Rw

6

 

Se adquirió el carro.
 

Chocolate y marihuana a un lado de la carretera. Oscuridad total en el semi-desierto. No hay frió porque estoy animado, y el chocolate se derrite en mis mejillas; Enjuagarse con vino tinto, amargo, y una calada al porro. No hay moros en la costa a los lados. Simple carretera infinita, hasta que se ven las luces del camión pasante.
 

—¡HE!

 

Y pasa de largo pitando. Por lo que se saca el revólver, y el objetivo está muy lejos para disparar cuando la vista ya no es difusa.

 

Aparatos maquiavélicos a las dos am, y joder, ahí está Miranda, o no; es un espejismo por la arenisca penumbrosa. Sí, tranquilo, a caminar mareado al carro negro cerrando con un portazo, metiendo llave al Pontiac Firebird del 67, negro, recién cargado por la ruta 66, que es empleada por este polizonte que trae una bala en la nuca detrás del cartel. Ni idea de la razón a 60, girando y entrando a "Sonora 78". Una buena fortificación mental, para el alma caída, pero, es prefijo ir de lleno al asunto de "Valparaíso". Al motel por supuesto. Castigo sangriento, o eso siento en el paladar y la garganta.
 

Nauseas a la vuelta, al edificio cubierto por el velo de la noche. Se revisa que esté cargada la Taurus en el estacionamiento, y miro a los cuartos de pinturas descuidadas. Algunas luces amarillentas se apagaban y se prendían en parpadeos, otras están apagadas por completo, y hay dos constantes: la de la recepción y la contigua habitación.
 

—Por supuesto.
 

Amigo, pues sí. Y camino al número de la habitación, pasando a un lado de los carros inmóviles; verde, 103, blanco, 105, gris, 107: la habitación.
 

Girarse atrás por un momento, al musitó entorno y meter la llave en el picaporte: girarla y abrirla, para meterse al cuarto hecho mierda.

 

Los cajones y muebles volteados o casi derrumbados al encender la luz lunar que titubea un poco al principio. La sabanas blancas fungiendo como persianas en las ventanas. Olor a sangre seca, en el centro de la cama; es una mancha circular medianamente grande, como si un parto hubiera sido perpetrado aquí, cerca del óvalo viscozo de la alfombra turquesa sucia. Y en la repisa de noche, un sobre con sello de cera rojo; elegante: bordes dorados, con dos letras negras en el centro:
 

—«RW» —leí desconcertado.

 

Agitó el arma; escuchó que mueven el picaporte. Y agarro la carta, saltando detrás de la cama, disparando: dos estruendos impactan a la puerta y al aire, esquivados por el brazo moreno que se vislumbra alejándose de la puerta.
 

—Hijo de perra; Dos balas.

 

Y se escucha el correr y el cerrar de la puerta de un carro. El rumor del motor, y ya para cuando me levanto y me acerco a la puerta con la luz parpadeante sosteniendo la magnum plateada, preparado, aunque al salir del cuarto, aquel ya había arrancado, y apenas le mire saliendo del estacionamiento, del cual sólo dejaba sus luces rojas dvesvaneciendose por la carretera oscura del desierto.
 

Al salir ya estaba el empleado del motel fuera de la recepción. Escucho los tiros, cometiendo el error de salir desarmado.
 

Le pregunté si había llamado a la policía, y me dijo que no.
 

—Bien —le dije y le di cerca de unos dos mil pesos, que hasta le brillaron los ojos al recibirlos sin siquiera esperarlos.
 

—¿Qué sucede? —pregunta entre confundido y agradecido.
 

Algo extrañísimo, y le golpeó con el revólver al imbecíl por no poner atención, tumbándolo al suelo.

 

—Pon más atención —le digo y me alejo del lugar sin mirar atrás, al Firebird negro del fondo.

 

Un portazo, y encender el carro e ir rápidamente a por la pista-sujeto, mientras el empleado se tienta la mejilla petrificado en el suelo.

 

La combustión y los pistones disparados, retroceso de llantas: ligero derrape y al desierto por la avenida principal que es lo más lógico que viniera por acá. Y vamos hecho madre; pisándole con todo y no ha parado probablemente; Es un carro gris, es el que faltaba. Se rebasa al blanco sorpresivamente, y el tipo acciona el claxon reiteradas veces, hasta que se pasa a un lado del rojo, que aquel casi se descarrila, y más adelante, está el gris.
 

Bajo la ventana y al estar a un lado por el carril contrario, saco la izquierda mostrando el arma. Y me doy cuenta, al ver que el conductor abre los ojos despavorido al oír el detonar del revolver, que se trata de un hombre caucásico, y me detengo y me hago a un lado al escuchar el pitido del camión de enfrente, que provoca que me dirija al arcén y raspe un poco la pintura negra de los costados, con las vallas metálicas del mediano, y el blanco se desvía y termina atravesando la cobertura metálica, echando humo en un barranco bajo, con las llantas traseras mostrándose y todavía girando.
 

—Mierda —suelto mientras algunos otros carros pasan sin detenerse, y doy la vuelta con el motor andando, tomando unos segundos para arrancar correctamente, y girar a media luna, haciendo medio alboroto, deteniendo a los carros desprevenidos, y volverme mientras el carro blanco despide humo grisáceo, y los gritos de ayuda, son constantemente interrumpidos, con el chirrido de las llantas y los cláxones de la carretera —. Pobre hombre —digo, y el humo que se lo trague la señora histérica de la van verduzca, y que me siga a 70, si tanto quiere sacarme la mierda.

 

—¡HIJO DE PUTA!
 

Y cambio de calzada, sacando polvo por la mediana, porque iba a lado contrario y casi muero con ese trailer que puedo jurar que iba sacando fuego.
 

Nada mal el ambiente. Se me escapó el sujeto-pista, sí, mas no he olvidado su tez y su carro, o el camino de regreso a "Valparaíso", que sigue igual de jodido cuando llegó y me aparcó.
 

Ni una luz de algún policía todavía. ¿No los llamó el empleado?
 




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