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La quimio se ocupó de acabar con el cabello. Me dijeron que se puede reponer un porcentaje del noventa, si aún se tienen los folículos claro. No parece haber gran problema, se usa gorro y ya, se ocupa de las somnolencias más que nada, y los largos periodos de insomnio entre la semana que se pasa en el motel, y la otra en la que voy a casa de Wachosky.

 

Wachosky tiene un pronóstico de vida alto. Es totalmente efímero en movimientos y conductas irracionales por el momento, y se desarrolla de lleno en las diligencias que hace en su negocio industrial electromecánico. Es el director general de su empresa: "ECROOM", que son en primera estancia unas siglas extrañísimas. Se lo dije cuando estábamos en su oficina, bebía un vaso de ginebra en las rocas, y esté tipo bebía una gaseosa, o una cosa enferma de esas, que acortan y empeoran la vida de la gente a largos plazos. Pero nada que ver en todo caso, puesto que Wachosky es indulgente en su hambre, y es corpulento y alto, por lo que come mucho, y pide órdenes y ordenes de cortes grandes y pequeños. Termino medio la T-bone y sidra de manzana, mientras yo bebo una botella de cabernet y mi pierdo el apetito del pescado en el restaurante.
 

Él tomó la notica de mi cancer, con seriedad y una especie de compasión palpable. No se dijo más del tema, y este hombre siempre fue muy estoico, tan solo me abrazó al despedirnos, y me invitó a comer luego.

 

A mis padres, no les quise decir en lo absoluto en un principio. Me vieron con gorra, y notaron la ausencia de mi cabello. Yo les dije que me lo corte porque me parecía, y tuve que ir al baño una vez durante la cena por las náuseas.
 

—Te ves más pálido.
 

Me dijo con su preocupación natural, maternal y hermosa. Me sentí abrigado angelicalmente cuando se despidió de mí con un abrazo. Mi padre me sonrió tan simpático como siempre, y me pregunto sino había tomado sol.
 

Les dije que no particularmente, pero que lo haría sin chistar cuando se me diere la oportunidad. ¿Sabías qué hay una vitamina que solo te da el sol? Es la D. Y no lo sabía, a pesar de que sé, de que los únicos dioses aquí, son la luna y el sol.
 

Pienso que pronto habré de decirles mi situación terminal. Supongo que cuando sea más enfermedad que sujeto. Extraño mi cabello, pero no me veo mal con gorro. Fuera vanidad de vanidades.
 

El intruso organismo, ha hallado más fuerza que mi organismo rápidamente. Tomó vitaminas y medicinas que ayudan un poco con la fatiga. En comidas y tratamientos, poseo una ambivalencia entre caracteres de cuidado corporal y espiritual; Necesito hacer ejercicio, pero me canso muy rápido. Y otras cosas, que es preferible que se queden así para el control rutinario de los mecanismos de los días calurosos o tranquilos. Que estos dos se pueden encontrar a veces en un mismo ciclo diurno.

 

En la noche todo es pacifico en este balcón. Son vientos que vienen del Océano Pacífico, por lo que los pobladores son más orientales y pesqueros, que europeos.

 

Mis deseos, los deseos de una vida, sugieren que vaya a caminar a la playa, algún día, y escribir algunas cosas mientras escucho el sonido de las olas, y veo la tranquilidad del inmenso mar.
 

Es cosa de fijar días, porque hay un día para todo, y este día no es a lo sumo adecuado, pero tampoco es terrible. Es viernes y termine el informe que está en la mesa del motel. Viernes trece del mes de las brujas y los cuchillos largos.

 

También queda recorrer el monte y subir a ese cerro, y fumarse alguna marihuana viendo la ciudad recuperando el aliento, compartiendo algún silencio, y preguntándome porque carajos subí en primer lugar, o no.
 

"Hay que quemar esa iglesia", soltó Sabado cuando bebíamos cerveza en la banqueta. Traía esa mirada seria y su ropa era negra; chamarra y un cigarro en la mano. Le dije que era de concreto y que se necesitaría un rato para destruirla por completo. Él me miro con su temple y le dio una calada a su cigarro. Andrés llegó poco después y nos fuimos a quemar a algún lado. El tío Sam trajo mercancía de alta calidad y un revólver magnum Taurus, con seis balas doradas y lustradas. Disparamos dos botellas y nos echamos a correr cuando las sirenas se escucharon. Tuvimos que llevarnos a Sábado a rastras, porque estaba dando estocadas al aire y blasfemando mientras decía que quería cenar un poco de cerdo, o una cosa semejante. Y no nos pareció justo que tuviéramos que dispararles a los policías.

 

Así que nos lo llevamos zarandeándolo, y paramos en un Zup, que son tiendas que no cierran. Ya era tarde, pero compramos cerveza aumentándoles el precio. Fue raro, a veces no funciona. No era un joven universitario, o un indígena, o una señora cansada.

 

Llegamos a casa de Baltazar, y no estaba en casa. Lo usual puesto que trabaja de noche. Fumamos un poco y Sábado se fue para las una de la madrugada, después de hablar por teléfono. Me despedí del Tío Sam a las tres de la madrugada, y me regaló el revólver. "Es tuyo, es tuyo", dijo y bebió directo de una botella de Johnnie Walker. Me llevo la arma y la media onza de maría que compre ese mismo día, y llegue al motel como a las cinco, ya que comí filete en un restaurante vacío nocturno. Solo había un cocinero, y caminé después de pagarle por el centro nocturno de la ciudad. Bares y poco tránsito peatonal.

 

Después arribe a una pizzería, treinta pesos por una rebanada bastante decente y grande. Una mujer me invitó a entrar al bar de a lado. Quería bailar y drogarme. La atrapé poniendo mollys en mi trago, se pego a mi cuerpo y me habló al oído provocándome un cosquilleo. "Cojeme", me susurró y me sonrió de mejilla a mejilla, dientes blancos y coquetos.
 

"Claro, claro", le dije sonriendo, pero no lo hice. Solo nos besamos un poco en la pista, porque tenía que volver y ella le había arrojado una botella al mesero, porque le había empujado o algo; no supe, estaba muy ebria. Nos salimos del lugar y le pedí el taxi, y pase un rato caminando, y tomo mi transporte cerca de una farmacia. Llegue faltando por las seis, y creí que el tiempo me rindió de más. La correctora llegó a donde me hospedaba a las doce de la tarde. Su llamada me despertó a las once, y arreglé el cuarto que ya estaba tirado y revuelto. No dejaba que pasaran las mucamas, ya que no quería que destruyeran la atmósfera corrosiva, mas si limpio por mí mismo, recojo las botellas y escondo las drogas debajo de la cama. Saco las cubetas de hielo, que traen agua. Y acomodo decentemente lo demás, y recibo a Estela ligeramente sudoroso. Tengo que quitarme el sudor con los pañuelos.
 




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