Katherine
Me quedé esperando por él en el salón de la entrada, sentada en el último escalón de la escalera en el costado derecho. Sabía que no vendría, pero temía que nunca regresará. En algún momento, entre tanta oscuridad me levanté y fui a tocar el piano, llenando la casa de una melodía dulce y solitaria.
El viento sopló y los árboles se movieron con fuerza, no se como lo supe, pero tuve un extraño presentimiento. Escuché pasos detrás de mí y me detuve de golpe, las teclas se cubrieron de un líquido viscoso y mis dedos se encogieron de miedo. Mire por sobre mi hombro, con mi expresión en blanco. Mi madre se encontraba allí, mirándome con extrema ira. Había días en los que no le gustaba escuchar el piano, por lo tanto, para evitar cualquier confrontación me aleje del instrumento.
—Se vive mejor en silencio —dijo ella.
No dije nada, sabía por la forma en que me miraba que no deseaba siquiera escuchar mi voz. Empecé a caminar hacía la puerta, para dejarla sola; pero, cuando pasaba por su lado, su mano salió de la nada y tomo mi brazo con fuerza. Me dolió como nunca, era como si mi humero se fuera a romper en ese mismo momento, no entendía porque me odiaba tanto.
—¿Qué te había dicho sobre merodear en los pasillos a esta hora? —Se volvió a mi lentamente y al darse cuenta que no la miraba usó su otra mano para tomarme con fuerza de la mandíbula y girar mi rostro hacia ella. —Todo esto es culpa de tu padre, recuerdalo —masculló.
Me soltó con delicadeza, observo mi vestido y alisó la falda con suavidad. Un grito retumbó entre las paredes de la casa, entre ira y agonía. Mi madre no se inmuto. Ese día parecía tener el poder, incluso la vi sonreír como si lo disfrutara, como si ella estuviera torturando a alguien. Di un paso atrás, quería correr lejos de ese lugar, más que todo de ella.
—Tú, eres mi niña —dijo sin rastro de amor, mirándome fijamente.
Di otro paso atrás y ella ladeó su rostro, un poco divertida, mientras otro grito rasgaba las paredes, señalando que algo estaba mal. Di media vuelta y comencé a correr por los pasillos, mientras que ella simplemente caminaba sin ánimo de perseguirme o eso creí, hasta que apareció frente a mi, arrinconándome. Tome una de las tantas escaleras y bajé justo a la biblioteca. Hubo murmullos rodeandome, pasos en eco y otro grito. Tome otro pasillo, dándome cuenta que ya me encontraba en la planta baja, llegue al saloncito que daba con el jardín, donde las puertas de cristal se abrieron frente a mí mostrando la violencia del incesante viento contra los árboles, y de nuevo, todo se repitió, como ocurre en la mayoría de las noches.
Me giré, mirando directo a mi madre, sin poder escapar de ella. Siempre lucía como un fantasma, con su camisón blanco para dormir y su rostro pálido, su cabello estaba un tanto mojado alrededor de su frente y sus ojos no tenían emoción alguna. Para añadir, tenía un cuchillo de cocina en su mano, sostenía el mango negro con fuerza y lista para cometer un acto atroz.
—¿Madre? —pregunte.
Ella me miró como si fuera un monstruo, caminaba hacia a mi y no podía hacer más que retroceder. Llegado el momento, simplemente corrí de nuevo, dirigiéndome al bosque, esa vez, ella también corrió. Grité asustada.
Llamé su nombre, una y otra vez, esperando ser salvada esta vez.
Thomas
—¡Thomas! —La escuche gritar mi nombre con desesperación, abrí mis ojos notando los primeros y bastante leves rayos de luz del sol. Me sentí desorientado por un momento, pero finalmente recordé donde estaba y como había llegado a ese lugar.
—Estaba a punto de despertarlo —dijo la anciana que me miraba desde el pasillo que conectaba con el resto de la casa.
Me levanté y organicé el sofá, mientras ella colocaba una taza de café y un pan sobre la mesa de centro de la sala. Entonces se sentó en su sillón e hice lo mismo en el sofa. Comí, sin dejar de mirarla, pues ella hacía lo mismo y me tenía un tanto nervioso.
—Hay una maldición en la casa… —dijo de repente, mirando el reloj en la pared.
—Eso me han dicho, pero no se mucho de ello —le dije.
—Por supuesto… —La vi sacar un pequeño y viejo libro de fotos. —Mira —, lo puso sobre la mesa a mi lado, eran fotos de la señora Birmingham, sonriendo y sosteniendo un bebé, también habían otras personas.
—¿Cómo…?
—Fue hace tanto tiempo… —dijo, mirando a la nada. —Cosas terribles sucedieron en ese lugar —la voz le temblaba.
—Estuvo allí —dije.
—No completamente, pero sé lo suficiente —volvió su mirada a mi. —¿Has escuchado de Eleonor? —Pregunto y asentí. —Ella estaba lista para iniciar una nueva vida, inesperadamente, el hombre con quien se casó si la quería, estaba dispuesto a criar el bebé en su vientre como propio —pensé en las cartas y traté de ubicarme en la historia.