El sabio de Dilciet era un puesto para una persona elegida por el antiguo sabio para dar la luz y el destino a aquellos quienes están perdidos, el nuevo sabio Ferehan era un hombre de unos 42 años con mucho tiempo libre pero con ideas muy radicales por cómo era Dilciet en aquel entonces.
Él tenía una mujer, llamada Iner, la cual amaba con locura, mucho más radical que su marido y con un poder también bastante potente al igual que él.
El poder de Ferehan consistía en manipular e implementar recuerdos, memorias, ideas que no hayan tenido o cambiar unas que si que haya tenido la persona y poner la que el usuario quiera. Mientras que su mujer Iner tenía el poder de transformarse en cualquier persona sea del tamaño que sea.
Estos dos tenían a una hija llamada Minerva la cuál lastimadamente es del muy bajo por ciento de los dilcitienses que no tienen poderes. Sus padres querían que su hija tuviera uno, y creían que tendría uno dado, pero por más que Ferehan se empeñaba a intentar ver algo en el destino de su hija bajo las piedras blancas mágicas que manejaban los viejos sabios para saber el futuro. Pero, las piedras resaltaron más de una vez que la niña no podría tener poderes de forma mágica, ni física.
Él estaba desesperado porque quería que su hija fuera tan poderosa como temida para el reino y que su linaje en los sabios siguiera estando para poder seguir con la anarquía que había, él se aprovechaba de tal anarquía ya que él y su familia tuvieron este poder, el poder ser famosos, que todo el mundo se fiara de ellos, y eso es lo que importaba. Cualquier profecía que se inventase que incluso fuera falsa, ellos lo creían firmemente ya que tenía ese poder de convicción, daba igual si utilizaba las piedras o no, era lo mismo, mientras él lo afirmara.
Su hija cuando tuvo diez años, él seguía en desesperación, tanto que salió a escuchar cualquier noticia aunque fuera del exterior. Éste escuchó de un doctor muy inteligente que estaba teniendo algo de polémica y revuelo por unas pequeñas prácticas de tortura con animales y humanos. Parecía muy interesado en entrar en Dilciet para saber sobre el origen de la magia y poderes de los dilcitienses.
Entonces, a Ferehan se le ocurrió invitarlo, quedó con él en una playa que no estaba protegida por el escudo ya que no llegaba. Esperó unos minutos, y allí le vio en un barco que estaba zarpando por las aguas, miró al agua y se lanzó bañándose y mojándose entero. Navegó hasta la orilla y sonrió con una macabra sonrisa.
Algo que sorprendió a Ferehan es que fuera mucho más joven que él, tendría como unos 25 años, tenía una cara que sugería que era simpático pero que en realidad era un ser muy demente.
—Buenas tardes, soy el Doctor Ibvhan Xeliok, supongo que usted fue el que me mandó la carta asumiendo y permitiendo que entre en su bello país en donde estaré encantado e ilusionado de analizar e investigar —miró hacia atrás como el barco se iba de ahí—.Por lo que veo no hay ningún puerto donde embarcar un barco, bueno, al menos me he dado un baño, ¿Entramos?
—Sí, por cierto, soy Ferehan, sabio de Dilciet. Quiero que tengas toda la isla a tu disposición si no es molestia, quiero que investigues como funcionan nuestros poderes para poder dárselos a mi hija. Así que siéntase libre de hacer lo que quiera, es un país libre.
—Mejor, no quisiera problemas, igual le agradezco la oferta ya que me gustaría a mí saber porque son ustedes los únicos los cuáles tienen la oportunidad de tener poder, así tanto investigaré vuestro terreno como también a algún niño o adulto para mi investigación a fondo, necesitaré un laboratorio. Aunque, me traído unas cosas en esta maleta.
Ferehan se fijó en la maleta negra que tenía Xeliok que parecía bastante normal aunque de un material que desconocía. Parecía ser también pesada o tener bastantes cosas en ella.
Ferehan abrió un hueco pequeño por el cual pasaron ambos y luego cerró para guiarle hasta su casa árbol donde estaba Iner, su mujer con su hija. Ella le dio un beso y saludó a Xeliok, se presentaron y hablaron de cosas cotidianas y le llevó a una pequeña habitación pero con cierta comodidad.
—Este será tu laboratorio, aquí harás todo lo posible para investigar los poderes de los demás, y ya que está, hacerme usted el favor de resolver porque mi hija no tiene poder y los demás sí. Quizá encuentre alguna diferencia cogiendo a algún niño perdido en los bosques de los Ziarzs, luego le llevaré hasta allí.
—Bien, voy analizando muestras de sangre de su hija, quizá el problema es el ADN o de otra cosa que supongo que descubriré con el paso del tiempo. Supongo que no le importará que salga a comprobar también con otras personas de forma voluntaria.
—En ese caso, diles que el Sabio lo ordena por los bosques de Lirek, Harun, Ziarz y el Ojo del Ershiah. Espero que no me engañe, Xeliok, más vale que descubra y me da igual los métodos que utilice para dar el mayor poder que se le ocurra por la cabeza.
—De eso no se preocupe, hay suficiente espacio para más niños para experimentar con ellos lo que pueda, de eso no tenga duda.
Xeliok miró a Minerva que estaba sentada en la silla. A continuación el doctor sacó unas cuerdas en las que amarró a Minerva en contra su voluntad y ella gritó para pedir ayuda. Sacó una prenda pequeña y la agarró de su mandíbula y se la metió en la boca sin que se lo tragara y ató con una cuerda bien atada la ropa contra su boca.
Volvió al maletín sus ojos buscaban algo entre un maletín bien ordenado con millones de herramientas como alicates y destornilladores. Sacó una jeringuilla cogió el brazo atado de Minerva y la miró a los ojos: «Te recomiendo que te relajes, te dolerá» comentó mientras reía con una carcajada siniestra. Minerva intentó moverse pero era inútil, estaba amarrada muy bien y fuerte.
Lo único que podía hacer era sollozar y farfullaba entre lágrimas y llantos. Se ruborizaba y gritaba por dentro más cuando la aguja le clavó y notaba como la sangre fluía por presión hasta la válvula de la jeringa y Minerva podía ver el color rojo de la sangre de color rojo muy intenso y fuerte subir por las paredes de cristal.