Katherine
Toque la última nota y deje caer mis manos lentamente sobre mi regazo, la luz del sol se filtraba en el salon y mi mente seguía con Thomas, el chico curioso. Me levanté y me prepare para recorrer la casa para matar el tiempo, y así ver como las horas pasaban. Gracias a Dios, la señora Birmingham le dio un trabajo especial a Thomas que lo tuvo ocupado todo el día, lo suficiente para que no se atreviera asomarse en los rincones más oscuros de la casa.
El atardecer llego, lo vi desde el jardín, me gustaba ese lugar, me traía paz y calma. No parecía real.
—Es hermoso —me sobresalte y entonces me volví a Thomas. —Lo siento, no era mi intención asustarte —me sonrió y no pude evitar hacer lo mismo. —Me recuerda… —dijo mirando el cielo. —Un buen día... —dijo pensativo y lo observe llena de curiosidad. —Mi madre y yo salimos una tarde y escuchamos todo tipo de instrumentos, era una tropa que pasaba con su banda. Tocaban la trompeta, tambores… fue grandioso.
—¿Lo fue? —pregunté. —Nunca he visto tal cosa, ¿como es? —Él me miró sorprendido.
—Te mostraré fotos —me dijo. —Pienso ir pronto a la biblioteca del pueblo —anunció.
—Bien, ten cuidado en el camino —dije, recuperando la compostura.
—Eres una chica curiosa, pero me gusta —dijo de repente y me sonroje. —A veces no te comprendo, eres amable conmigo ahora y entonce,s la próxima vez que te vea serás distante —dejó salir un suspiro resignado.
—Thomas…
—¿Qué es eso? —Me interrumpió, señalando el bosque.
Seguí su mirada, algo se movía entre los árboles, iba rápido, pero no hacía el exterior, se sumergía entre la naciente oscuridad. Un viento helado nos azotó y retrocedí tomando el brazo de Thomas. Entonces me di cuenta que estaba listo para entrar allí e ir detrás de aquello.
—No, no vayas. El bosque es peligroso —le dije.
—No le temo a los lobos —sabía que mentía, pero eso no fue lo que me sorprendió.
—¿Lobos? —le pregunté, no habían lobos en la zona, pero preferí no hacérselo saber. —Hay peores cosas que los lobos —dije.
Me miró por unos segundos antes de partir, corrió hacia los árboles y aunque no quería fui tras él, No quería perderlo; pero, en un parpadeo me encontré completamente sola y aun así seguí corriendo. Escuche algo detrás de mí y me detuve dando la vuelta al mismo tiempo, la luz estaba desapareciendo.
—Katherine —la escuche llamándome.
Retrocedí, mirando alrededor, tratando de averiguar de dónde venía su voz y entonces, empecé a correr de nuevo. Escuchaba pasos detrás de mí, los zapatos se me atascaban entre piedras y ramas, el vestido se rasgaba.
—¿Dónde estás niña? —la escuche de nuevo, demasiado cerca.
Apresure mis pasos, cambié de dirección y extendí mis brazos para apartar las ramas. Necesitaba salir del bosque; pero, estaba entrando más y más en el, giraba de nuevo, y entonces mire el cielo. No vi estrella. Estaba asustada, demasiado asustada y extrañamente la situación me pareció un déjà vu.
—¡Katherine! —gritó y me sobresalte.
Corrí de nuevo, no veía la casa, ya no veía ni por donde caminaba, sentí la raíz de un árbol demasiado tarde y caí de cara contra el suelo. Fue ahí cuando sentí gotas caer, la lluvia decidía unirse a mi pesadilla. Escuche un paso cerca de mí y di la vuelta, todavía en el suelo. No quiero morir.
—Katherine, ¿estás bien? —Lo miré catatónica. —Vamos, te llevaré a casa —me ayudó a levantarme.
—Ella me llamaba —dije.
—¿Quién? —Miré alrededor. —Mejor vámonos, estás muy oscuro aquí afuera —frunció el ceño y me guió lejos de los árboles.
Caminamos con rapidez y estando en la casa me di cuenta que ni siquiera ahí me sentía segura. Apresure a Thomas para que se presentará en el comedor de los empleados, no quería que tuviera problemas. Me quede en el salón de la entrada por unos segundos y luego fue al segundo piso, temblando y dándome cuenta que no estaba lloviendo, estaba seca y el cielo estaba silencioso.
—¿Aquí estás? —levante la mirada, encontrando la de mi madre.
Sus ojos tan vacíos como siempre me aturdieron, bolsas negras los acompañaban y la palidez de su rostro la hacían lucir terrorífica en la oscuridad. Miró por sobre mi hombro y entonces me tomó del brazo, llevándome al tercer piso.
—¿Donde estabas? —Preguntó exaltada. —Niña ingrata. Dime, ¡¿Dónde estabas?! —Me metió en su habitación. —¡Te hice una pregunta! —Negué.
La puerta se cerro sola de golpe y ella corrió a esconderse en un rincón, mirándome de forma acusatoria, como si fuera la culpable de todos sus males.