Saga de Narcóndez: El Dios del Mal.

Capítulo 3: Secuestro

Xeliok se mordió los labios y enfureció por dentro, mantener la compostura es muy importante para él y también su orgullo. Plent no parecía seguir las órdenes de Ferehan, y lastimadamente sus engaños no podían engañar al viejo.

Xeliok podía decir que se las vería con el sabio e irse y podría capturarles a todos, pero decidió que no, eso no lo pensó. Cometió el error de querer enfrentarse a Plent de manera desesperada por capturar a los niños.

Xeliok acometió un puñetazo a Plent con todas sus fuerzas en las que Plent no se esperó tal violencia que golpeó su cara e hizo que fuera para atrás. Los niños se sorprendieron al ver a Plent medio herido y muy enfadado. Se quitó un poco de sangre que se había formado en su rostro.

Después se lanzó contra Xeliok rápidamente que éste no se lo esperó por la edad que tenía Plent, le pegó una patada hacia la ventana de su casa que hizo que se tropezara y cayera hacia atrás resbalándose hacia la ventana. Se sujetó con sus manos antes de caer al vacío que se encontraba justo debajo. Plent se acercó para tirarle hacia unos 32 metros de altura.

Xeliok sonrió por un momento y cuando se acercó lo suficiente Plent para arremeter contra el doctor, a pesar de que se llevó un golpe por parte de su enemigo en la espalda, agarró a Plent de la ropa y le empujó con él al vacío. Los dos cayeron a 32 metros de altura a 9,81 metros por segundo.

Acabaron en el suelo con bastante dolor en su cuerpo. Xeliok cogió una máquina que tenía y se pinchó con una aguja rara que dio un número: 38. Este se levantó del suelo junto con Plent que fue detrás de él, para atraparle con un escudo. Aunque antes que lo hiciera lanzó algo a la ropa de Plent sin que él supiera lo que era.

Plent le encerró en un escudo suyo.

—Te quedarás aquí para siempre, psicópata.

—Oh, Plent, la batalla no ha acabado. Te he puesto ese dispositivo que está adherido a tu piel y lo peor es que puedo controlar el dolor que produce ese dispositivo, voy a comprobar cómo funciona. ¿Te parece?

El doctor pulsó el botón y subió el grado a 67 grados de dolor que iban directos a todo el cuerpo viejo de Plent, desde los pies, hasta las manos junto con el cerebro, su corazón iba marcando el pulso más bajo y su córtex cerebral suplicaba clemencia. El escudo que había hecho Plent no cesó en ningún momento.

—Se ve que tienes bastante orgullo —comentó Xeliok mientras Plent agonizaba y se arrancó la ropa para intentar quitar el dispositivo entre intentos fallidos y gritos agonizantes.

—Vas a morir conmigo —comentó con el poco aliento que le quedaba mientras cerraba el escudo.

Xeliok vio que no podía destruirlo con sus puños ni patadas.

—Que así sea, Plent —tras decir eso, subió al número 92— veamos quién sobrevive antes.

Tras apretar el botón al 92, Plent soltó de inmediato el escudo y desapareció. Xeliok sonrió sabiendo que había ganado. Plent estaba inconsciente y Xeliok comprobó su pulso, que estaba bajo.

—Podría matarte, viejo, pero creo que sería bueno para ti que te matase y no poder ver como sufres más cuando atrape a tus niños y veas lo que les hago. Vas a desear que te hubiera matado cuando tuve la oportunidad, y no hay nada peor que vivir sabiendo que no pudiste hacer nada para ganarme, Plent.

Dicho eso, Xeliok se fue a por los niños que estaban algo asustados porque había ganado a su maestro y no tenían mucha experiencia en el combate cuerpo a cuerpo.

Amber, Lir más otros tres niños se enfrentaban a un señor que les llevaba 12 años, sí, pero que era bastante impredecible e inteligente.

—Más vale que vengáis por las buenas, no tengo ganas de dejar inconscientes a 5 niños que no saben cómo pelear, a cada uno os he puesto un dispositivo de dolor como a vuestro maestro —comentó mintiendo—. Si no queréis que haga sufrir a vuestro maestro más de la cuenta, venid, solo necesitaré vuestra sangre.

—Jamás nos atraparás, señor —comentó Amber.

—Eso está por verse.

De forma inesperada, solo quedaron Lir y Amber ya que los demás no querían ver sufrir más a Plent.

—Amber, vamos, no queremos que sufra más el maestro. Tenemos que ayudarle.

—No, miente, ya veis que Plent no confiaba en su palabra, ¿Por qué lo hacía? Porque no decía la verdad, simple.

—Cállate, mocoso —comentó Xeliok dándole una patada en la boca que hizo que cayera al suelo.

Este refunfuñó y Lir se tapó la boca.

—Déjele aquí —comentó Lir—. Nosotros vamos con usted, incluida yo, pero déjale.

—No, Lir.

—Lo siento Amber, pero se te pasará en unos cinco minutos —le miró a los ojos y le paralizó. Vamos antes de que me controle.

Xeliok cruzó el umbral de la puerta con los cuatro niños mientras Amber lloraba por dentro, no podía hacer nada, solo ver a sus amigos irse con un loco que cumplió la palabra por el momento, aunque seguro que volvería.

Necesitaba volverse más fuerte.

Al pasar los cinco minutos fue corriendo a por Plent que estaba tirado en el suelo todavía inconsciente por lo que había hecho Xeliok a su maestro era indiscutiblemente ruin y perverso. Pero, no sabía donde había ido Xeliok para experimentar con sus hermanos.

Tenía que atraparle como sea.

Antes de salir, algo le agarró de la pierna y vio que era Plent.

—No vayas... tú... solo... —comentó todavía dolorido y agonizando, tosió y quiso levantarse pero no pudo—. Él es... demasiado peligroso, Amber.... no vayas solo... por favor.

—Maestro, debo de rescatarles, no puedo quedarme quieto aquí sin hacer nada.

—No... por favor, no...

Plent volvió a caer volviendo a la inconsciencia, su cuerpo había experimentado el máximo dolor que podía experimentar un ser humano.

—¡MAESTRO!, ¡MAESTRO! —Le gritó Amber sin éxito—. Debo rescatar a mis hermanos.

Dispuesto a hacer lo que fuera por sus hermanos, Amber salió de donde estaba Plent caído en el suelo y se dirigió hacia el Norte en busca de Xeliok, su enfado y rabia era enorme.




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