pueblo, sobre la otra mujer de mi señor, no sé si sea verdad, nunca he visto tal cosa; aunque siempre estoy con la señorita” —hice una pausa. —Podría ser esa mujer… “la casa está demasiado tensa estos días, hay algo en la mirada de la señora B…” —Intenté leer el nombre o apellido de la mujer, pero las palabras eran ilegibles. —No sé lo que dice… “parece paranoica, cualquier sonido la enloquece y se enoja muy fácilmente”, de ahí en adelante la mujer empieza a enloquecer…
Ella no dice nada y me pregunto se debería seguir leyendo.
—Esto es lo que más llamó mi atención, “Los Benson se ahorcaron en la biblioteca, no sé porqué me sorprende, es como si la casa estuviera invadida por una peste, como si la misma muerte habitara entre nosotros, tratando de decidir quién será el siguiente. La semana pasada fue George y su esposa, los días anteriores también Lionel, Sasha, Theresa y la lista sigue. Simplemente ha dejado de ser un secreto, les es imposible ocultarlo ahora, lo peor de todo es que siguen contratando más personas. ¿Me pregunto quién sigue? ¿Cuándo es mi turno? ¿Despertaré mañana?” —Tragué saliva, era la tercera vez que lo leía y me paralizaba de la misma forma. —Todos empezaron a morir —le dije.
—¿Crees que ustedes también morirán? —su pregunta me tomó por sorpresa. —Parece que todos morían, excepto los dueños de la casa —explicó.
—Y sin embargo, ya llevo una semana aquí y nadie ha muerto —dije de vuelta. —Tal vez los que tenían que morir, ya están muertos… —Me miró con fijeza.
—Muertos… —Repitió y luego asintió.
—Ciertamente, los empleados de la casa siguen muriendo y supongo que ella también murió, porque nunca termino el diario. Por lo tanto, tampoco sé qué ocurrió con los dueños de la casa de ese entonces —estaba agradecido con la información que encontré entre las páginas; pero, me sentía un poco decepcionado por no descubrir el final.