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Son tiempos tristes. La ironía se siente en el aire de esta velada. Intuyo su tristeza en sus ojos; el olvido. Pete y sus seguidores traen la cara larga, y a mí me jode mucho que Miranda sea lesbiana. Le dije que mataría por estar una noche con ella. Le daría todo: lo tiene todo. Me fascina su gracia y extrañeza, y estoy seguro que cautiva a todas las personas de este lugar. Posee una idealización de vida totalmente diferente a la mía. Esta tatuada de los brazos y el cabello lo tiene verde. Me enamora su bailar y sus curvas. Me encantan sus piernas y sus grandes pechos, y cuando se pega a una mujer para mover sus grandes caderas y bajar lentamente el gran culo que trae, me ahogo en celos y sensualidad. Luego se levanta lentamente, y el paraíso esta en su entrepierna.
 

Solo ella podía encender la flama del libido perdido. Le haría el amor como ninguna otra mujer se lo hubiera hecho jamás. ¿Espera qué? Bueno, no importa. Quiero que tenga a mis hijos; que salgan con su palidez y tenga mis ojos.
 

"Nunca había amado a una mujer como tú", le dije en la pista, "nuestros hijos serían hermosos. Te daría lo que me pidieses. Profanaría la ciudad y luego le prendería fuego... Quememos todo y besémonos mi amor, si así lo deseas... ", y ella sonríe, no me cree y pronto no me hace mucho caso, así como no le hacen caso a Mauricio, que siempre dice: "Si me dieran un dólar por cada mujer que me encuentra poco atractivo, ellas comenzarían a encontrarme atractivo", y yo vuelvo mi vista a ella.
 

"Es lencha", me dice Pete, y su hermana lo repite ya comiendo en un puesto de tacos en forma despectiva. "Me encantaría ser mujer para estar con ella", les dije, y la hermana de Pete se me quedó observando sorprendida, y dijo casi al instante, "tú así estás bien", y me vio con ojos melosos. Su hermano estaba ya muy ebrio, así que pedimos transporte, y nos separamos en algún cruce. Me quede pensando en ella por supuesto, en la diosa que prefiere las conchas; la que ame en mi mente. La que solidifique en una estatua, y semanas después, me masturbe en ella.
 

Sábado puso una disección en lo planeado, me explicó la preparación, distribución, venta, y mi papel en este nuevo "monopolio" del que hablaba muy emocionado. Tiene una emoción y sonríe con maldad cada tanto en su atuendo negro. "¿Qué pasa?", le digo y él dice: "Ah, no es nada", y sonreía maliciosamente. «El que a solas se ríe, de sus maldades se acuerda.»
 

Y ahora tengo que pasearme de vez en cuando. El negocio no va bien por lo que veo; es una cosa expansionista costosa. "No es viable tu mierda está". No, no lo es, se lo volví a decir, y esta la cuestión de los chismosos; lo observé desde el auto y lo seguí hasta cuando se dispuso a llamar al estar fisgoneando por el almacén. Un choque a la ventana, y el revólver al desgraciado. De ahí presionarle el craneo con el arma: "No te muevas hijo de perra", y se amordaza hasta que hable. Sábado está enojado, y le pega el tiro al desgraciado impulsivamente. No es mucho peligro, muchos curiosos desaparecen todo el tiempo, y se tiene que ser el hoyo hasta el culo del rancho, de noche, y los vientos friolentos que hacen temblar mis piernas me aturden.

 

¿Qué es esto? ¿En donde estoy? ¿Dónde me he metido? Enterrando a un desgraciado en un desierto. Joder. Me fue mal el asunto, faltará deshacerse de más, y este Sabado tan santo que se me hacía en un principio. ¿Quién lo diría?
 

—Renunció, devuélveme el dinero.
 

No dijo nada, se quedó serio y en ese mismo instante me lo devolvió en seriedad.
 

Me pregunto al salir si me darán un tiro; su guardia tatuado no deja de mirarme hostilmente, y salgo del lugar y abandono el edificio; es el centro de la ciudad. Los policías me saludan al salir, váyanse a la mierda les digo, y camino por la noche con los ruidos estrepitosos de las calles.

 

Me encuentro de nuevo vagando; decrépito; vomitando y vomitando; adelgazando y oscilando al punto de caer; gripes graves, mierda. Veo a mi abuela en la esquina, trae su vestido púrpura, el que uso en festival en su pueblo natal. ¿Qué me dices? ¿Donde estoy? ¿Donde has estado? Y el dolor, y el desmayo, y la sangre; las sábanas; los trapos mojados; desfallecer con la mirada perdida.
 

Estela me cuida y lee mientras está en la habitación y la visión es difusa. Alimenta a Mary y riega las plantas, limpia el cuarto y trae té.
 

—Mírate —soltó y me tomó de la mejilla —. Mira cómo te has dejado. Tan pálido, tan descuidado...

 

—¿Te parece?

 

Ella no asiente, se queda en silencio, y mira sufrida las marcas de mi frente y las de mi espalda al asearme.

 

—¿Te detendrás?

 

—¿De qué?

 

—De todo esto.
 

—No sabes nada de mí —le digo serio.
 

Y Estela pone un gesto de sorpresa moderadamente triste y amargo. Desvía la mirada a un rincón casi tímidamente, y aleja sus manos que hace rato sostenían a las mías. Se queda quieta por unos instantes, agacha la cabeza y suspira.
 

—Dejaré los trastes en la cocina —dice y abandona el cuarto.
 

¿Qué mierda le importa?
 

Tengo más lucidez ahora, he estado tomando medicamentos sin darme cuenta. ¿Ella me los daba... ? Y es de suponer que ha visto todo lo de mi estancia. Hurgado y violado la confianza; no lo sé. No se ve que sea de esas personas, aunque la curiosidad siempre acuña a personas nerviosas como Estela. No ha llamado a la policía por psicotropicos o relajantes ilícitos.

 

La sala está limpia, la cocina igual donde ella se encuentra. Sentada frente a la mesa circular verdosa en silencio; sus gafas circulares están medianamente sucias y hay pañuelos por la mesa.
 

Se sale en silencio. No quiero acrecentar dramas. A la mierda con los dramas, y me largo de casa. Debió de venir a mi puerta por la biografía. Que se pudra el editor, que es buen amigo, y que se vaya a la mierda con cariño.
 




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