Lía.
•—Nada ni nadie puede luchar contra la naturaleza, Diana. Deberías saber el poder que tienes en este mundo.
Las palabras de mi madre retumban...•
¡Mierda!
Borro de nuevo el pequeño fragmento que tengo de la nueva historia que estoy tratando de escribir.
En mis audífonos suena una canción de Daddy Yankee que aunque no entiendo mucho lo que dice el ritmo de sus canciones ayudan a concentrarme.
La idea que intento escribir me está dando vueltas desde hace horas, pero no encuentro alguna forma de plasmarla que me agrade y eso me frustra.
Suspiro mientras las yemas de mis dedos caen con ritmo suevemente sobre el teclado de mi portátil.
Sólo quiero escribir una historia de hadas dónde la protagonista sea empoderada ¿Que tan difícil puede ser? En internet tengo cinco historias distintas de fantasía.
Me distraigo cuando visualizo a Patrick entrar a la sala de estar con una bolsa blanca de compras.
Está diciendo algo pero no puedo escucharlo.
Sonrío porque hoy se ve particularmente lindo.
Han pasado dos días desde la última vez que nos vimos en el hospital, su auto se lo he dado a Liam para devolverlo. Hoy nos tocaba estudiar pero no he ido escusandome con dolor de cabeza.
Me dispongo a quitar los audífonos cuando coloca la bolsa de plástico a un lado de la computadora.
—¿Que es esto?—pregunto.
—Para ti.—se sienta en el sillón que está del otro lado de la mesa.
Tiene los brazos cruzados y descansa en el espaldar. Tan relajado como siempre.
Tomo la bolsa donde hay un paquete de gomitas y una caja de chocolates, mis favoritos.
Mi corazón empieza a latir desenfrenadamente, lucho con todas mis fuerzas para no sonreír como estúpida. Aún se acuerda de mis golosinas favoritas, no se imagina lo mucho que eso me causa.
Pero me cubro con lo que mejor sé: El sarcasmo.
—¿Quieres matarme de un coma diabético?—pregunto con ironía.
Justo en ese instante entran Charlie y Liam a la sala con dos pizzas y algunas cervezas, al parecer se van a quedar aquí para pasar el rato.
—¿Por qué tú eres así?—el pelinegro me da una sonrisa de lado—¿No ves que es un agradecimiento por lo de la otra noche?
—Yo le he dicho que comprarte —Liam se sienta a mi lado con una cerveza en la mano.
Por un pequeño momento siento decepción.
Pensé que compró estas cosas porque recordó lo mucho que me gustan.
—Ah—murmullo mientras miro dentro de la bolsa.—De nada.—le doy una sonrisa de boca cerrada.—Además esto no es suficiente para ese mal rato.—pongo mis ojos en blanco.
—Hola, Lía —Charlie me sonríe desde el sillón que está frente al televisor a un lado.—Hemos traído pizza ¿Quieres?
Mi casa es tan grande que solo la sala mide lo mismo que un mini-departamento de tamaño regular. Pero estos tres chicos son capaces de destruir este espacio con solo pizza y cerveza.
—Claro—cierro mi portátil y la coloco a un lado junto con la bolsa.
Me percato que Patrick tiene la vista fija en mí como si le importara lo que voy hacer con las golosinas. Pero al saber que no las compró como un gesto genuino, me da igual si se las comen los perros de alado.

***********
Para la medianoche hemos pasado un rato agradable charlando, recordando cuando eramos niños y podíamos pasar horas jugando en veranos eternos.
—Cuando teníamos como trece años ¿lo recuerdan?—habla mi hermano. Quien ahora está recostado con la cabeza en mi regazo. — Lía apenas sabía montar bicicleta y se raspó todas las rodillas.
Estamos hablando de cuando nuestros padres se pusieron de acuerdo y nos regalaron bicicletas para Navidad a todos.
La última en aprender fui yo.
—Esa tarde fue la primera vez que vi a O'Brien tan amable con una chica.—comenta Charlie.
El castaño y mi hermano carcajean. Patrick por su parte sólo sonríe muy amplio como recordando algo con melancolía.
Yo me quedo observándolo y todo viene a mi memoria.
Esa tarde cuando él me ayudó y vi esos hermosos ojos celestes preocupados por mis rodillas supe que me encantaban, acepté que su sonrisa producía cosas dentro de mí, ese fue el día que me empezó a gustar Patrick O'Brian.
—Ese fue el año que Abby y yo nos dimos el primer beso—la voz de mi hermano me distrae.
Él está mirando el techo con los ojos húmedos. Cuando toma licor siempre termina hablando de ella.
Y no lo culpo, a mí todavía me duele como si el tiempo no pasara.
En mi garganta crece un nudo doloroso y trato de esquivar la mirada de los chicos en la habitación, como la extraño.
—Bien, creo que es hora de dormir—Liam se levanta.
— Sí, es mejor.—habla Patrick mientras todos nos levantamos de nuestros asientos.
Mientras los chicos suben a la habitación de Liam, yo me quedo en la sala tratando de acomodar un poco el desastre que hemos hecho.
Me detengo a mirar una foto que hay en ‹la pared de los recuerdos›, es una pared que está entre la sala de estar y la cocina donde colocamos retratos de momentos especiales que hemos pasado. En el retrato tendríamos como diez años, estamos todos; Liam, Mike, Charlie, Abby, Nina, Patrick y yo sonriendo a la cámara en el jardín trasero de la casa de Charlie.
—Como extraño estos momentos —susurro para mí.
—¿Hablas sola?—la voz ronca de Patrick me sobresalta.
Cuando volteo a la entrada de la cocina está él descalzo, con un pantalón de algodón, sin camisa dejándome ver por completo su abdomen bien marcado por el fútbol y el tatuaje de su hombro izquierdo que luego de un tiempo me he dado cuenta que solo tiene el hombro cubierto por figuras abstractas en negro.
¡Ave Maria Purísima, tengo cerveza en mi sistema, no permitas que haga una tontería, por favor, amén!