Sabor Vainilla.✓

32.— Brighton Beach.

—¡Eso es genial!—le sonrío a Patrick a pesar de mi pequeña decepción.

Siempre he tenido esta pequeña necesidad de alejarme sentimentalmente de todos, de no dejar que las personas me conozcan realmente, toda mi vida he querido estar al margen de todo y guardar sentimientos.

Esto me llevó a escribir, de alguna forma tenía que sacar todos los pensamientos y sentimientos. Tenía la necesidad de expresarme de algún forma para no caer en la locura, y cuando escribí mi primer cuento supe que esto era lo que necesitaba.

Pero para la situación con Nina y Patrick no soy una escritora anónima que se esconde detrás de sus letras. Esto sí debo enfrentarlo.

Tal vez no puedo evitar que Nina se marche, tampoco puedo evitar que eso me afecte. Pero sí puedo hacerlo con Patrick, tengo que acabar con todo para que, cuando llegue el momento de irse yo no quede en el medio de todo, triste y abandonada.

Total, en mis planes ya no estaba tener una verdadera relación con él, todo esto simplemente se ha dado.

—Sí—los ojos y rostro de Patrick brillan con entusiasmo.

Descubro que estoy de verdad interesada en él cuando trato de esconder mi decepción solo porque se vé muy emocionado con el tema y no quiero quitarle esa ilusión.

En el trascurso de 30 minutos terminamos la comida envolviendo nuestra cena en conversaciónes sin importancias.

No pasan ni cinco minutos que terminamos cuando Patrick se levanta de su asiento para extenderme la mano.

—¿Qué pasa?—lo miro con duda.

—Vamos, que no tenemos tiempo.

Toma mi mano y dejó que me hale detrás de él.

Nos montamos en su auto, coloco el cinturón de seguridad justo en el momento que el chico toma una calle diferente a mi casa, o la suya.

—¿A dónde vamos?—pregunto cuando me percato que está tomando la avenida hasta Brooklyn.

Patrick me mira por un segundo para darme una de esas hermosas sonrisas que ya estoy tan acostumbrada a recibir.

—Vamos para Brighton Beach.—contesta con simplicidad.

Abro mis ojos para encararlo.

—¡Eso es Coney Island, queda a treinta minutos de Manhattan, Patrick! ¿Te has vuelto loco?—exclamo bastante alarmada.

El pelinegro suelta una carcajada que inunda todo el auto.

—El toque de queda es a las nueve, tenemos una hora para ir y venir, son las seis cuarenta. Nos quedamos treinta minutos tal vez, sería una hora y media, aún nos queda tiempo de sobra.—me explica sin dejar de ver ni por un momento la carretera.

Desvío mi vista hasta mi ventana y el parabrisas frente a mí. Observo como conduce hasta el sur.

Sí que se ha vuelto loco, estamos en invierno ¿Qué vamos a hacer para la playa?

—Estamos en invierno, sabes que en las costas del océano hace mucho frío. ¡Nos vamos a congelar! 

Patrick sigue riéndose como si este tema fuese la cosa más graciosa.

—¿Te puedes relajar? —me da una mirada rápida—Solo vamos para enseñarte algo y listo, nos devolvemos.

Él reduce la velocidad de la Hillux, se dirige hasta un extremo del camino para pararse en la brecha de la carretera.

»—Aunque si quieres doy la vuelta en la próxima flecha para volver y llevarte a casa.—sus ojos azules me miran con tanta seguridad cómo siempre.

Se ha colocado un poco de lado para mirarme mejor y señala a sus espaldas.

¿Un viaje a la playa, de noche y en invierno? No suena tan loco si viene de parte de Patrick. Él siempre ha tenido algún tipo de sorpresa para mí.

Si estoy decidida en dejarle saber que quiero terminar con lo que sea que tengamos, por lo menos que sea después de ver lo que me quiere mostrar ¿No?

Aunque la verdad no sé si es eso o el hecho que muy en el fondo quiero seguir pasando tiempo con él, aunque sea una vez más antes de acabar con esto.

Suspiro para responder:

—Vamos a Coney Island, no creo que mamá se entere de que salimos de la zona.—le regalo una sonrisa de boca cerrada.

Eso es todo lo que el chico necesita para seguir con su camino al sur de la ciudad.

Llegamos a nuestro destino justo en el tiempo que predije.

A pesar de la temporada y la hora la playa no está completamente desierta, la iluminación es muy abundante y hay una que otras personas haciendo ejercicios.

Bajo del auto al mismo tiempo que Patrick camina hasta la parte trasera de este para poder sacar algo.

Mi concentración está en el lugar, hay un pequeño restaurante de mariscos a un costado que también tiene poca gente. La orilla del océano esta a tan solo metros lo que hace se escuche cuando las olas rompen en esta.

No está nevando, pero sí están cayendo goticas de lluvia con mucha brisa lo que hace la temperatura parezca más baja.

—Toma—Patrick se para a mi costado para extenderme un impermeable.

Arrugo mis cejas, tampoco es que está lloviendo tan fuerte.

—No creo que me moje mucho, además tengo abrigo.—le digo.

—Lo sé—sus ojos parecen de un celeste agua debido a la luz.—Y no soy mujer, pero tengo una hermana menor y una mamá que se quejan de sus dolores de útero cuando están expuestas a la lluvia.

Ese solo comentario hace que las mariposas en mi estómago revoloteen con frenesí y mi corazón acelere su ritmo.

Patrick me hace una seña para tomar el impermeable que sigue extendiéndome.

Siento por él ese mismo cariño que sentí la noche del domingo cuando se apareció frente a mí con una bolsa de agua tibia para aliviar mi dolor. Es ese cariño que siempre ha estado presente a pesar de no ser tan unidos.

Tomo el impermeable y me lo coloco, empiezo abrochar los botones cuando Patrick da un paso a mí y me coloca la capucha por encima de mi cabeza. Él sonríe, pero es una sonrisa dulce, amable, es de esas sonrisas que hace mi garganta de cierre.

—Gracias.—logro decir.

—De nada.—contesta el chico aún muy cerca de mí lo que hace su aliento choque en mi rostro, pero no me molesta en absoluto.—Ven.— Toma mi mano y empieza a caminar a mi lado.




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