Katherine
El carruaje llegó a la pequeña casa nada vistosa, donde una mujer daba a luz a su primer hijo, y de aquel bajo una mujer con rostro ensombrecido. Ella caminó hacia la puerta con calma y calculada frialdad, tenía su mente puesta en una sola cosa y no descansaría hasta que lo llevara a su fin. Cuando tocó la puerta el hombre, dueño de la pequeña propiedad abrió y entonces deseó no haberlo hecho.
—Un trato es un trato, Sebastian —dijo ella para recordarle, sabía que él estaba a punto de echarse atrás. —Te di una hermosa esposa y ahora me darás lo que te pedi, mi esposo no tendrá hijos con otra mujer además de mi —enfatizó con molestia y sin esperar más entró a la casa. —¿Dónde está? —Preguntó intentando no sobresaltarse.
—Madame, debería tener cuidado yo la guiaré, así que no se exalte por el bien de la criatura —él señaló su vientre que aún se encontraba abultado, pero no tanto como solía estarlo. Ya no había nada allí.
Ella lo miró consternada sin decir nada y entonces pasó sus manos sobre su vientre con delicadeza. Finalmente el grito y sollozo de un bebé los interrumpió, y la ira estalló dentro de ella. ¿Como pudo haber perdido su propio bebé cuando…? Sin esperar más tiempo se dirigió a la habitación y empujó al hombre para que cumpliera su promesa.
—¿Qué…? ¿Qué ocurre? —Escuchó a Eleonor preguntar al otro lado de la puerta y entonces salió la partera con el bebé en sus manos.
—Es una niña —dijo y ella la miró.
Madame Collingwood me tomó en sus brazos suavemente y se quedó mirándome con gran tristeza, mientras se preguntaba si realmente haría lo que se había propuesto a hacer.
—Por el amor de Dios, hágalo de una vez —dijo el hombre saliendo de la habitación.
—No lo haré aquí —le dijo ella.
Ciertamente ella salió de la casa y regresó a su carruaje donde la esperaba su hermano a quien había llamado para darle la noticia sobre el trágico final de su embarazo.
—¿Margareth? —Él lo supo cuando vio sus ojos y no pudo decirle que no, no pudo detenerla porque sabía que eso terminaría de destruir a su hermana. —Me encargaré de la comadrona… Me encargare de todo —aseguró él.
—Se parece a él… —ella dijo mirándola.
—Tienes una hermosa hija —añadió él y ella levantó la cabeza de golpe sintiéndose insegura pero ya había tomado una decisión y su hermano esperaba no haber cometido un grave error.
Mientras tanto Eleonor lloraba en su cama desconsolada en los brazos de su esposo quien le prometía que algún día tendrían niños.
Llegue a casa esa noche en los brazos de una mujer que no era mi verdadera madre. Entonces, cuando estuve adentro todas las velas de la casa se apagaron y una sonrisa macabra llenó los pasillos, habitaciones, jardines y salones, era ella. La dueña de la casa que había perdido la cordura. Nadie lo supo entonces, pero era una señal de que todos moriríamos. La partera fue la primera, días después los sirviente o murieron, desaparecieron o se marcharon de uno en uno asustados. ¿Por qué? Solamente ella lo sabe.
Ni siquiera yo entendí lo que pasó en esa casa hasta que fue demasiado tarde...
Thomas
Las imágenes, los recuerdos y voces, aunque parecieron demasiado largos, estaba seguro que habían sucedido en un parpadeo y al abrir los ojos me encontraba en el mismo lugar, completamente solo. Corrí afuera y no vi a Katherine por ningún lado, pero si a un hombre gordo con prominente bigote que me miraba consternado. Sabía que debía ser extraño para él verme salir del mausoleo justo después del atardecer, por eso mismo no me sorprendí de que ni siquiera se moviera y luego casi diera un salto cuando empecé a caminar hacia él.
—¿Quién es usted? —Le pregunté cuando estuve a cinco pasos del hombre.
—Yo… ¿quién es usted? —Lo vi pasar de confundido a confiado.
—Vivo en la mansión Collingwood y mientras merodeaba por los alrededores termine aquí —explique esperando ganar su confianza.
—Ah, el joven que vino con su madre… —dijo pensativo.
Me le quede mirando esperando que respondiera a mi pregunta, pero el hombre seguía sumido en sus pensamiento, hasta que me aclare la garganta para llamar su atención.
—Oh, claro. Soy el encargado del cementerio… Sí, es muy tarde pero no me preguntes, me enviaron a revisar algo. ¿Qué hace usted aquí? —Me miró con sospecha.
—No es algo que pueda explicar —dije. —Le molestaría si le hago algunas preguntas —fui directo a otro tema.
—Sobre el mausoleo Collingwood, supongo —concluyó por sí mismo sin dejar de mirar entre el lugar y yo. Asentí y entonces se vio dubitativo. —Adelante, tengo trabajo que hacer… —Me apresuro.