Ruidos en la noche

Doceava Noche

Thomas

Corté cada tronco de madera como se me había enseñado en una especie de modo automático porque no sentía como si hubiera dormido, aunque se que lo hice. Tome otro tronco de madera, con la mirada fija en los árboles que me rodeaban y entonces pensé en los lobos, ¿realmente existían? Probablemente no.

—Thomas —Mariela me tomó por sorpresa. —Ya es hora de la cena —informó y la miré sorprendido.

Observé mi alrededor, esperando que fuera una broma, pero ciertamente estaba por anochecer. ¿Cuánto tiempo había estado aquí? ¿almorcé siquiera? ¿He hablado con alguien? No lo recordaba, pero puede que lo haya hecho. Me quité los guantes, dejando a la vista mis manos cansadas por trabajar todo el día.

—¿Estás bien? —ella puso una mano en mi hombro y asenti.

—Voy a guardar todo esto e iré —le dije.

Ella se marchó y yo guarde todas mis herramientas junto a la madera cortada, revisé que todo estuviera en orden y me dispuse a cerrar la puerta. De repente, sentí un ruido a mi espalda y me asuste, recordando el día anterior. Me volví con mis ojos en el cielo, vi pies desnudos, un vestido mojado, brazos temblorosos, cabello pegado al rostro y ojos asustados.

—Katherine —me acerque a ella y la atraje hacia a mi.

Estaba completamente fría.

—Te llamé… grité… —sollozaba contra mi cuello.

La abracé con más fuerza, intentaba calentarla, frotaba mis manos sobre su espalda, pero nada surtía efecto, las ropas estaban pegadas a su cuerpo.

—Vamos a entrar —le dije.

Ella no se movió.

—Katherine —no parecía escuchar, miraba a todos lados de forma paranoica y temblaba, no sabía si de frío o miedo.

—Viene por mi… viene por mí —repitió, meciéndose de repente.

Asustado, la tomé en mis brazos, sujetándola con fuerza y la lleve a mi habitación, puse una manta sobre ella y corrí a la cocina por algo caliente para ella, pero cuando volví ya no estaba.

Me sentía fuera de control, como si de algún modo la casa hubiera perdido su equilibrio y probablemente era mi culpa. Escuché un grito y el pocillo en mis manos cayó al suelo con un ruido estrepitoso; pero, no me quedé para escucharlo porque corrí por los pasillos temiendo que se acabara el tiempo. De repente, el lugar parecía ir en un remolino, jugaba con mi mente y los brazos del día anterior salieron de nuevo en mi búsqueda. Fui arrastrado hacia la profunda oscuridad otra vez.

—Thomas —jadeé al sentir el tacto de Mariela de nuevo sobre mi hombro. —¿Qué haces aquí? —estaba en el pasillo, sosteniendo el chocolate caliente en frente de la puerta de mi habitación. Entonces, abrí la puerta de golpe, notando que estaba vacía. —Thomas —dijo mi nombre y la observé atentamente.

—Algo extraño está pasando —le dije.

—Ey, chico, no cerraste la puerta del almacenamiento —dijo el señor Donovan, apareciendo de la nada y maldije en voz baja antes de entregar mi bebida a Mariela para dirigirme al exterior de la casa.

Cuando llegue al almacenamiento ya estaba oscuro afuera, lamentablemente la luna estaba cubierta por las nubes, lo que causó muy poca iluminación. Pero, pude ver que la puerta estaba abierta de par en par, así que entre para asegurarme que no hubiera entrado ningún animal, aunque no podía ver nada. En algún momento me sentí observado y me gire, para ver el exterior con mis ojos entrecerrados por la falta de luz. Sin embargo, lo que estaba frente a mi se veía muy nítido, era una mujer vestida de blanco, llevaba un camisón para dormir y sus cabellos rubios caían por todo su rostro y sus hombros. Ella me miraba con una sonrisa extraña.

—Thomas —su voz fue un susurro siniestro. —Es hora de hacer tu estancia aquí algo indefinida… —retrocedí, temeroso.

—¿Quién eres? —Pregunte, tratando de mantener un tono plano.

—Ven aquí, te lo diré —me extendió su mano delgada y frágil. Sin embargo, no me moví. —¿Qué estás esperando? Soy tu señora, ¡obedece! —empezó a gritarme.

—¿Señora Collingwood? —Pregunté.

—Prefiero que me llamen Madam Collingwood —dijo levantando su barbilla, mientras la luna finalmente empezaba a iluminarnos. —Ahora, ven aquí —continuaba con su mano extendida.

—Preferiría quedarme aquí —respondí y ella bajó su mano.

—Sí eso es lo que deseas, entonces te quedarás aquí. —Su sonrisa cordial desapareció y la puerta del almacenamiento se cerró sola, con fuerza.

Corrí hacía la puerta de madera, listo para empujarla y salir de allí tan rápido como me fuera posible. Sabía que estaba encerrado, pero no pensaba permanecer en ese lugar por toda la noche, razón por la cual empujé con fuerza la gruesa madera de la puerta, aunque mi hombro doliera. Cuando dí mi tercer golpe, el sonido del piano irrumpió en la noche, me sorprendi por ello, era demasiado temprano, ¿podría ser una señal de que algo terrible estaba a punto de suceder? ¿Quién estaba en peligro? ¿Lo estábamos todos?



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En el texto hay: fantasmas, horror, amor dolor y muerte

Editado: 03.05.2018

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